lunes, 27 de octubre de 2025

Procesiones extraordinarias: ¿excepción o regla?

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Rafael López Borrego

Procesión extraordinaria de Nuestra Señora de la Esperanza 2025 | Fotografía: Alfonso Barco


27-10-2025


En los últimos años, hemos asistido a una notable proliferación de procesiones extraordinarias fuera de la Semana Santa. Lo que antes era un acontecimiento reservado a efemérides verdaderamente singulares o a la urgencia de un culto puntual, hoy parece haberse convertido en un recurso relativamente habitual. Este fenómeno, a menudo impulsado por la necesidad de celebrar aniversarios o misiones, nos obliga a debatir sobre la esencia de la Semana Santa y la identidad de nuestras hermandades.

El origen de esta tendencia está inevitablemente ligado al concepto de «sevillanización». Ciudades con una tradición más sobria y penitencial, como Salamanca o Valladolid, han visto cómo los modos andaluces —con sus marchas más alegres, el costal o el énfasis en la estética— han permeado sus costumbres. Las procesiones extraordinarias son la máxima expresión de esta efervescencia cofrade, buscando mantener viva la llama (y la visibilidad) de la hermandad más allá de la semana de Pasión.

Quienes defienden estas salidas argumentan, con razón, que son una herramienta poderosa de evangelización y fervor. La salida de una imagen bajo palio un sábado de septiembre, como ha ocurrido recientemente, congrega a cientos de personas en las calles (muchos de ellos turistas). Son un hito histórico, un orgullo patrimonial y una inyección de ánimo para la vida interna de la hermandad. Permiten, además, llevar el mensaje religioso o ligarse a actos de caridad concretos que justifican el esfuerzo.

Sin embargo, también existe una crítica a este tipo de manifestación religiosa. La principal objeción es que la normalización de lo «extraordinario» lleva inevitablemente a la banalización. Si las imágenes recorren las calles continuamente, el misterio, penitencia y solemnidad que rodea su salida durante la Semana Santa se diluye. Se corre el riesgo de convertir un acto de culto en un mero espectáculo de masas o, peor aún, en una exhibición meramente folclórica para disfrute de la banda y el fotógrafo.

No podemos obviar el impacto en la vida urbana. Una procesión, por espectacular que sea, es un esfuerzo logístico y un trastorno que implica, en ocasiones, cortes de tráfico, desvíos y el despliegue de cuerpos de seguridad. Mientras que en Semana Santa estos inconvenientes son asumidos como parte de la tradición anual, fuera de ella puede generar molestias y fricción con los vecinos que se realizan preguntas de todo tipo.

Esto nos lleva a la pregunta central: ¿Cuál es el rol de la procesión? Para muchos, la procesión es el acto central y la razón de ser de la hermandad. Sin el desfile, no hay mensaje. Pero la reflexión crítica nos recuerda que la actividad esencial de una hermandad no se realiza solo durante un día anualmente, sino que tiene que ver con el culto, con la formación y también con el ejercicio de la caridad.

Si una hermandad centra todos sus esfuerzos y recursos económicos en organizar una salida extraordinaria, ¿está descuidando su obra social? ¿Está el paso en la calle eclipsando el trabajo de la cofradía a lo largo del año? La procesión, incluso la de Semana Santa, debería ser la culminación de un trabajo anual basado en la fe y la ayuda al prójimo, no un fin en sí mismo.

Estaría bien que seamos capaces de establecer una reflexión sobre estos aspectos y preguntarnos por el criterio que se debe seguir en cada caso, siendo la excepcionalidad la guía que pueda ser seguida para este tipo de desfiles.

 


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