Las
circunstancias mandan, y si ya es casi inevitable ‒siendo noviembre‒, no tener «cuerpo
de Góngora» (como el viejo Garcinuño de Amanece, que no es poco ‒José
Luis Cuerda, 1988‒), los últimos sucesos de Valencia nos han encogido un alma
arbitraria, que se estremece más cuando las tragedias le pillan cerca de casa: «Como
te ves, yo me vi, como me ves, te verás», nunca este lema, tan barroco, que
reflexiona sobre la fugacidad y fragilidad de la vida terrena, fue tan oportuno
como ahora, también, para nuestra Semana Santa.
El
curso pasado, me despedía de esta tribuna reflexionando sobre la necesidad de
que los kofrades encontraran una salida de emergencia para vivir la Pascua con
o sin procesiones en la calle, también para que la Junta Pro Semana Santa de
Salamora Norte fuera capaz de escapar de su letargo de crispación. «Salida de
emergencia»…, un título que, a poco menos de un mes de la riada que dejó
atrapadas a tantas personas en casas, garajes y coches, parece una broma pesada
del destino.
El
pasado 3 de julio dimitía en bloque la Junta Pro Semana Santa de Salamora
Norte. El ambiente de crispación general por el retraso en las obras del derribado
Museo (convertido en mártir destinatario de todos los rezos), avivado por la
frustración que habían dejado las lluvias primaverales fue la gota de cera
–líquida no por favor‒, que colmó la tulipa. Dos semanas después, el obispado movió
ficha, pero no para sacar los botes salvavidas sino para fletar un barco nuevo
en forma de una gestora, totalmente ajena a la junta directiva y el consejo rector
anteriores. Todo un golpe de efecto. No esperaban los kofrades salamoranos del
Norte que la orquesta del Titanic dejara de tocar marchas en pleno hundimiento.
El
órdago baculatorio, siendo efectivo, ha sido un tanto errático. Tres meses
después del nombramiento del nuevo órgano, y con los dirigentes de las
cofradías al borde de un ataque de nervios, los nuevos dirigentes se han
reunido con ellas. Al parecer, y según testimonio de los asistentes, revolotearon
en el aire muchas cuestiones importantes como qué legitimidad le ha quedado al
antiguo consejo rector o si sigue vigente la asamblea plenaria. Asimismo, y
aunque desde un punto de vista institucional tenga una importancia menor, las
cofradías clamaban por lo que para el kofrade medio es lo único importante: ¿cómo
organizo la procesión? ¿Por dónde (me) meto los pasos? O si la gestora proveerá
de las Santas Carpas (pardas o no).
Es
obvio que la cada vez más próxima Semana Santa apremia. No seré yo quien niegue
que es la temporada alta de unas cofradías, por suerte cada vez más
desestacionalizadas (por usar un término que se exponía en esta misma tribuna
hace unas semanas). También entiendo que el asunto no es fácil de formalizar
desde un punto de vista jurídico. No tengo claro cuál será su efecto y si
conseguirá los objetivos planteados en su constitución. Lo que sí es evidente,
al menos a juzgar por las declaraciones de algunos de los presidentes que
acudieron a la cita (tras la cual no todos quisieron posar en la foto de
familia), es que han conseguido dos cosas: unir ‒no pacificar‒, circunstancialmente
a las cofradías ante (no quiero decir contra) un ente que les ha quitado de en
medio de un plumazo y además y que estas piensen –y esto es muy peligroso-, que
tienen razón. Parece que la gestora es el nuevo «contubernio judeo…», y ya
saben que nada une más que un enemigo común.
Llegados
a este punto solo me queda regresar al inicio. Volvamos los ojos al barroco y
miremos a esas «Vanitas» tan ilustradoras y educativas. Ayunemos de orgullo (sé
que es difícil y el que esté libre de culpa que tire la primera piedra). Imaginemos
que Valdés Leal pintó, en sus postrimerías, a un presidente/a de una junta de cofradías
o de una hermandad cualesquiera. Miremos a los ojos llenos de cieno –y de
humildad‒, al Cristo Yacente de Paiporta y recitemos con el ángel que custodia uno
de los patios de la madrileña Sacramental de San Isidro: «No os ofusque, oh
mortales, brillo fugaz de glorias mundanales, pues solo el bueno, el religioso
y el justo, es en la tumba el grande y el augusto».
Sin
duda, en el rostro embarrado del Cristo valenciano está, como siempre, esa
salida –quizás más bien entrada‒, de emergencia que necesitamos en Salamora
Norte (y también en la Sur, al menos por el Campo de San Francisco, donde parece
bajan las aguas bastante revueltas…). A punto de entrar en el tiempo de espera ‒y
de esperanza‒, por antonomasia del calendario cristiano, y de abrir,
precisamente, un nuevo año jubilar cuyo lema transita sobre esta virtud
teologal, os deseo un feliz Adviento a todos.
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