Crucificado, iglesia de Figueruela de Abajo (Zamora) | Foto: J.M.Ferreira Cunquero |
«Cuando hayáis levantado en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Dice en el Evangelio de San Juan.
Una vez que ha muerto Jesús podemos acercarnos a su Pasión y comprobar que la mansedumbre y la humildad, fidelidad y la determinación, el dominio de sí, el amor, la paz, la paciencia, la bondad… adquieren una dimensión insospechada y desconocida. ¿Quién podría pensar que un hombre podría soportar todo esto sin perder la paz?
¿Es posible que una persona madura y consecuente pueda aceptar su muerte cuando esta le sobrevine si permanece fiel? Así ocurre en el Libro Segundo de los Macabeos en su capítulo sexto. En este pasaje Eleazar, ya de avanzada edad, acepta el apaleamiento para no dejar un mal ejemplo. Hay muchos más ejemplos en la Sagrada Escritura y fuera de ella, antiguos y actuales, de ancianos y jóvenes.
Sin embargo, Jesús interpreta su pasión como testimonio de sí mismo y además del Padre, ya que no hace nada por su cuenta. Habla como el Padre le ha enseñado y obra como le agrada y en eso consiste la justicia. El Libro de la Sabiduría dice: «En cambio la vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará». Es posible interpretar que el justo supera toda adversidad porque está en manos de Dios.
Todo cuanto sucedió en la vida de Jesús sucedió para que se manifestara el amor de Dios y todo cuanto sucede en la vida de los creyentes debe servir para lo mismo. Así nos lo revela Jesús en el Cuarto Evangelio: «Maestro ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego? Ni este pecó ni sus padres; es para que se manifiesten las obras de Dios». La Pasión del Señor también sucede para que se manifieste la obra de Dios: la Resurrección del Hijo, que es anticipo de la nuestra.
En la vida de cada día podemos, con la ayuda del Señor, vaciarnos de nosotros mismos. Es en realidad la condición que se muestra como indispensable para vivir lo adverso del modo más cristiano, la única condición para que se manifieste el Amor en la vida de cada cual. Estando vacíos de nosotros mismos, estamos en condiciones de hacer frente a lo adverso sin perder la paz, estamos en condiciones de compartir cruces más pesadas, que pesarán menos a quienes las llevan, estamos en condiciones de perderlo todo sin perder la paz.
¡Feliz Pascua!
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