Y así, sin darnos cuenta y sin solución de continuidad desde el miércoles de ceniza, nos encontramos ya en la segunda semana del salterio, en el segundo lunes de Cuaresma. Una Cuaresma, que por mucho que lo queramos evitar, seguirá siendo diferente a todas las anteriores y a las venideras.
Ya han llegado los momentos
donde el nerviosismo ante la llegada de los actos de Cuaresma de las cofradías,
el olor a incienso, cera y flores que ambientan esos rezos intimistas al entrar
en las iglesias y capillas ante las imágenes presidiendo los altares de culto o
montados en sus pasos procesionales para la salida procesional, el bullicio
alegre –y a veces hasta exagerado- de los cofrades arremolinados en torno a la
puerta, apurando si acaso ese último pitillo antes de entrar al culto
correspondiente o su desfile procesional, el sonido de los instrumentos de las
bandas de música en los innumerables conciertos de cuaresmales… el sentir que
todo llega y todo pasará en menos de cuarenta días.
Sí, amigos cofrades. Todo eso
seguirá vivo y vigente en la Cuaresma y próxima Semana Santa en la que no habrá
procesiones por la calle, el culto externo de nuestras cofradías, congregaciones
y hermandades de la ciudad. Pero las hermandades y cofradías siguen y seguirán
vivas, ya que su vida no se restringe solo a ese hecho puntual alrededor de la luna
de Nisán, como hemos comentado más de una docena de veces.
La Cuaresma, como preparación
espiritual del cristiano para alcanzar la Pascua, nos recuerda la fragilidad
humana a través de la penitencia, deseo y dolor. La vida cristiana nos presenta
a menudo, por no decir siempre, la dolorosa condición de comprobar nuestras
carencias y las trágicas situaciones de muerte y odio que se dan en nuestra sociedad.
Sí, en nuestras cofradías y hermandades, como parte de esta sociedad, también
se producen estas situaciones. Es por ello que es preciso tener la valentía de mirar
con ojos nuevos, purificados por un sincero arrepentimiento, a través de la
oración cuaresmal.
Es precisamente en este punto
donde las cofradías de nuestra ciudad mostrarán donde se sitúan dentro de esta
realidad cofrade en estos momentos, ya que es bastante heterogénea. Ya
conocemos todos que este colectivo integra a personas de diversas mentalidades
y motivaciones. Desde aquellos que simplemente les gusta vestirse de gala,
ponerse la medallita al cuello, dejarse ver y a oír tambores en la calle en
cuantas más procesiones mejor (sic), hasta a aquellos otros que entienden el
camino de la oración y purificación como válido para vivir la vida como un
cristiano comprometido. Y entre medias de estas dos posturas, existe un sin fin
de variantes entre los dos extremos mencionados como un abanico de
posibilidades, tantas como cofrades existan en nuestras cofradías.
Pero en el seno de esta
pluralidad de situaciones, las juntas directivas de cada cofradía tienen que
luchar por consensuar y acercar posturas entre todas las «facciones» de sus afiliados
para llegar a cuestiones mínimas que garanticen que esta riqueza de la diversidad
no se convierta en el principio de la perversión del concepto y sentido de las cofradías.
Y los «mandamases» de las cofradías de hoy en día no lo tienen nada fácil por el
empuje incoherente que existe en muchos cofrades e incluso en las propias
juntas de cofradías.
Hay dos claves en esa postura
de mínimo acuerdo que no se pueden nunca traspasar: salvaguardar la dimensión
religiosa como esencia y fundamento de estas; y tener plena conciencia de que
constituyen una tradición que nos legaron nuestros mayores y que hemos de
ofrecerla para las generaciones venideras; es decir; tienen una dignidad que está
por encima de nosotros y le debemos, cuando menos, un profundo respeto.
A la primera de ellas quiero
referir en este escrito. Porque tantas veces como se pregona el valor
histórico, cultual y popular de las cofradías y, sin embargo, no somos
coherentes con el verdadero y profundo significado de esa afirmación. Y los
dirigentes deberían tener claro que, como administradores temporales de algo
que no les pertenece, tienen el deber y el honor de conservar y transmitir el
patrimonio material, artístico y espiritual que hemos heredado, incrementando
con nuestras aportaciones y esfuerzos, que se sumen a lo anterior. Pero, por
desgracia, ha habido y hay generaciones que no han dejado huella de nada e
incluso, han destruido parte de lo que recibieron.
En estos tiempos duros que
toca vivir, donde hay que aplicar más que nunca el sentido de Cuaresma, veremos
cómo algunas cofradías o hermandades se atreven a traspasar, con esa actitud
básica mínima, la dimensión religiosa de la cofradía y expondrán en esta época
sus imágenes en sus altares, en besamanos, o jugarán a los pasitos en Semana Santa
para dar aire a sus costaleros o hermanos de carga, simplemente para dar una vuelta
al atrio correspondiente de su iglesia, para matar el gusanillo de haber
cargado una imagen este año.
¡Cuántas actitudes
personalistas y orgullosas son capaces de producir irreparables daños en contra
de lo que podría ser una trayectoria fecunda, llena de satisfacciones para
todos! Cuántos comportamientos revelan que muy por encima del interés general de
nuestras hermandades están los protagonismos e intereses personales por hacerse
notar y quedar por encima de los demás por hacer algo diferente.
Y después de todo, me he
quedado corto con lo que piensan hacer algunos miembros de las cofradías en
estas próximas semanas. Sin embargo, a pesar de todo, falta lo que solo tú
sentirás. Lo íntimo. Lo tuyo. Lo que nadie conocerá. Y serán esas sensaciones personales
las que realmente te hagan sentir las ganas de vivir y disfrutar cada minuto de
este periodo de Cuaresma. Y por mucho que queramos, no podremos explicarlo
jamás, tal y como me ha ocurrido a mí.
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