Hace
algunos meses (este verano) me asaltó de repente el interés ―y sobre todo la
curiosidad― por conocer al autor del himno que aparece en las Completas del
miércoles. Ciertamente, muchos de los himnos que rezamos en la Liturgia
de las Horas tienen un autor conocido, pero en este caso para mí era un
secreto. Me puse a buscar en internet, introduciendo los primeros versos,
seguidos de la indicación «autor» (porque solo con los versos todas las
búsquedas te remiten al breviario o himnario o Liturgia de las Horas).
Y
cuál no sería mi sorpresa al ver que nadie hablaba del autor, nadie lo
reconocía o nadie sabía quién era (al menos en aquella época en la que yo hice
la búsqueda). Sí que es verdad que había varios estudios acerca de la feliz
idea de incluir una seguidilla como forma literaria popular en un entorno más
«culto», pero sin atribución de autoría.
En
efecto, la seguidilla es una forma lírica de origen popular que comenzó a
incluirse como unidad estrófica dentro de la poesía culta a principios del XX,
especialmente a partir de la Generación del 27, aunque ya los novecentistas lo
habían hecho. Y algunos autores ―más allá de García Lorca― lo efectuaron de
manera profusa, como es el caso de Gerardo Diego. Consiste ―si nos atenemos a
lo literario― en una estrofa de arte menor, de cuatro versos, con distribución
silábica 7-5-7-5 y rima asonante en los versos pares.
Precisamente
ese rasgo, así como la musicalidad y los antecedentes en la Liturgia de las
Horas, me hicieron surgir la corazonada. Podría tratarse de una obra de
Leopoldo Panero, el padre, para diferenciarlo de uno de sus conocidos hijos,
Leopoldo María Panero. A nadie se le escapa que muchos de sus poemas se han
usado para himnos del Breviario, así que no era descabellada la posibilidad.
Hice
una búsqueda en mi PDF de sus obras completas, y no fue ninguna sorpresa ―a
decir verdad― confirmar que dicho himno estaba basado en una de sus poesías,
ligeramente modificada (como es bastante habitual, por cierto, en tal
himnario).
Concretamente
es un inserto ―en forma de la ya descrita seguidilla― dentro de su extenso
poema en endecasílabos (aunque tiene intercalados algunos fragmentos en otras
estrofas, como el caso que nos ocupa) La estancia vacía, uno de sus primeros
éxitos que llegó a ver la luz como edición independiente antes de entrar en sus
antologías.
Con
respecto al original, el himno de oración ha suprimido la estrofa primera y la
ha sustituido por la final o cuarta (quinta en el poema primigenio) creando así
una sensación no solo repetitiva o de estribillo, sino un efecto de composición
anular (apertura-cierre) o Ringkomposition.
Incluimos
aquí el original, antecedido y seguido de los versos correspondientes, para
situar el contexto en el que se usa en la obra germinal.
[…]
reposa la ciudad sobre su historia,
triste
de galerías tras la lluvia,
montón
de soledad, desdén del tiempo,
osario
de mi amor y lenta cumbre
de
las profundas horas de mi infancia.
Reposa.
Pero ¿en dónde y para siempre,
la
mano que sostiene nuestros días,
volverá,
como el lago en sus riberas,
a
juntar tersamente mis palabras
y
a encerrar en su música mi sueño?
Como
la luz y el viento
desde
una torre,
mi
corazón Te sueña,
no
Te conoce.
¿Entre
qué manos, dime,
duerme
la noche,
la
música en la brisa,
mi
amor en dónde?
¿La
infancia de mis ojos
y
el leve roce
de
la sangre en mis venas,
Señor,
en dónde?
Lo
mismo que las nubes
y
más veloces,
¿las
horas de mi infancia,
Señor,
en dónde?
Tras
las cimas más altas
todas
las noches
mi
corazón Te sueña,
no
Te conoce.
No
Te conoce el corazón. Secreto
es
el umbral de Tu niñez. La sombra
del
tiempo se levanta para siempre
lo
mismo que un jardín de Tu palabra.
No
Te conoce el corazón. ¿Acaso
Te
ha encontrado otra vez sobre la nieve,
descalzo
caminante del silencio,
y
ha pasado sin verte hacia la nada? […]




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