lunes, 6 de abril de 2020

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Especial Semana Santa 2020 | Lunes Santo


Ana Pedrero



06 de abril de 2020


Es medianoche de este Domingo de Ramos que ya apunta a Lunes Santo. Aquí, en Zamora, la lluvia cae como con prisa sobre las calles desiertas, sobre esta plaza mía que despunta en primavera mientras el mundo se ha detenido.

Llueve como aquel primer Lunes Santo en que acudí a la capilla dorada para seguir el rastro, la sombra de la Cruz del Cristo de los Doctrinos, mi Cristo, aquel cuyo empeine se hizo a la medida de mi mejilla, cuyos dedos desgastaron los besos, no los siglos. Mi Salamanca Santa.

Llueve como aquel Lunes Santo pero no es la misma lluvia, ni el mismo tiempo, ni aquella espera, ni la duda sobre si abrir o no las puertas, ni el revuelo de túnicas y capas ni aquel dolor cuando todo quedó suspendido y rezamos de puertas adentro. De puertas adentro, así como vivimos, aunque no podamos contener la primavera. Hoy no hemos mirado al cielo, este cielo que cada noche multiplica sus estrellas mientras la tierra se abre de dolor, herida, y los que se marchan nos alumbran desde lo alto.

Hoy el Campo de San Francisco amanecerá desierto y solo el aire se apostará junto a las piedras de la Vera Cruz llamando con sus nudillos a unas puertas que no se abrirán. Solo el agua hará procesiones por las calles de una Salamanca que ha guardado túnicas y caperuces pero late viva tras las puertas y ventanas.

Está vacía la capilla, apagadas las velas, reposado el incienso, en flor los cardos; dormido nuestro Cristo Dormido, el que nos abraza desde la Cruz; tanto silencio, tanta quietud en este Lunes Santo que no parece Lunes Santo.

Quizá sea ésta la penitencia de un mundo que jugaba a ser Dios y se ha paralizado ante un enemigo invisible, esta realidad tan brutal que parece ficción. Quizá íbamos descalzos por la vida sin saberlo, arrastrando cadenas pesadas que nos ataban a la tierra y a todo lo material sin dejar su lamento contra las losas, sin avisarnos. Quizá sea la libertad este confinamiento, santo este viaje interior que emprendemos en soledad, ahora que todo es tan incierto y los días tan largos.

Pero es Semana Santa y Dios ha regresado hecho hombre para morir y resucitar entre los hombres, entre nosotros. Quizá no lo sabíamos, pero nunca había sido tan santo como ahora este tiempo. No lo imaginábamos, pero nunca habíamos estado tan cerca de Cristo, cargando con su Cruz.

Quizá no lo sepamos, pero cada tarde a las ocho pasa por las calles de la Salamanca inédita, la Salamanca vacía, y nos llama a la vida y a la esperanza porque es la Vida, porque se alzará sobre tanta muerte, sobre tanto dolor.

Y yo desde aquí, tan cerca, tan lejos, cierro los ojos y regreso siempre a tus pies, poso mi mejilla en tu empeine, rezo hacia dentro, beso tu dedo regresado a la madera y te sueño llenando de Luz este mundo tan a oscuras; consolando a una ciudad que hoy hace procesión desde casa, que nunca te sintió tan cierto sin salir de tu capilla, sin descender de la Cruz.

Amor mío, Cristo de los Doctrinos que sostienes en tus brazos Salamanca entera.


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