viernes, 23 de junio de 2023

La pedrada

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Ramiro Merino

Grabado de Jesús Nazareno, realizado por Manuel Salvador Carmona en 1807 (Biblioteca Nacional)

23-06-2023


(A Nacho Pérez de la Sota,
que se refirió emocionado a este poema, en esta revista, en mayo de 2018)

 

Sin duda uno de los mayores atractivos de nuestra Semana Santa es su riqueza plástica y el impresionante compendio de cultura y tradición que atesora. Todas las manifestaciones artísticas se han embebido de su trascendencia y el sentido profundo que subyace en este tiempo crucial de la historia de la humanidad. Y uno de los aspectos más relevantes, porque permanece inalterable en su esencia pese a las innovaciones temporales, es el modo en que despierta la piedad popular. Las imágenes que colman los templos y las calles, arropadas por un séquito de fieles y curiosos, al compás de la música o el silencio, pueden llegar al corazón mejor que los sermones o los discursos. Hoy, igual que hace décadas, siglos, la imagen del Nazareno sigue conmoviendo y traspasando la sensibilidad de quien la contempla con mirada sencilla y limpia.

José María Gabriel y Galán, poeta de honda religiosidad y profunda sencillez, maestro de vocación y enamorado de la vida campesina y rural, lo reflejó magistralmente en un extenso poema titulado La pedrada, en los albores de siglo XX. En una sucesión de quintillas ‒estrofa de métrica castellana, de cinco versos de arte menor, en la que ninguno puede quedar suelto y no pueden rimar más de dos seguidos ni tampoco acabar en pareado‒ conforma esa atmósfera conmovedora a partir de una anécdota: la indignación que lleva a un chiquillo a descargar su rencor contra la imagen de un sayón, que para él es la encarnación de la maldad, arrojándole una piedra que golpea brutalmente su cabeza y la desprende del tronco.

El poeta rememora la escena desde su infancia, recreando el tiempo de la Semana Santa en una atmósfera de tristeza y emociones aprendidas (me enseñaron a rezar / y como amar es sufrir /también aprendí a llorar), una atmósfera plasmada en dramáticos contrastes que la figura del Nazareno evoca: su imagen (túnica morada / frente ensangrentada / soga al cuello), los sentimientos que despierta (las entrañas se me anegan / en torrentes de amargura / lágrimas me ciegan), la paradoja de sugerir emociones antitéticas (me hiere la ternura / (...) qué dulce, qué sereno / caminaba (...) / con la cruz al hombro echada / (...) y el amor en la mirada). En aquella atmósfera de piedad compartida, en aquel tiempo en que la vida se entristecía / cerrábanse los hogares / y el pobre templo se abría, todos participan desde su condición asumida: los hombres, abstraídos, encapados (...) con hachones encendidos / y semblantes apagados (...) viejecitas y doncellas enlutadas / doloridas, angustiadas (...) los niños silenciosos, apenados (...) Todos caminábamos sombríos / junto al dulce Nazareno, / maldiciendo a los judíos (...) que mataron al Dios bueno. Y en medio del sentido dolor ante el paso del Nazareno, el rapazuelo que se incendia de furia ante la inhumana injusticia del sayón que golpea a Jesús con su látigo y se toma la justicia por su mano, ¡porque sí; porque le pegan / sin hacer ningún motivo!

Poesía sencilla y directa, sin artificios ni sofisticados recursos, que conmueve y sugiere profundos sentimientos. Quién sabe lo que hubiera surgido de la pluma de José María si la muerte no le hubiese llegado a una edad tan temprana. Intuyo cuáles habrían sido sus senderos poéticos. Resulta bien significativo que Unamuno se sintiese interesado por su poesía, a partir de la concesión de un premio literario convocado por la universidad de Salamanca, y cuyo jurado presidía. Pero esa es otra cuestión.  


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