A tres meses de las fechas pascuales, a poco más de dos del inicio de la cuaresma, ya comienzan a confirmarse nuestras sospechas. A poco que sea uno algo avispado y sin entrar en polémica con las declaraciones quizá algo tempranas y apresuradas de nuestro presidente de la Semana Santa de Salamanca, parece que la situación sanitaria no permitirá el próximo año, de nuevo, la celebración de los desfiles procesionales tal y como los hemos conocido.
El conocido refrán que nos invita a «poner nuestras barbas a remojo» ante la visita al barbero a nuestros vecinos nos da pistas de lo que sin duda va a pasar. Ya son varias las diócesis que se plantear suspender las procesiones, y además, de forma inmediata, sin esperar más tiempo. Por mucho que la situación mejore, por mucha vacuna que venga, por mucho cuidado que tengamos, seamos sinceros, de momento es inviable.
Ahora bien, prefiero una suspensión eclesiástica, desde el obispado y con normas claras, a una suspensión civil, de la mano del vicepresidente Igea, que en ocasiones parece disfrutar limitando libertades religiosas hasta el extremo (recordemos los aforos de 25 personas). Y cuanto antes. Así no habrá ningún tipo de duda y podremos ponernos manos a la obra para celebrar la Semana Santa.
Pues Semana Santa habrá y Cuaresma también, no tengo ninguna duda. Y no tenemos limitada la libertad religiosa, podemos celebrar actividades cultuales, tan solo debemos cumplir con las restricciones de aforo. ¿Queremos seguir celebrando los cultos de nuestras cofradías? Pues eso es otro tema. No han sido pocas las actividades que se han suspendido en los últimos meses, incluso algunas ellas de culto y recogidas en las diferentes reglas o estatutos de las cofradías. A mi juicio, esto no es justificable por la situación que vivimos, no podemos renunciar a celebrar nuestra fe, con las medidas exigidas, pero celebrarlas. Suspender cultos siempre es peor que celebrarlos con un aforo reducido, ya que corremos el riesgo de no volver a celebrarlos. Somos muy de costumbres, pero las perdemos con una facilidad pasmosa. Debemos mantener viva la llama de la fe, que no se apague. Igual digo de algunas actividades quizá más impregnadas de lo cultural, pero propias de las cofradías y que tienen como objetivo mantener viva nuestra relación con las imágenes. Me alegran las que se mantienen y me apenan las que se suprimen o aplazan «sine die».
Capítulo aparte merece el mundo rural, ese al que pocas veces miramos y en el que no veo tantos problemas para los actos públicos de fe. Los espacios abiertos son seguros, en eso, hasta los expertos están de acuerdo. Por lo tanto, no entiendo que problema hay en celebrar en las calles de nuestros pueblos, donde se pueden respetar las distancias y no hay riesgo de aglomeraciones multitudinarias. Pensemos en un viacrucis de Viernes Santo en muchos de nuestros pueblos, en muchas de sus procesiones con no más de cuarenta o cincuenta personas participando camino del humilladero o el cementerio. ¿Esto es peligroso? Por supuesto que no. Y, a mi entender, se puede y debe celebrar. Esto también es Semana Santa.
En este tiempo que nos espera hasta normalizar la situación, debemos ser muy creativos para realizar nuestros cultos y acercar las imágenes a los fieles, hermanos y devotos. Hagamos una cuaresma diferente, pero propicia para preparar los misterios pascuales. Celebremos la Semana Santa en toda su amplitud, con las celebraciones que este año no pudimos disfrutar y nuestros queridos desfiles procesionales. Sin salir a la calle, pues no podremos, pero debemos celebrarlos. Algo hay que hacer.
Queda ahora el trabajo de cada Junta y el de los hermanos. Debemos poner todo de nuestra parte para que la Cuaresma y la Semana Santa del próximo año se vivan de forma intensa en el seno de nuestras cofradías, aunque sea de forma bien diferente a lo que desearíamos. Tenemos tiempo. Manos a la obra, que habrá Semana Santa.
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