No voy a decir que el pasado 30 de enero me asustase o
preocupase, al menos no más que la mayoría de los que sabían del tema, pero
ciertamente, desde aquel día la intriga me ha rondado tan esporádicamente como
le permitían las tareas irrenunciables y las verdaderas preocupaciones, que
siempre asoman para hacer de menos a estas otras cuestiones menos personales.
La cosa es que desde aquella tarde de invierno soy
consciente de que una de mis hermandades, la Universitaria por concretar, está
en un limbo, más legal que real, que limita algunas de sus necesidades. Una
hermandad inexistente, una hermandad fantasma.
Todo saltó por los aires cuando se intentó incluirla en el
Registro de Entidades Religiosas, para lo que era necesario aportar una copia certificada
del acta fundacional, del decreto de erección canónica episcopal y de los
estatutos vigentes y, por lo que sea (llamémoslo tradición, dejadez o desgracia
–toda esa documentación desaparece en los fatídicos setenta, cuando la Clerecía
sufre una seria reforma estructural y la Semana Santa está de capirotes caídos),
estos documentos no aparecían en el archivo de la hermandad. Tras esto, y
resumiendo al extremo, se solicitaron las copias correspondientes al archivo
diocesano como depositario oficial y ahí se abrió la caja de los truenos. Una
caja de los truenos que por no tener no tenía ni telarañas. La carpeta con los
documentos de la Hermandad Universitaria estaba completa y sorprendentemente
vacía. Ni originales ni copias. Nada de nada. Un agujero negro desde 1948 hasta
hoy mismo, más allá de la constancia fehaciente de una historia cientos de
veces transcrita en prensa local y gacetillas cofrades, de los documentos
gráficos de docenas de procesiones cada Martes Santo, del testimonio de primera
mano de quienes ya andaban en aquellos tiempos cubriéndose con el capillo, de
la confirmación en sus cargos para los distintos hermanos mayores por parte de
los distintos obispos, de la tradición, en definitiva, que nadie de esta
diócesis con un mínimo conocimiento de estas actividades piadosas de Semana
Santa pone en duda. Incluso la propia página oficial de la Diócesis de
Salamanca, en su apartado de Hermandades y Cofradías, la contempla como una más,
como debe ser.
Sin embargo, no parece sencillo lo de aplicar la lógica y
desde la Casa de la Iglesia, no solo depositaria en sus archivos de las copias
correspondientes de la documentación que en su día debió aportar la hermandad,
sino también de los propios originales de decretos y sanciones firmados y
rubricados por el mismísimo ordinario, salidos de aquellos despachos y que, al
parecer, no aparecen en estantería alguna. Los argumentos son cuadriculadamente
rígidos. Lo único factible parece ser la solicitud de fundación de una nueva
hermandad de Semana Santa en cuyos estatutos se incorpore un preámbulo que
testimonie lo que podríamos considerar el carácter histórico de la Hermandad
Universitaria desde 1948, lo que se consideraría en el decreto de erección
canónica. Vamos, un sí pero no. Un sabemos que es así pero oficialmente perdéis
el olor a añejo y el polvo de los casi ochenta años de testimonio en las calles
salmantinas. ¡Hale! ¡Alpargatas nuevas!
En definitiva, que me puede la curiosidad (ya digo que más
que la preocupación) y no alcanzo a adivinar el final de esta miniserie. O
quizá sea más apropiado decir de esta regata, pues lo que se mueve por las
aguas diocesanas es un barco bergantín que, como buenos marinos, sabemos tiene
dos palos y que cada uno de ellos tiene que aguantar sus propias velas. No
debemos quitar un ápice de responsabilidad a quienes durante años debieron
custodiar la historia documental de la hermandad, pero tampoco olvidar que el
archivo diocesano debería cubrir, al menos en parte, esas faltas de papeles,
que no dejan de ser la parte más “oficial” en esta custodia de decretos, libros
y legajos, más allá de las copias en vete tú a saber qué manos.
En cualquier caso, sabiendo como todos sabemos que la
Hermandad Universitaria del Santísimo Cristo de la Luz y Nuestra Señora Madre
de la Sabiduría está ahí desde 1948 dando testimonio y siendo ejemplo
paradigmático de lo que es una estampa de Semana Santa salmantina sobria y
elegante, reconocida por casi todos, bien se podría tirar de este «argumento»,
más sólido que muchos otros, y reconocerle oficialmente su estatus en la Semana
Santa salmantina sin más exigencias. Que quizá se esté haciendo y yo llegue
tarde y desinformado, aunque estas noticias suelen correr como reguero de
pólvora prendida. Sean esos los mejores deseos, sin miedo.
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