24-02-2021
El año pasado por estas mismas fechas no
imaginábamos, siquiera, por todo lo que íbamos a tener que pasar. Ni siquiera
poco después, con el «mazazo» de la suspensión de las procesiones y otros actos
públicos, y la declaración del estado de alarma –confinamiento incluido–,
podíamos pensar que nuestras vidas iban a cambiar tanto en tan poco tiempo;
pero la covid-19 se ha cebado, de una u otra manera, en mayor o menor medida,
con todos nosotros: contagios –de uno mismo o de familiares o amigos–, fallecimiento
de personas cercanas, desempleo, inestabilidad económica, incertidumbre
generalizada…
Por
aquel entonces, recurrimos muchas veces a aquello de «este año lo viviremos de
manera distinta», «esta Semana Santa será más íntima»… para referirnos a la
excepcionalidad de 2020, dando en general casi por hecho que en 2021 habríamos
recuperado la normalidad –a secas, sin el apelativo de «nueva» que tanto
oiríamos después; contradictio in
terminis en toda regla, no me cansaré de repetirlo– y que la pandemia sería
poco más que un mal recuerdo… Pero, desgraciadamente, hace ya tiempo que todos
tenemos claro que, aun sin llegar a una situación tan dramática como la del año
pasado, ese mismo discurso sigue estando vigente…
Y, ya en plena Cuaresma, nos disponemos a vivir
una nueva Semana Santa, en la que tampoco habrá procesiones ni actos
multitudinarios, y sin saber muy bien cómo y en qué condiciones se va a poder
celebrar; entre otros motivos porque las distintas medidas que las autoridades
establecen para tratar de frenar la propagación de la covid-19 cambian
constantemente –y casi de un día para otro–, por lo que es realmente difícil
hacer previsiones…
Lo que sí parece claro es que, para las
cofradías, los templos van a resultar fundamentales. Más, si cabe, que de
costumbre. Y ya que, por la situación en que nos encontramos, no va a ser
posible manifestar nuestra fe en la calle y acercar al pueblo nuestras
imágenes, tenemos que hacer un esfuerzo para facilitar que la gente pueda
acercarse a rezarles en sus «casas», en las iglesias. Tanto en oración personal
como en distintos actos de culto, en comunidad; y tomando las precauciones necesarias,
ni que decir tiene.
El año pasado, cuando se paró prácticamente
toda actividad, también los templos estuvieron cerrados durante más de dos
meses. Y fue muy duro, desde luego, no poder celebrar la eucaristía con
nuestros hermanos ni visitar a esa imagen a la que uno profesa especial
devoción. Y desde que volvieron a abrir sus puertas, hemos podido acudir, con
las consabidas medidas de seguridad –aforo, mascarilla, distancia
interpersonal…– con relativa normalidad… hasta el mes pasado. Y es que la Junta
de Castilla y León estableció que, a partir de las 20:00 h del 16 de enero,
además de no poder superarse un tercio del aforo, tampoco podría haber más de veinticinco
personas. Independientemente de su tamaño. Una medida a todas luces
desproporcionada que volvía a suponer un problema para acudir a la iglesia,
convirtiendo casi en una «competición» llegar entre los veinticinco primeros
para participar, por ejemplo, en la misa dominical.
Hubo tímidas protestas contra una decisión que,
en esta ocasión, no tomaron «los rojos», a los que siempre se señala como
enemigos de la Iglesia –aunque a veces ya dude quiénes son tales «rojos»–; sino
el gobierno autonómico de Castilla y León, con un presidente y un
vicepresidente creyentes, Igea dixit.
El mismo político, por cierto, que –según manifestó– hubiera cerrado las
iglesias si hubiera podido… y eso que no son –al menos hasta donde yo sé– focos
de contagio alguno…
Afortunadamente, la cordura puso fin la semana
pasada a esta inexplicable norma, y desde el 20 de febrero –un mes ha durado la
«broma»–, el aforo en las iglesias vuelve a ser de un tercio de su capacidad
máxima.
Es una buena noticia per se –aunque manda narices que casi tengamos que dar gracias por
volver a lo que era razonable–, y un balón de oxígeno para las cofradías a la
hora de organizar cultos o, simplemente, de facilitar a sus hermanos –y a los
fieles en general– vivir su fe también en clave semanasantera.
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