viernes, 28 de marzo de 2025

La parábola del buen samaritano

| | 0 comments

 Álvaro Gorjón Losa

El retorno del hijo pródigo, óleo de Rembrandt, 1662. Museo del Hermitage

 28-03-2025

En estos días previos al inicio de la Semana Santa pocas formas hay mejores para reflexionar acerca del misterio de Dios que detenerse a leer las parábolas con las que Jesús buscó iluminar el camino de sus discípulos. Como afirmaba Joseph Ratzinger, las parábolas se descifran en la cruz, son también como la semilla de mostaza que simboliza el Reino De Dios pues, pese a su brevedad, encierran una sabiduría infinita, y requieren para su aprovechamiento pleno ser leídas a la luz de la fe. Las parábolas de Cristo no buscan convencer coercitivamente al oyente escéptico, sino que buscan caer en tierra fértil y allí multiplicarse y producir sus frutos. Si, como decía Shakespeare, la brevedad es el alma del ingenio, podemos afirmar que las parábolas constituyen un ejemplo supremo de belleza y verdad condensadas en unas pocas líneas.

Quiero hablar brevemente de la parábola harto conocida del buen samaritano, precisamente por ser una de las más hermosas y famosas. El ser humano tiende a ser ajeno a aquello que se le repite. Cuando la oración se convierte en fórmula esta pierde su sentido, se mecaniza de tal modo que uno puede saber perfectamente lo que dice la parábola, pero no vivirla. 

La parábola se introduce en una conversación entre Jesús y un doctor de la ley. El doctor le pregunta a Jesús, pensando en la poca preparación y formación bíblica de este, qué debía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le devuelve la pregunta pidiéndole que le diga qué está escrito en la ley, y el doctor responde acertadamente con una combinación de Deuteronomio 6,5 y Levítico 19,18: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27). Ahora bien, el doctor buscaba justificarse, nos dice el texto, así que le pregunta a Jesús quién es su prójimo. Ante esta pregunta Jesús cuenta la conocida parábola a modo de respuesta. 

La pregunta del doctor constituía un tema candente en la época y normalmente se asignaba el término de prójimo a los connacionales y a los extranjeros asentados en Israel. No es casualidad que Jesús utilizase a un samaritano como ejemplo, pues años antes (entre el 6 y el 9 d.C.) habían contaminado la plaza del templo de Jerusalén al esparcir huesos humanos en los días de Pascua (Jeremías, p. 171), por lo que se daba por supuesto que los samaritanos, al igual que los herejes, delatores y apóstatas, no formaban parte del concepto de «prójimo». 

En la parábola un hombre es asaltado por unos ladrones cuando bajaba desde Jerusalén a Jericó, y es abandonado medio moribundo en mitad del camino. Por allí pasan después un sacerdote y un levita, pero no se detienen a socorrerle. Poco después pasa un tercero que resulta ser un samaritano y, ante el espectáculo de aquel hombre agonizante, se conmueve. Dice Ratzinger en su explicación de la parábola que es en aquel momento que el samaritano se convierte en prójimo. No en vano el doctor, cuando Jesús le pregunta quién de los tres había demostrado ser el prójimo de aquel hombre, responde sin dudarlo «El que se compadeció de él». Podría haber dicho «el samaritano», pero esto no habría constituido una respuesta universal. Como el samaritano se compadece, se detiene y ayuda al hombre moribundo, montándolo sobre su propia cabalgadura y llevándolo a un alojamiento, y dándole dos monedas de plata al dueño del mismo para que siga haciéndose cargo del hombre herido. 

Seguramente los dos hombres que previamente pasaron de largo no lo ignoraron por maldad, simplemente tendrían prisa o miedo por correr la misma suerte, no serían demasiado diestros en los auxilios o no sintiesen que pudiera hacerse algo por salvar aquella vida que se escurría como la arena. No se detuvieron el tiempo suficiente o no miraron con los ojos adecuados la escena que se desarrollaba ante sus ojos. La compasión hacia el otro surge de la profunda comprensión de que el otro es un ser humano cuya alma y vida es tan sagrada como la propia, es decir, de una noción moral universal del género humano. En este sentido, nosotros debemos trabajar para volvernos prójimos del resto, de aquellos que necesitan nuestra ayuda, y para eso hay que aprender a ver y a escuchar a los demás. Entonces encontraré a mi prójimo, dice Ratzinger, o, mejor dicho, será él quien me encuentre a mí. 

En definitiva, podemos concluir que el concepto de prójimo es un concepto dinámico que depende fundamentalmente de los movimientos del corazón de los individuos. La palabra conmover significa «poner en movimiento» y conmoverse por alguien implica ponernos en movimiento hacia él, acercarnos a su situación y a su experiencia individual del sufrimiento. Resulta quizás irónico observar la utilización de Jesús de las monedas de plata en esta parábola, como si quisiera burlonamente señalar la otra cara de las monedas que representarían más tarde su tragedia, símbolo de traición, sí, pero también de salvación. Por treinta piezas de plata se vendió al Hijo de Dios, pero con dos monedas de plata se puede salvar a un hombre. Todo depende de lo que cada uno tenga en su corazón. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

0 comments:

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión