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Visitando las imágenes. Foto: jmfcunquero |
12-05-2025
Un poeta sevillano, autor de varias saetas interpretadas por los más grandes cantaores hispalenses, me comentó hace tiempo que los días anteriores a la Semana Santa merecía la pena conocerlos y vivirlos por toda la autenticidad semanasantera que desprenden.
Por esta razón alimenté siempre esa pretensión de ver sobre los pasos, las imágenes que en otras ocasiones había contemplado en la soledad de los templos.
Son tantas y tan intensas las vivencias que he podido disfrutar en vísperas de la reciente Semana Santa sevillana, que se me antoja imposible plasmar en unas letras las aleccionadoras informaciones que recibí de dirigentes, cofrades y fieles que trataron en todo momento de satisfacer mi curiosidad analfabetamente atrevida.
Ver las imágenes en todas las iglesias visitadas acompañadas de los correspondientes palios y adornos florales, me hicieron reflexionar sobre qué tipo de gente puede dirigir esas hermandades que reúnen a miles de cofrades para obtener unos resultados tan aplaudidos y muchas veces imitados por algunas cofradías de estas benditas tierras leonesas y castellanas que saben acoger, aunque sea a regañadientes, la pluralidad de otros modos de expresión cultural distintos a lo que pudo ser en otras épocas exclusivamente nuestro.
Fui testigo, en esos días, de una veneración sincera hacia las imágenes y todo lo que representan como epicentro de la religiosidad popular que allí se vive, aunque acaparó mi atención de una forma muy especial, ver cómo las urnas de cristal dispuestas en las basílicas de las grandes cofradías se iban llenado de dinero que depositaban los devotos con la intención de colaborar con los valiosos y envidiables proyectos caritativos que las hermandades sevillanas, de forma edificante, llevan a cabo como parte sustancial de su idiosincrasia.
Pero seguramente lo que más me llamó la atención durante esos días fue descubrir algo inverosímil para quien, como un servidor, nunca había visto nada igual por estos lares. Al salir de la iglesia que acoge al Cristo de Burgos, empecé a darme cuenta de que diversos grupos de escolares poblaban las aceras. A partir de esa chocante impresión fui cayendo en la cuenta de que aquellas excursiones callejeras pululaban por las calles del centro de la ciudad.
Fue al cruzar el puente de Triana donde presencié atónito una masificación de niños y jóvenes que circulaban en ambos sentidos portando la ilusión de visitar las imágenes que saben tocar el corazón de la ciudad y sus gentes durante los días de la Pasión sevillana.
Guardando cola para entrar en la iglesia que acoge a Nuestra Señora de la O, tuve la ocurrencia de preguntarle a un estudiante adolescente si estaba allí porque le obligaban los profesores. Su respuesta fue levantar la mano con cierto orgullo para mostrarme las pulseras de las cofradías en las que participaba como penitente. A su vez un coro de voces quinceañeras me hacía saber que toda la clase disfrutaba con aquellas visitas, que forman parte de un ritual que se hace cada año como demostración del cariño que se les debe guardar a las vírgenes y a los cristos sevillanos.
Dentro de la iglesia, decenas de niños recibían de sus profesores una breve pero entretenida catequesis sobre el dolor de la Madre ante el Hijo que va a ser crucificado y sobre las escenas de la Pasión que podrían contemplar la semana siguiente, gracias a la gran propuesta cofrade, en las calles sevillanas.
Al regresar hacia la Maestranza, el puente sobre el Guadalquivir seguía albergando niños y jóvenes que me hacían comprender cómo tomaba cuerpo de una manera certera el trasvase generacional de un gran amor hacia la Semana Santa procesional, fecundando la grandeza que Sevilla imparte a quienes beben la valiosa raigambre que brota del corazón maternal de una tierra que sabe exaltar y defender como pocas su propia identidad.
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