25-11-2024
Es un golpe seco, solemne, imponente,
que hace temblar el alma porque es el alma quien la entiende. Está, siempre, y
suena siempre pero no siempre es escuchada. No es problema de la campana, es
problema del que está debajo, es problema de a quién llama. «No entiendo el
toque», habrá quien diga, y es respuesta de quien no entendió ni supo del orden
de su cosmos, que es este, que es el nuestro, que es donde estamos. ¿Acaso cabe
sustraerse de la propia esencia? No cabe, sin duda, sin dejar de ser.
Sale solemne, silencioso, con la mirada
perdida porque sabe que, aunque el Padre lo ha querido, su humanidad está
sufriente. Ese Cristo atado a la columna, ese Rescatado, ese camino del Calvario…
sabe, porque vive, qué es ser hombre, pero es Dios, y está en el momento del
tañido supremo porque hoy es Rey. Es el toque supremo. Pone el principio y
también el culmen de nuestro cosmos, sufriente, irrenunciablemente.
Cobrar conciencia de esto plantea
cuestiones a las que hay que enfrentarse porque, en su momento, llegará el día
en que nos pongan ante el decisivo momento y entonces el Rey
dirá… los justos le responderán… luego dirá a los de su izquierda. Y el momento tendrá una
trascendencia eterna. Porque la existencia habrá llegado a su culminación.
Cristo, Rey, inunda nuestro mundo, y esta inundación la tenemos que dejar
ahogar suelos, no pongamos diques.
Estamos
acostumbrados a guiar nuestra existencia por la comodidad de la sombra, porque
en esto se ha fundamentado nuestro actual mundo, porque así el pasar es cómodo,
fácil, no complica la existencia porque no pone ante dilemas existenciales
porque en el fondo todo es no existir sino, más bien, fluir. No hay nada: no
hay sujeto sino individuos; no hay símbolo profundo porque no hay sujeto; no
hay comunicación, que requiere tiempo, sino imperativamente rapidez, ha muerto
la comunicación. En gran medida, la comunidad ha dado paso a la colectividad,
la masa indiferente, de individuos aislados, sin alma esta masa, que no es
capaz de una acción común porque ya, en germen, está desactivada.
Es
una sociedad que necesita nuevamente de un hombre con fundamento, con capacidad
de soportar la existencia, con ánimo de enfrentar su trascendencia, su
responsabilidad porque hoy ¿hay responsabilidad? ¿Con qué, más allá de mi
propia individualidad me confronto?
¿La
verdad? ¿La justicia? Sentado ante la cegada estatua con balanza y espada,
meditabundo, busca respuesta, o consuelo porque en el fondo no quiere asumir
responsabilidad, donde no la encuentra –en su individualidad–. Una paseante se
acerca, se sienta próxima a él, y le impele por la justicia. Claro, sabe qué es
la justicia, porque todos lo sabemos, la cuestión es si soportamos la justicia,
¿hemos alimentado suficientemente nuestro espíritu para comprender, alimentar,
y agrandar lo que de la justicia emana?
Dice
Stefan Zweig en Carta de una desconocida:
Entonces su mirada se posó en
el jarrón azul que tenía ante él, encima del escritorio. Estaba vacío, por primera
vez desde hacía años estaba vacío en el día de su cumpleaños, y se asustó. […]
Sintió la muerte.
La vida de nuestra sociedad ha tomado
una dirección clara. En ella hay notas evidentes que, como semillas rompen el
duro suelo porque saben que tienen que salir hacia el sol, es la existencia
dura de la semilla, es la vida de la hermandad que pide su sitio, su lugar, y
hace notar que el paso está por dar. Escucha el tañido, ve venir al sufriente,
y asume su ser.
El vienés plantea en su novela una
historia quizá insignificante, quizá, pero que queda jalonada de pensamientos
en imágenes que, como tañidos de María de la O, tienen que hacer temblar los
cimientos de nuestra sujetualidad: ¿está vacía?
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