miércoles, 18 de mayo de 2022

El peso de María Auxiliadora sobre los hombros

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 Paco Gómez

María Auxiliadora. Salamanca | Foto: Pablo de la Peña
18-05-2022
 


Esperamos con mucha ilusión tu carta semanal
 como uno de nuestros entretenimientos,
ya que aquí una carta es una diversión
 
(Tokio blues, Norwegian Wood.
Haruki Murakami)

Querido Paco:

No sabes la alegría que me da escribirte. Al fin y al cabo, quiere decir que seguimos vivos. Bueno, tú obviamente estás vivo. De hecho, vivirás para siempre mientras alguien, yo o quien sea, te recuerde tratando (no siempre con buena fortuna) de no volverte loco en medio del marasmo de ese año irrepetible que supone empezar, más o menos, la vida adulta.

El caso es que acabo de cruzarme con Ángel y Pilar (no los conoces, todavía. Da igual, buena gente) por la Chinchibarra. Ya sabes, aquella calle que no hace tanto casi ni era tal. Un barrizal en pendiente donde buscarse una alfombra vieja de coche y tirarse como en una interminable carrera a Nome (al fiel Balto había que imaginarlo) donde no era raro dejar algún jirón del pantalón o de la piel.

Me encontré a Ángel, te decía, que iba camino del cole para preparar la procesión de María Auxiliadora. Si es que ya es casi 24 de mayo y, como siempre, hay mucho por hacer. Y entonces me he puesto a echar cuentas, que ya sabes que nunca ha sido lo nuestro (menos mal que dimos esquinazo al bueno de don Jesús en tercero: ande, ponga un poco de su parte que el año que viene me voy a Letras puras…), aunque la cuenta era sencilla. Paco, entre tú y yo hay ahora exactamente veinticinco años.

Sé que en estos momentos andarás apurado con los repasos a última hora, con la Selectividad que ya te quita el sueño. Con los desgarrones que te maltratan el corazón: porque te mira, o no te mira; porque a lo mejor una nota en su mesa. Porque si un día viniera a verme jugar. Porque maldito acné. Y porque no quieres pensar que esta María Auxiliadora va a ser la última.

Auxiliadora. Te has pasado más de media vida empezando la mañana delante de ella. Te conoces al milímetro cada pincelada del mural de los apóstoles (lo que te gusta y lo que te cuesta recordar el nombre del autor: Carlos Moreu Spa, a mí ya no se me olvida). La has mirado en las buenas y en las malas (anda, sácame de esta, que te prometo que voy a estudiar). Hace pocos días que tu abuelo te ha acompañado subiendo esos escalones en la Confirmación. Con él, y delante de ella, ¿cómo iba a ser si no?

La última, ¿y qué vendrá después? No hace tanto que se ha impuesto la tradición de que a la Virgen la saquen a hombros los de COU en la tarde del 23. Y estás seguro de que vas a ir allí. Porque, aunque luego queden algunos días más en el colegio, esa procesión en gran medida es el rito final. La última galopada antes de cruzar el Mississippi.

Y, sí, te lo confirmo veinticinco años más al norte. Vas a ir allí debajo, el primero en el banzo de la derecha (el más bajito, ¿qué quieres?). Te vas a conmover cuando se abra la puerta gris (¿Seguirá existiendo? ¿Seguirá siendo gris?) y la multitud aguarde. Y haya banderas azul celeste por los balcones y huela a primavera y a niñez que se acaba. Van a ser unos metros apenas (aunque mañana te va a doler igual todo el cuerpo) hasta el Paseo de la Estación: hay que dar relevo con algo de pena…

Ay, Paco. Todo lo que daría por ser tú. Por soñar como sueñas tú esta noche. Por estar a tiempo de todo, todavía. ¿Sabes? Al final estudiaste Periodismo. Te saliste con la tuya y bajas cada madrugada de Viernes Santo a ver la Dominicana. Vas a llenar con su nombre todos los pupitres. Te quedan miles de libros por leer y Héroes ya no van a sacar más discos. Sigues disfrutando a zancadas de tu ciudad, pero nunca más vas a sentir el peso de llevar un paso sobre tus hombros. Solo esa vez. Solo ese día.

Todo va a cambiar tras la tormenta. Algunas personas seguirán contigo, otras se irán, otras vendrán. Cambiará todo tanto, ¡ni me creerías! Te diría que te cuidaras, pero para qué. Ah, sí, una última cosa. Te gustará saber que todavía hoy, siempre que pasas por delante del cole, te brota como un grito atávico de los huesos, de la tierra del fondo de corazón: María Auxiliadora de los cristianos, ruega por nosotros.

 

 


 

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