El ser humano, que es sapiens a la par que social, necesita crear arquetipos que fijen los jalones que articulan su devenir comunitario. Esto es válido para todos los ámbitos de su actuación, aunque en algunos se exprese con mayor intensidad que otros. Los eventos deportivos, académicos, castrenses, institucionales, incluyen muchos procedimientos que año tras año se repiten para dejar constancia de que estamos ante algo preexistente e importante. Y esto le da un valor. De la reiteración surge el rito y desde con el rito se acentúa el sentido de pertenencia al colectivo.
Las religiones requieren del rito. Sin el rito sería imposible organizarlas, lo mismo que sucede con los mitos, que siempre aparecen en el origen, y los símbolos que hacen posible su comprensión. A partir de ahí, con la estructura y jerarquía adecuada, el sistema religioso queda constituido.
Para el catolicismo, especialmente en sus manifestaciones más espontáneas y populares, que son las que nos atañen, el rito –también el símbolo– se convierte en algo fundamental, pues sin él se perdería todo. Los cofrades conocemos esto muy bien y por ello en las hermandades se valora, practica, fomenta y cuida, porque fija el actuar, porque es algo innato y demandado. Se necesita hacer lo que se hizo siempre, aunque ese siempre sean muy pocos años, ¡qué más da!, para sentirse dentro de un actuar que sí tiene sentido —así tiene sentido— y vivir en la certeza de que continuará poseyéndolo.
El conjunto de todo ello lo denominamos tradición, una palabra de significado bellísimo al implicar la transmisión de aquello que recibimos, conservando de esta forma nuestras raíces. ¿Es tradicional entonces la Semana Santa popular? Evidentemente sí; mucho, muchísimo. Y en ello radica buena parte de su éxito. Y contrasta un poco esto con la renuncia deliberada a lo «tradicional» que se constata en algunas celebraciones litúrgicas, reducidas a su mínima expresión, capadas en sus ritos… y que al final se quedan en nada, porque se les despoja del simbolismo y ritualidad que las introduce en el misterio. Y, sinceramente, ¿contribuyen estos procedimientos a que haya mayor asistencia? ¿Sirve acaso para el incremento de la devoción privar a las celebraciones de elementos fundamentales que la historia les fue asignado? La respuesta cae por su propio peso y a las pruebas nos remitimos. En cambio, la paraliturgia cofrade, con todas sus deficiencias y adherencias espurias, que las hay al por mayor, engancha y atrae a las masas. Por eso es el sector de la Iglesia más numeroso, aunque buena parte de su jerarquía lo ningunee y hasta desprecie.
La tradición es necesaria, es una riqueza que debemos conservar, potenciar, hacer evolucionar si las circunstancias lo requieren —porque las realidades vivas no son estáticas y deben adecuarse al tiempo y cultura que las enmarcan— y legar a la generación siguiente. Quienes solo ven ella los resabios del pasado y postulan su jibarización, o incluso supresión, en aras de una adecuación a la nueva sociedad son los nuevos iconoclastas, necios en el fondo, inconscientes e irresponsables, porque la renuncia a lo que nos constituye como cultura —y la religión se expresa también mediante la cultura— implica inexorablemente la extinción como civilización, en cualquiera de sus aspectos, incluido el que nos atañe.
0 comments: