La Piedad, a su paso por la Plaza Mayor en la mañana del Viernes Santo | Foto: Pablo de la Peña |
17 de febrero de 2020
Cuando este artículo atisbe el portón digital de chiqueros, la campana gorda de la catedral de Ciudad Rodrigo habrá convocado a los encierros del frío, a la celebración de las carnestolendas más taurinas del universo mundo.
Serán días de encuentros, fríos, almuerzos de farinato y huevos, ágora empalizada y cuernos, muchos cuernos.
Porque a ningún mirobrigense se le ocurriría trocar el Carnaval del Toro por algo que no fuera dicha celebración. En ella, hasta podríamos quitar las calles, las talanqueras, la propia plaza, por supuesto el disfraz (no hay mejor atavío que un pantalón viejo, marianos bien subidos, sudadera roída y pañuelo o braga polar), pero el toro no. El toro, nunca. La sombra de las navajas acunadas en los dinteles de la Puerta del Sol han de ser goznes del terror y esencia de la fiesta.
Hace tiempo que, en un pueblo de la Sierra de Madrid, de nombre Mataelpino, decidieron, por mor de circunstancias, terminar con los encierros de toros y travestirlos en despeñe de una bola grande sintética. De este modo, lograron, además de agilizar los permisos pertinentes, abaratar seguros y contrataciones, realizar un encierro a su manera. Una especie de pin ball con sus munícipes y síndicos al frente. Visto en lo que se han convertido algunas ferias taurinas, he de reconocer mayor peligro a una bola calva que a cualquier cornúpeta afeitado, pues son cencierros, encierros de cencerros.
Hete aquí que tras las últimas nuevas (cada vez más viejas) de nuestra Semana Santa, hemos logrado realizar encierros de bolas de billar (por eso de quienes los pensaron, y más quienes los promovieron y autorizaron, o autorizaron y promovieron no sé en qué orden) con el infame fin de quitar al rey de la fiesta. Que hay que realizar una hermandad a costal, se hace. Que hay que eliminar a la hermandad que había maridado perfectamente (como Ciudad Rodrigo hace del antruejo y el toro) centro, sur y norte, con un inconfundible sello charro, se hace. Que hay que ofrecer el Banco de España, digo, perdón la Catedral, como sede a todo quisque, pues se hace; que para eso ya se vacían los templos o se convierten en museos del ateísmo. Que hay que hacer coincidir chicotás con silencios en las vísperas del Domingo de Ramos, se hace. Puestos a imitar a mi paisano (de nacencia) Urkullu, podían haber realizado elecciones a Prior, Cabildo Catedralicio o a Consejo Diocesano de algo, el Domingo de Palmas. También por mor de la "galleguidad feijooiana" son muchos los que han amagado y no dado para seguir igual.
Y oye, cualquiera se queja de que la bola no tiene cuernos. Porque le dirán que para qué se mete en camisas de once varas. Que lo del encierro de bola ha sido un éxito turístico. Que además reporta ingentes beneficios a la localidad. Que es pintoresco. Que ahora todo es mucho más sencillo. Que se han comprometido a estar en casa a las diez (veremos si son niños buenos de papá, o adolescentes rebeldes que arañan tiempos y fugas). Que, además, aunque el Jueves Santo es el día de la Sagrada Cena y primera Eucaristía, ya se sabe que litúrgicamente los católicos vamos a misa los domingos o las vísperas de estos, y por ello, podría la Santa Veracruz, sacar su nuevo ángel con el Doctrinos en Pascua y realizar su estación de penitencia pascual el Lunes Santo. Total, el sentido común está para pasárselo por las entrañas concupiscientes, pues en San Martín no se paga y en la seo, sí. Que es mejor llenar las andorbas que alimentar las almas.
Pero, travistiendo que es gerundio, lo que la gente de la urbe no sabe, es que una vez que el toro agoniza, no vuelve. Las dehesas desaparecen, y la encina y el alcornoque retuercen los últimos escorzos de sus leños antes de emitir sus gemidos mortales, esperando puntilla. Y que, aunque pensemos que las bolas son inocuas, cuando desde palacio se mira a otro lado, o se permite su alumbramiento, cuando menos te lo esperas, tienes sustos y heridos. Pues en ese pueblo (no recuerdo si Mataelpino o "Jodeltoro"), ha habido numerosos percances con el encierro del bolón de los escrotos sin crotales; alguno de ellos grave.
Estamos quitando la seriedad de nuestras procesiones por coreografías cómicas que devengarán en tragedias. La tauromaquia, si no quiere devenir en tragedia, debiera mantener su esencia trágica.
¿Alguien se imagina que en Miróbriga cambiaran el toro por cencierros de bolas y chirigotas? ¿Que el farinato con huevos trocara en puntillas rebozadas y manzanilla? ¿Que el Toro del Aguardiente fuera el Astado del Fino la Ina?
Porque, como dijo el poeta, en la fiesta de los toros se muere de verdad. El albero es patíbulo cada tarde y, aunque sea de vez en cuando, de cuando en vez el diestro la palma. En la Semana Santa, también muere Dios. Nosotros estamos, como "Próculas" del siglo XXI, tratando de que Pilato indulte un buey bien acencerrado y debidamente castrado para cargarnos esta celebración cristiana sin parangón. ¿Habrá bolas bajo los birretes, solideos o hábitos para no hacerlo?
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