miércoles, 11 de marzo de 2020

Un tiempo favorable

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Tomás González Blázquez

Cofrades de la Vera Cruz junto a su capilla en los últimos instantes de la procesión del Lunes Santo | Foto: M. López Martín

11 de marzo de 2020

Un buen amigo cita a menudo, y siempre viene a cuento, el capítulo 3 del libro del Eclesiastés, ese que dice que hay un tiempo para todo. La Cuaresma se nos presenta como "un tiempo favorable", así se escuchaba en la celebración del Miércoles de Ceniza a través de las palabras de Pablo a los Corintios, pero ocurre que, a veces, cuesta sacar esa oportunidad del esquema humano y enmarcarla en la voluntad de Dios. La impaciencia nos consume y se hace difícil aceptar que "todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo". Confundimos el tiempo favorable con el tiempo misterioso de quien está por encima de las horas, las cuaresmas y los siglos. A mí me pasa mucho, y por eso agradezco a mi amigo que me remita al Eclesiastés.

Tiempo de nacer, para esos pequeños y no tan pequeños nuevos cofrades que estas semanas se han tomado medidas para su primer hábito procesional y recibirán con orgullo una medalla que, ojalá, luzcan con más satisfacción cada vez, si cabe, hasta que les llegue el tiempo de morir, como a los hermanos que nos acaban de dejar y que justificarán crespones negros, oraciones sentidas, flores de los pasos sobre sus tumbas y memoria agradecida de los que seguimos su estela cofrade.

Tiempo de plantar la semilla ya brotada en tallo de una nueva procesión de Jueves Santo, porque nos regalará un anuncio hermoso de la Institución de la Eucaristía, y desde San Esteban, porque lo hace como Cofradía del Rosario, y esa es su casa, aunque muchos estamos sorprendidos porque se vaya a estrenar en Sábado de Pasión y desde la Catedral; y tiempo de arrancar las ramas secas de las rencillas y recelos que lastran el crecimiento del árbol semanasantero, porque una poda de claridad y franqueza garantiza buenos frutos en el futuro.

Tiempo de matar las malas costumbres, como los rumores, bulos y difamaciones que castigan a las personas y resquebrajan las instituciones, y aquí hablamos de cofrades y cofradías, y tiempo de sanar esos asuntos enquistados que se han dejado infectar, como las malas relaciones entre cofrades que un día fueron amigos y que, si no pueden volver a serlo, que al menos por su desencuentro no dejen de ser cofrades.

Tiempo de destruir la endeble fortaleza de algunas juntas directivas endogámicas, de grupos cerrados de hermanos de carga, o de música, o de canto, o de cultos, o de montar altares, o de vestir imágenes, o de cualquier tipo, o de corrillos de cofrades sin ninguna intención de abrirse ni de salir de su rutina ajena al sentido de una hermandad, para que llegue un tiempo de construir en las cofradías verdaderas comunidades cristianas, con sus luchas y sus debilidades humanas pero la vocación de ser fieles al mandamiento nuevo.

Tiempo de llorar por algo más que la emoción, muy respetable, y más admirable cuanto más íntima y cuanto más sobria, y tiempo de reír en esos montajes de pasos, cenas de convivencia y tantas ocasiones en las que se hace hermandad, porque aquello no es un trámite ni un trabajo sino un querer estar juntos.

Tiempo de hacer duelo porque el Señor ha muerto, se le ha bajado de la cruz y marcha yacente en su Santo Sepulcro, y tiempo de bailar con sones charros porque es mañana de Pascua y no se entiende otra cosa diferente a que todas las cofradías de Salamanca, sin excepción, ni excusa parroquial, ni alegación subsanable, acompañen la danza alegre en torno a Jesús Resucitado.

Tiempo de arrojar piedras que a menudo caen en el propio tejado de la Semana Santa o de la hermandad de turno y, sin dilación, tiempo de recogerlas para que dejen de abollar la techumbre de un mundo, el nuestro, que no está tan sobrado como para soportar el peso triste y dañino del fuego amigo lanzado con catapulta desde nuestra misma retaguardia.

Tiempo de abrazar, sí, por fin, a ese cofrade con el que últimamente he dejado de compartir una breve conversación, o incluso de saludarme, o hasta he hablado mal de él a otros, mientras llego a la conclusión de que es tiempo de desprenderse de lo que nos separa y nos quita la condición de hermanos.

Tiempo de buscar argumentos y razones objetivas para llegar a acuerdos con aprovechamiento de los recursos a nuestro alcance, léase el Servicio Diocesano de Patrimonio Artístico para decidir los cofrades de la Vera Cruz la incorporación al paso del Ángel Anunciador de la Resurrección, por poner un ejemplo reciente en el que no se ha hecho esa búsqueda formalmente, y tiempo de perder la vieja inclinación al efecto sorpresa, los hechos consumados y la resignación conducente a aceptar el mal menor.

Tiempo de guardar la tradición heredada, sea mucha o poca, más pura o más enriquecida o desviada con influencias posteriores, sin despreciarla porque se aleje del gusto estético imperante, y tiempo de arrojar, con respeto a los sentimientos y delicadeza en las formas, aquello que se puede sustituir por algo mejor y aquello que, por superfluo o innecesario, simplemente debe apartarse, como algunas insignias, hábitos impropios y actos procesionales vacíos o confusos.

Tiempo de rasgar el corazón, no las vestiduras (vuelvo a la Palabra de Ceniza), para que en el tiempo de coser se restañen los grandes jirones que laceran el lienzo de varias hermandades y, en esta y otras tareas, pueda ser útil, porque es un traje de trabajo más que de fiesta, el que, a la medida de las cofradías, encargó la Asamblea Diocesana y diseñó el obispo Carlos para las cofradías: esas Normas Diocesanas aprobadas ya hace más de ocho meses y que, dentro de unos pocos años, no quisiera tomar en mis manos y experimentar ese tacto tan desagradable del papel mojado.

Tiempo de callar, lo que no hacemos aquí en este espacio de incontinentes opinadores, aunque hay otros que opinan tanto o más en otros foros y con la misma pretensión de ser escuchados, y tiempo de hablar porque alguien tendrá que decir que no es muy aceptable que, con esas Normas aprobadas, de las salidas extraordinarias se entere la Coordinadora Diocesana de Cofradías por la prensa, y detalles de este calibre.

Tiempo de amar la Semana Santa de Salamanca como si todos nos lleváramos estupendamente y como si no sufriéramos nada con ella, porque si hay un tiempo de odiar debemos dedicarlo a todo aquello que pone trabas al amor, y cada cual sabrá empezar por uno mismo a revisarlo.

Tiempo de guerra, porque eso parece tantas veces cuando discrepamos, una guerra con gobierno y oposición, con parámetros mundanos, con estilos ajenos a los que nos deberían definir, y tiempo de paz que ha de llegar, y que cada Cuaresma y cada Pascua llega aunque prefiramos mirar hacia otro tiempo menos favorable.


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