23-04-2021
El caso es que en los últimos
tiempos da la impresión de que el perfil del cura arrimado a las cofradías ha
cambiado bastante. Para bien, que conste. Hace ya unos cuantos años, en este
mismo espacio, elogiábamos el buen hacer de unos cuantos capellanes en un artículo que surgió desde el afecto. Pero hete aquí,
válgame Dios, que no cayó bien entre algún cura que, también desde el afecto,
me recriminó señalar solo a unos pocos cuando en realidad son buenos casi
todos, o que consideraba con cierto desdén las plantas nobles del edificio
clerical. Y no eran mala gente los recriminadores, de verdad, lo que pasa es
que siguen sin concebir que un cristiano confeso se atreva a decir en público
lo que piensa y ejerza su libre derecho a la discrepancia o a la crítica.
Tal vez por eso vengan al caso
las palabras de Miñambres, uno de los históricos en el clero salmantino al que
no se le conoce, precisamente, por su cercanía al mundo cofrade. Como lo dijo
en público, no creo que haya mucho problema en recordarlo. Fue al respecto de
una campaña mediática, tan dura como injusta, contra la Iglesia. Al contrario
de lo que podía pensarse, mostró su satisfacción con un, más o menos, «está
bien que nos zarandeen, así nos purificamos». Pues sí, estoy de acuerdo, las
cosas hay que decirlas y escribirlas, menear un poco desde dentro las
anquilosadas estructuras de esta Iglesia tan querida, que ya está bien de
callar y callar y tapar y tapar. El silencio doloso ha hecho ya demasiado daño
a la Iglesia.
Son solo generalidades, que no voy a
desvelar nada en concreto ni sacudir a nadie. Además, creo sinceramente que la
mayor parte del clero local, con sus virtudes y defectos, se esfuerza por hacer
las cosas bien a la vez que se entrega con dedicación a su ministerio. Y cuando
alguno de estos buenos curas cae en una cofradía, intenta ejercer su
responsabilidad con dedicación, a pesar de las limitaciones de tiempo que
tienen todos ellos. Pero del mismo modo que reconocemos esto, también es de justicia
consignar que hay muy malos curas, poco ejemplares, dañinos para su grey y la
Iglesia en general. ¿Alguien lo discute? Pues no, además que de entre ellos
suelen salir muchos cargos, porque los humildes y sencillos de corazón se
alejan todo lo que pueden del cursus
honorum clerical.
Y cuando a uno de estos curas a
medio agriar le toca lidiar con el mundo cofrade, pues apañaos vamos y
conflicto servido. A varios de ellos les he oído el «que se vayan». Los
cofrades, naturalmente. Que se vayan, porque la iglesia es suya. Del párroco,
naturalmente. Mejor pocos y fieles ‒léase sumisos‒, que muchos y descreídos.
Eso mismo o algo parecido debió decirlo Jesucristo, aunque no recuerdo dónde,
quizás en el banquete que siguió a la vocación de Mateo. Pero a veces ni
siquiera llegan a eso. Les da repelús el olor a cera o incienso si el fuego que
lo inicia no lo han prendido ellos. Es que cualquier símbolo cofrade les hace brotar
la erisipela, como en el caso que cuentan, de buena tinta, en el que un cura
agregado ordena, por sus pelotas consagradas al Señor, retirar de la iglesia la
bandera de una hermandad, ateniéndose a la improcedencia en virtud de nadie
sabe qué canon, ni siquiera el obispo canonista. Pues vamos bien. Así vamos
bien, con los curas tiquismiquis que se inventan hasta el sábado para dejar de
servir al hombre. Y no están los tiempos para perder parroquia, que por estos
lares el negocio va cuesta abajo y en muchas sucursales presenta ya indicios de
quiebra.
Termino recordando, una vez más,
al viejo profesor Rodríguez Pascual. En esta ocasión cuando se enfrentó a un
párroco de su tierra carbajalina que prohibió a los devotos regalar un corazón
de plata a la Dolorosa. Quería, como el Iscariote, que los ypicocientos denarios fueran para los pobres. Y decía don
Francisco, el pastor sin rebaño, que no se podía negar al pueblo, sin más, su
deseo sincero de honrar a la Virgen, aunque fuera poco acorde con el signo los
tiempos. En tal caso, habría que invitar a reflexionar o hacerles ver otras
posibilidades, pero siempre dejando que actuasen libremente. Porque en regalar
un corazón de plata no hay nada malo, absolutamente nada. Y es que, ya está
bien con el prohibir y prohibir y prohibir… ya está bien de estos curas
tiquismiquis que alejan en vez de acercar con cosas que no tienen ninguna
importancia. Cuando algo sea serio, por supuesto que habrá que impedirlo, con
tacto y firmeza, porque lo que cause daño, a quien sea, no se puede tolerar.
Pero cuando estamos con cositas sin importancia, el mandar y el prohibir y ufanarse
a lo Míchel pegadito a Valderrama, pues como que no, que los tiempos no están para
ello.
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