jueves, 25 de septiembre de 2025

Lo normal no es extraordinario

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Juan Manuel Lorenzo Díez

Foto: Roberto Haro
 

25-09-2025


Vivimos tiempos en los que cumplir con el deber parece motivo de homenaje. Se aplaude al que toca el tambor, se agradece públicamente al que carga un paso y se elogia casi automáticamente al directivo que organiza una procesión. Pero, ¿acaso no es eso precisamente lo que se había comprometido a hacer? ¿No es eso lo que corresponde cuando uno asume, voluntariamente, una responsabilidad dentro de una cofradía?

No hablamos de cargos impuestos, sino de puestos aceptados libremente por amor a la hermandad, por orgullo de pertenecer y por el deseo de servir. Y eso, sin duda, es hermoso. Pero no debe confundirse con un espectáculo de méritos por cumplir con lo habitual. Quien decide servir a su cofradía no está haciendo un favor: está asumiendo un deber. Lo natural es que lo haga con responsabilidad, sin necesidad de reconocimiento constante.

Se podría precisar que el problema no es el agradecimiento puntual, sino la cultura que se genera cuando lo cotidiano se celebra como si fuera excepcional. Entramos entonces en una dinámica en la que todo se aplaude, incluso lo que simplemente es lo normal.

El hermano nuevo que llega, el joven que empieza, al ver esto quizá llegue a pensar que basta con estar presente o cumplir con lo básico para destacar. Por eso es importante transmitir, con cariño y claridad, que formar parte de una cofradía implica entrega y compromiso. Que lo verdaderamente valioso no siempre es lo más visible, sino aquello que se hace con constancia y espíritu de servicio, aunque pase desapercibido.

Cuidemos el sentido de lo que hacemos. Las cofradías no deben convertirse en escaparates de méritos fáciles, ni en pasarelas donde se premia todo. Deben ser espacios de servicio callado y entrega auténtica. ¿Hay algo más bello que el que carga por devoción, el que organiza por compromiso, el que limpia, ordena o prepara con humildad, sin esperar nada más que ver crecer a su hermandad?

Claro que «de bien nacidos es ser agradecidos», pero agradecer constantemente lo que es deber acaba por desdibujar el valor de lo extraordinario. Y cuando todo se premia, nada se distingue.

Hay que hacer bien lo que hay que hacer, cuando hay que hacerlo, sin esperar nada a cambio. Ese es el verdadero camino cofrade. Esa es la entrega que sostiene, en silencio, la vida de nuestras hermandades.

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