viernes, 29 de abril de 2022

La aceitada más amarga

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Conrado Vicente

Santísimo Cristo de la Buena Muerte de Zamora (detalle) | Acuarela de Francisco Somoza
29-04-2022

Las protestas, en algún caso exacerbadas, por la suspensión «histórica» (como tituló La Opinión de Zamora) de la procesión de la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, una de las más emblemáticas de la Semana Santa zamorana, por la amenaza de 0,7 mm de lluvia (que, y para ser fiel a la realidad, se materializó una hora después) reabre, si es que alguna vez se ha cerrado, el debate sobre la protección de las imágenes ante las inclemencias atmosféricas y su culto en la procesión, finalidad, la del culto, no debe olvidarse, para la que fueron creadas o en un momento dado se consiguieron para gloria de la cofradía y de la Semana Santa correspondiente más que en muchos casos de la propia imagen.

La suspensión fue más dolorosa y causó mayor frustración en público y cofrades por la ausencia obligada de procesión durante los dos años de pandemia, pero sobre todo por ser la primera vez que esta cofradía, que lleva en su nombre la condición de penitencial, no salía a la calle en sus casi cincuenta años de historia, habiéndolo hecho con lluvia, viento y nieve. No contemplan sus estatutos la obligatoriedad de procesionar ante las inclemencias, pero en el sentir colectivo de muchos semanasanteros, o sin serlo, se asume esa premisa como elemento sustancial de la devoción cofrade zamorana.

Desde la sensatez (y con una buena dosis de corrección política) nadie se atrevería a contradecir la opinión técnica de la autora de la última y reciente restauración de la imagen, al sugerir la suspensión para evitar el efecto de la lluvia sobre la talla. Pero desde el corazón, cofrades y espectadores se quedaron, nos quedamos, con las ganas de rezar al Cristo, para muchos «su» Cristo, en la calle, rozar las manos de los amigos en las filas y sentir el calor de los hachones en los rostros y el escalofrío del «Jerusalem» de la Plaza de Santa Lucía en la piel. Como una aceitada amarga en el surtido de ricos zamoranos que se esperan durante todo el año.

La lluvia no es el único enemigo de las tallas durante la procesión, pero es uno de los pocos que pueden sortearse. Los cambios de temperatura entre el lugar de depósito de una imagen (la iglesia, el museo, una panera…) y la calle, la humedad ambiental, la exposición a la luz solar en el caso de desfiles diurnos, los agentes contaminantes presentes en el aire, o el mismo viento, son factores conocidos por cualquier restaurador que afectan al deterioro de la madera y las pátinas de policromía. Por eso, periódicamente, y sin necesidad de haber estado en contacto directo con el agua, una imagen necesita pasar por el taller para restablecer su equilibrio estructural y estético. Y a pesar de ello, los cristos, las vírgenes, los grupos escultóricos salen a la calle porque esa es la finalidad para la que fueron esculpidos.

Sin querer enmendar la plana a ningún experto, me cuesta pensar que no existan soluciones para proteger de una previsión de lluvia de 0,7 mm una imagen de poca envergadura y fácil transporte. Máxime cuando el aviso se conocía desde una semana antes. Desde el montaje de una ligera estructura para colocar una protección transparente (sí, un plástico como se ha hecho en otras ocasiones) sin necesidad de que roce a la imagen, la colocación de alguna carpa en puntos estratégicos del itinerario para resguardarla en caso de mayor intensidad de lluvia, el acortamiento del recorrido…

Comprendo la dificultad de adoptar una decisión de suspensión y la congoja que debió suponer para el abad de la Buena Muerte, como para cualquier otro, cuando, como se cuenta, los técnicos le decían que no (?), el obispo que tampoco (!), algunos hermanos que sí, el público en las aceras esperando con ilusión, y media ciudad movilizada para que todo saliera bien. Pero eso solo debería haber ocurrido ante una inclemencia inesperada, y no en las circunstancias previstas. La decisión tomada, precipitada y poco meditada, solo tuvo en cuenta el factor conservación. Para nada la devoción (espiritual y profana), la tradición penitencial, la expectación por el reencuentro después de tres años de espera, ni la emoción de los más pequeños en su primer Lunes Santo en Balborraz. Lo dicho, la aceitada más amarga de la Pasión zamorana.


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