21-10-2025
Avanza octubre y los parques se visten de oro viejo. Las hojas de los plátanos, fresnos, chopos o nogales forman alfombras que el viento baraja con parsimonia. El sol capitula antes de las ocho y las noches de entresemana se rinden al brillo artificial de los estadios europeos. Salamanca, en este mes de claridades oblicuas, respira un aire melancólico y templado. Todo parece suspenso entre la nostalgia del verano y la promesa de una nueva Navidad.
Avanza octubre y con él un nuevo curso cofrade. Apenas treinta días de otoño y ya tres procesiones han cruzado nuestras calles con todos sus avíos. Y aún quedan dos para el próximo fin de semana. Una muestra de que la maquinaria cofrade salmantina, pese a sus altibajos, sigue latiendo con fuerza.
Tengo la impresión, no obstante, de que este curso dará tanto que hablar como que pensar. En pocas semanas se ha hablado de incidentes «coroniles», de cohetes y pasodobles, de esos cursos exprés que prometen formarte como un dirigente ejemplar en veinticuatro horas lectivas. Salamanca sigue siendo un laboratorio peculiar de fe, protocolo y vanidades.
Pronto se hablará del cartel, eterno motivo de debate. Nunca gusta a todos y, a veces, a nadie más que al jurado. Se hablará de cromos —prefiero el término clásico al anglicismo comercial— y de cómo una idea lúdica puede servir de cauce para fomentar la convivencia, la educación cofrade y aportar recursos a las hermandades y bandas, que tanto necesitan algo más que buena voluntad.
Habrá elecciones, autonómicas y cofrades. Y con ellas, el desfile habitual de candidatos sin vocación, de roces entre candidaturas y, si el año se tuerce, de alguna gestora improvisada. Se hablará de bandas, o más bien de su escasez, un fenómeno preocupante que evidencia que el relevo generacional también se tambalea entre cornetas y tambores. Encontrar un acompañamiento musical digno será, de nuevo, tarea de fe… y de chistorras como diría algún exministro.
Y, cómo no, se hablará del Vía Crucis de la Junta, del Cristo de la Agonía —soñado por muchos— y de los inevitables cambios de horarios e itinerarios. En Salamanca, las innovaciones suelen medirse con el metrónomo de la prudencia: rara vez los cambios superan los dedos de una mano.
Vendrán aniversarios, como el centenario de la quinta hermandad más antigua de nuestra ciudad. Que no sea una fecha más en un cartel, sino una ocasión para mirar atrás con gratitud y hacia adelante con compromiso. Porque como escribió Quevedo, «el que vive de recuerdos, vive de sombras», y las hermandades no pueden contentarse con ser un eco del pasado.
Se hablará también de vestidores, de cambios en los martillos, del descenso en las filas y del aumento de fotógrafos. Y se hablará poco —demasiado poco— de caridad. Esa palabra que debería conjugarse en presente, no en programas electorales. Se hablará de cultos internos, cada vez más centrados en la escenografía que en la interioridad, y nada, o casi nada, de formación. «Nada nuevo bajo el sol», como advertía el Eclesiastés, aunque el problema es precisamente ese, que el sol cambia y nosotros seguimos igual.
Seguirán, por supuesto, las discusiones bizantinas sobre estilos. El erróneamente llamado «castellano» frente al mal denominado «andaluz», o entre las propias variantes de este último. Pero convendría recordar —y aquí hago mía una idea de Unamuno, tan nuestro— que «la esencia de lo español es la diversidad en la unidad». No hay un solo modo de procesionar, ni una sola estética para expresar la fe. Si el dogma es común, la emoción puede y debe ser plural.
Y de la magna no me olvido. Aún sin confirmación oficial, ya está en boca de todos los mentideros cofrades. No soy sospechoso de afinidad con el actual consejo rector, pero justo es reconocerles el mérito: han logrado un hito inédito en la historia cofrade salmantina. Ahora toca rematar la faena —que diría Machado, «despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas»— y ofrecer un programa a la altura, con exposiciones, conferencias y, si el calendario y la sensatez lo permiten, esa salida extraordinaria que podría marcar un antes y un después.
No será fácil, pero el optimismo también es una forma de fe. Y yo elijo confiar, aunque solo sea porque el escepticismo, en asuntos de esperanza, nunca ha movido un paso ni encendido un cirio.
Y cuando todo esto pase, cuando los árboles vuelvan a vestirse de oro viejo y el sol vuelva a perder su trono, cuando la UEFA siga ocupando las noches de martes y miércoles, nos encontraremos de nuevo a las puertas de otra Navidad. Con los mismos anhelos, las mismas discusiones y, ojalá, con un poco más de hondura.
Porque, al fin y al cabo, la Semana Santa no es solo el espejo donde se mira una ciudad, sino también el lugar donde muchos buscamos —a veces sin saberlo— mirarnos a nosotros mismos.
Y acaso, en esa búsqueda, radique su verdadera perpetuidad.
0 comments: