P. José Anido Rodríguez, O. de M.
17-02-2021
Llegan como siempre los
cuarenta días de preparación para la Pascua. Y si el año pasado nos cogió por
sorpresa la pandemia, este sabemos de antemano que no habrá de culminar en
nuestras estaciones de penitencia, en la profesión pública de fe por las calles
de nuestra ciudad. Pero sabemos que no es excusa, que la Semana Santa no se ha
cancelado, que, como cristianos, debemos prepararnos igual para celebrar los
misterios de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor. Y la cuaresma
viene en nuestra ayuda. Emprendemos durante cinco semanas el camino de Jesús al
desierto, y el Señor a través de la Iglesia nos ofrece tres modos, tres
pilares, para, en ese retiro, edificar la salud de nuestra alma: la oración, la
limosna y el ayuno. Pilares que, con la gracia de Dios, nos ayudan a alcanzar
la libertad verdadera de los hijos de Dios. Y nosotros, cristianos cofrades, no
estamos exentos de recorrer ese camino por más que debamos buscar nuevas vías
en este tiempo terrible.
Esta cuaresma, como todas,
estará trufada de momentos de oración: nuestros quinarios y triduos, nuestros Via
Crucis dentro de nuestras Iglesias, nuestras veneraciones. Todo lo
planeado, pero... ¿por qué no ir un poco, un poquito más allá? ¿Por qué no
buscar el tiempo para pararnos unos minutos en nuestras sedes canónicas, sin
necesidad de ser convocados, para orar, para encontrarnos bajo la mirada de las
imágenes de nuestros titulares? ¿Por qué no dedicar esta cuaresma un tiempo en
familia a la oración para que los más pequeños conozcan a Cristo y a Nuestra
Madre, quizás alrededor de una estampa con la imagen de nuestra devoción y una
vela al lado, leyendo el pasaje del Evangelio que la inspira? Es tiempo de
convertir también nuestros hogares en sede canónica de nuestra hermandad.
También la limosna es
necesaria. No se trata de echar la mano al bolsillo (que también, y ¡cuánto nos
cuesta!), sino de dar el paso de colaborar con las diputaciones y vocalías de
caridad de nuestras cofradías. A lo largo de crisis anteriores y de esta misma
pandemia han sido ejemplares en la ayuda ofrecida a nuestros hermanos más
necesitados. Es cierto, este año no podremos colaborar montando pasos y
colocando flores, organizando secciones y preparando cirios. ¿Por qué no
preguntar a nuestras juntas de gobierno y ofrecer nuestro tiempo y nuestras
manos para todo lo que se necesite en ayuda de quien más lo necesita? ¿Por qué
no elevar un magno paso de entrega y solidaridad que llene e ilumine nuestras
calles? Que cuando pase la pandemia y nos pregunten dónde estaba la cofradía
podamos mostrar el rostro de nuestros prójimos.
Por último, el ayuno que
rompe las cadenas que nos impiden servir a Dios con libertad. ¡Cuántas pequeñas
esclavitudes nos atan, nos roban el tiempo y entorpecen la relación que tenemos
con el Señor! Este es tiempo de buscar la gracia de Dios, de acudir a la
confesión, de poner en sus manos todo nuestro ser, con nuestras miserias,
pecados, errores, para que Él nos perdone y nos inunde con la fuerza de su
Espíritu. Nos llamamos y somos hermandades de penitencia: la penitencia es
camino de libertad, de redención. Acudamos a ella de la mano de Jesucristo.
Nos dicen que debemos ser
creativos, que este año tan diferente debemos buscar nuevos medios de
prepararnos para el encuentro con el Señor resucitado. Las diócesis han
preparado buenos materiales y programas con sugerencias para vivir de modo
intenso este tiempo de preparación. Pues bien, sigamos ese llamamiento, en lo
colectivo y en lo individual. Que nuestras hermandades, que nosotros, cofrades,
demos ejemplo de preparación cuaresmal.
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