(Arturo Pérez-Reverte, Línea de fuego)
El caso es que en las últimas semanas unas palabras, unas pocas, catorce exactamente, han generado todo tipo de reacciones en el seno de la Iglesia. «Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia porque son hijos de Dios». Son palabras del Papa Francisco, que desde su sencillez vienen a anunciar, o eso parece, un definitivo cambio de postura en torno a la cuestión de la homosexualidad entre los cristianos.
Hay quien ha dicho ya era hora, hay quien espera posibles matizaciones y hay quien se ha echado en brazos del escándalo. Sobre estos últimos no tengo consideración ninguna que hacer, allá ellos, pero sí me gustaría hacer aquí una rápida reflexión sobre lo que supone abrir la puerta a la aceptación de la realidad LGTBI desde la Iglesia.
Si hay un valor que a mi juicio tiene el mundo cofrade de Semana Santa, sin duda parte de la forma de vida cristiana que hoy se nos ofrece, y particularmente el mundo cofrade de Salamanca, que es el que yo he podido conocer más profundamente, es su aceptación total de la diversidad de la sociedad que lo envuelve.
Jamás, al menos en los tiempos recientes, hemos visto una discriminación por cuestiones económicas. Más bien todo lo contrario, las cofradías han impulsado la caridad hacia afuera pero también hacia dentro como uno de sus principales pilares identitarios. También podemos sentirnos bien orgullosos de formar parte de una Semana Santa que rompió barreras en cuanto a igualdad de hombres y mujeres hace mucho tiempo. Que incorporó en los 70 a las primeras cofrades de toda España en absoluta igualdad con sus hermanos y que, entre otras cosas, permitió portar pasos a cargas femeninas también de forma pionera. Además, la presencia de la mujer en las juntas de gobierno y cargos es, felizmente, un territorio que también se va conquistando.
¿Lo ideológico? Por más que algunos se empeñen en un reduccionismo trasnochado, tampoco define ni mucho menos el mundo cofrade. No he visto a nadie preguntar a qué partido vota tal o cual persona. Sin duda, los cofrades que lo desean externalizan sus orientaciones políticas, pero no en cuanto a cofrades, sino en cuanto a ciudadanos libres con su propio criterio. Y ser de tal o cual opción no da o quita derechos. Ni en la fila, ni debajo del paso.
Tampoco la orientación sexual es una cuestión a la que nadie se pregunte en una cofradía. Hermanos y hermanas que, sin duda, buscan su encuentro con Dios desde su propia realidad, que se suman a un ejercicio cultural y religioso colectivo que tiene, insisto, en la diversidad su mayor fuerza.
Negar que hay cristianos LGTBI es una estupidez, como lo sería negar que los hay dentro del mundo cofrade. ¿Cuál es el problema? Nadie es mejor que nadie, ni peor. Es una realidad de la vida. Y si creemos que todos somos hijos de Dios, mala trinchera parece pretender negar su gracia, su participación en sus actos y manifestaciones a cualquiera que quiera acercársele.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia (en once países del mundo todavía hoy ser gay significa condena a pena de muerte y en muchos más cárcel y otros castigos).
Sé que otra vez las cofradías van a estar a la altura. Corren, felizmente, nuevos tiempos y yo juraría que Bergoglio ha pedido voluntarios para no dejarlo solo
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