Especial Semana Santa 2020 | Martes Santo
Félix Torres
Hábito de la Hermandad Universitaria del Santísimo Cristo de la Luz y Nuestra Señora de la Sabiduría |
07 de abril de 2020
Hace poco más de tres minutos que ha sonado el despertador y sigo remoloneando en duermevela entre la calidez de estas sábanas que en los últimos días apenas saben cuál va a ser su hora de trabajo.
Sigo quieto, tan a gusto con los ojos entrecerrados, que daría cualquier cosa por no tener que levantarme. Por seguir aquí como si esta fuese la mañana del domingo. ¡Qué digo del domingo! ¡Como si fuese la mañana de anteayer, Domingo de Ramos!
¡Ah! ¡No! De Ramos no, que hubiera tenido que levantarme para la misa, para celebrar que un año más un grupo de amigos, de hermanos, agitamos nuestro ramo de laurel dando la bienvenida al Salvador… que nosotros sabemos por qué lo hacemos. Y nos saludamos. A algunos como si hiciera un año que no les vemos. A otros, porque hace un año que no les vemos. Abrazos, comentarios, novedades… y chocolate con churros. ¡Qué bonita tradición!
Tengo que espabilarme. No sé qué me pasa este martes, que es como si una pesada losa me anclase a la cama sin apenas permitir que me mueva. Vamos, que ya es martes, nuestro martes, me dicen desde el salón quienes llevan más de tres semanas soportando mis horarios, mis jornadas maratonianas al pie de tantas camas que no he podido ni aprender el nombre de mis pacientes. Yo. Que siempre presumí de conocerlos por sus nombres. De tratarlos como si fuéramos conocidos de siempre… Y ahora, veo a conocidos de toda la vida y apenas puedo pronunciar sus nombres.
Pero hoy es martes. Hoy es el día. Esta tarde, de anochecida ya, agarraré hábito y alpargatas y me iré hasta la Clerecía como siempre, caminando sin prisas, saboreándolo. Y saludaré a Luis y a Miguel Ángel, como siempre. Abrazaré a Manolo y daré dos besos a Azucena. Siempre lo hacemos. Somos compañeros. Y a los demás, claro. Saludos y expresiones efusivas cargados de ese gusanillo nervioso que nos ronda por dentro en esos momentos en que ya vamos a agarrar nuestra cruz. ¡Nuestra cruz! Para salir a dar testimonio. Para orar y prometer no solo silencio sino nuestro compromiso con los demás. Nuestro contrato moral con cuantos nos rodean. Nuestra entrega, que va más allá de lo que dice esa oración que tras tantos años, casi la sabríamos de memoria.
Sigo entre sueños, pero debo levantarme. Son las siete de la tarde. El reloj no espera y debo ir vistiéndome, que dentro de nada pasan a recogerme. Me aseo. Una ducha rápida para quitar ese dolor que no se va desde que cargué con aquella anciana para echar una mano. Un poco de crema en la cara para mitigar esas marcas de unas gafas que se clavan más allá de los huesos. Y a tomar un café bebido en un par de sorbos mientras pienso en todo lo que me espera. Mascarilla, tensión, gafas protectoras, impotencia, bata, esperanza, calzas, ilusión, gorro, piedad…
Sí. Soy de la Hermandad Universitaria y sé con certeza que nuestro Cristo de la Luz y Nuestra Señora Madre de la Sabiduría me acompañan. Pero hoy, Martes Santo de dos mil veinte, soy médico y voy a cubrir la procesión entre camas y enfermos. Porque hoy también sale la procesión para mí y para tantos otros que damos cuanto sabemos para devolver lo que nos dieron.
Lo dice la Oración y es mi compromiso.
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