En la Catedral de Salamanca, un día 2 de enero de 2022, resuenan en mi interior tres expresiones que acaba de pronunciar nuestro Obispo.
«Perdón, orad por mí y gracias». Estas fueron las últimas palabras que nos dirigió don Carlos en su homilía de despedida. Me quedo con este mensaje y me lo aplico a mí mismo. Como laico de su diócesis y como cofrade convencido que lucha porque cada día, en nuestra diócesis, se tenga más en cuenta a las cofradías.
En 2003, cuando llegó, yo no vivía en Salamanca. En aquel momento tampoco estaba involucrado en los devenires de la diócesis, ni parroquiales ni cofrades. El tiempo, las circunstancias y el Espíritu –que sopla como y cuando quiere–, me hicieron asumir responsabilidades en mi cofradía y, posteriormente, en la diócesis, formando parte de diversas iniciativas como el Año de la Fe, la Asamblea Diocesana o la Coordinadora de Cofradías, con mayor o menor acierto, con fruto inmediato o sembrando para que otros algún día recojan.
En estas circunstancias he tenido un trato más cercano con mi pastor, en el trabajar codo con codo, documento a documento, circunstancia a circunstancia... que son muchas y a veces demasiado complejas en este mundo de hoy y, qué vamos a decir, en el mundo cofrade. Siempre digo que me ha tocado el papel de defender a las cofradías en la diócesis y a la diócesis en las cofradías. Incluso defender al obispo ante las cofradías, pero os puedo asegurar que nunca tuve que defender a las cofradías ante nuestro obispo. Las quiere, las valora, y reza por ellas. Ya hiciéramos nosotros lo mismo.
Por eso, querido don Carlos, yo no puedo compartir las múltiples opiniones que en estos días se verterán en medios escritos y hablados, que no reflejan en absoluto cómo ha sido su episcopado, con todas las sombras que queramos, pero con la luz del Espíritu que ha obrado a través de él en nuestra diócesis durante estos años, con frutos evidentes en algunas ocasiones y en otras sembrando para el futuro. Solo Dios lo sabe.
En mi nombre, como cofrade comprometido le pido perdón, por todas las veces que no estuve a la altura de lo que se me requería. Le pido que ore por nosotros, el difícil mundo de las cofradías (sé que lo hará). Y le doy las gracias por su servicio de todos estos años. Que Dios le bendiga.
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