El Cristo de la Agonía Redentora, en el crucero norte de la Catedral Nueva | Foto: Manuel López Martín |
24 de abril de 2020
Podría escribir que he echado todo de menos y acabar aquí el artículo. Y sería cierto. Disiento frente a esa ola general que afirma que no se ha suspendido la Semana Santa. Vengan a mí calificativos de "procesionero", pues pocos insultos –si es que tal palabro puede así considerarse– pueden halagar tanto. Se ha suspendido todo. O casi. Y nada de lo mucho y bienintencionado que se hizo online ha suplido esa carencia. ¡Afortunadamente!
Estará en esto de acuerdo Conrado Vicente, zamorano por encima de todo, aunque lleve más de media vida avecinado en Salamanca. Porque este año Conrado no ha vuelto al Ramos Carrión para celebrar el Domingo de Ramos, ni ha ofrecido a los amigos su balcón de Santa Lucía en la noche del lunes, ni ha empujado a la Esperanza por Balborraz el jueves. Conrado, que nunca procesionará en Salamanca como tampoco lo haré yo en Compostela, no ha vuelto a casa esta Semana Santa. Y no ha vuelto porque todo se había suspendido.
Eché de menos los viajes por tren o carretera, el recuerdo y la oración entre las tumbas en San Carlos, los cafés amigos en El Alcaraván, el inconfundible olor a nuevo del domingo. La inquietud y los abrazos que solo se dan cuando es Miércoles Santo en la Catedral, las horas de alpargata e introspección, la verdadera Nochevieja. Y al despertar el jueves, el arroz con leche de Antonio y las torrijas de Ángela, que este año habrían tenido que ser sin gluten. Eché de menos ir de ganchete con mi hermana, el timbre de Bea en la madrugada del viernes, la hornacina de San Pablo vacía, el cansancio cuando todo está consumado un rato después… El almuerzo del sábado y hasta las despedidas al declinar el domingo. Todo.
No se ha perdido el sentido y la Pascua, aquí la tenemos, vino a socorrernos cuando más la necesitamos, aunque vayamos a tener que cargar esta cruz inesperada durante un tiempo largo, incierto todavía. Pero ha vuelto a quedar un año. Y, sí, las cofradías no se pueden conformar con una semana. Claro que no. Pero sin esa semana serían otra cosa. Así lo siento y aquí lo digo, sin prisa en la pausa. Sin despedirme hasta el año que viene, hermanos.
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