(Tokio blues, Norwegian Wood.
Haruki Murakami)
Querido Paco:
No
sabes la alegría que me da escribirte. Al fin y al cabo, quiere decir que
seguimos vivos. Bueno, tú obviamente estás vivo. De hecho, vivirás para siempre
mientras alguien, yo o quien sea, te recuerde tratando (no siempre con buena
fortuna) de no volverte loco en medio del marasmo de ese año irrepetible que
supone empezar, más o menos, la vida adulta.
El
caso es que acabo de cruzarme con Ángel y Pilar (no los conoces, todavía. Da
igual, buena gente) por la Chinchibarra. Ya sabes, aquella calle que no hace
tanto casi ni era tal. Un barrizal en pendiente donde buscarse una alfombra
vieja de coche y tirarse como en una interminable carrera a Nome (al fiel Balto
había que imaginarlo) donde no era raro dejar algún jirón del pantalón o de la
piel.
Me
encontré a Ángel, te decía, que iba camino del cole para preparar la procesión
de María Auxiliadora. Si es que ya es casi 24 de mayo y, como siempre, hay
mucho por hacer. Y entonces me he puesto a echar cuentas, que ya sabes que
nunca ha sido lo nuestro (menos mal que dimos esquinazo al bueno de don Jesús
en tercero: ande, ponga un poco de su parte que el año que viene me voy a
Letras puras…), aunque la cuenta era sencilla. Paco, entre tú y yo hay ahora
exactamente veinticinco años.
Sé
que en estos momentos andarás apurado con los repasos a última hora, con la
Selectividad que ya te quita el sueño. Con los desgarrones que te maltratan el
corazón: porque te mira, o no te mira; porque a lo mejor una nota en su mesa.
Porque si un día viniera a verme jugar. Porque maldito acné. Y porque no
quieres pensar que esta María Auxiliadora va a ser la última.
Auxiliadora.
Te has pasado más de media vida empezando la mañana delante de ella. Te conoces
al milímetro cada pincelada del mural de los apóstoles (lo que te gusta y lo
que te cuesta recordar el nombre del autor: Carlos Moreu Spa, a mí ya no se me
olvida). La has mirado en las buenas y en las malas (anda, sácame de esta, que
te prometo que voy a estudiar). Hace pocos días que tu abuelo te ha acompañado
subiendo esos escalones en la Confirmación. Con él, y delante de ella, ¿cómo
iba a ser si no?
La
última, ¿y qué vendrá después? No hace tanto que se ha impuesto la tradición de
que a la Virgen la saquen a hombros los de COU en la tarde del 23. Y estás
seguro de que vas a ir allí. Porque, aunque luego queden algunos días más en el
colegio, esa procesión en gran medida es el rito final. La última galopada
antes de cruzar el Mississippi.
Y,
sí, te lo confirmo veinticinco años más al norte. Vas a ir allí debajo, el
primero en el banzo de la derecha (el más bajito, ¿qué quieres?). Te vas a
conmover cuando se abra la puerta gris (¿Seguirá existiendo? ¿Seguirá siendo
gris?) y la multitud aguarde. Y haya banderas azul celeste por los balcones y
huela a primavera y a niñez que se acaba. Van a ser unos metros apenas (aunque
mañana te va a doler igual todo el cuerpo) hasta el Paseo de la Estación: hay
que dar relevo con algo de pena…
Ay,
Paco. Todo lo que daría por ser tú. Por soñar como sueñas tú esta noche. Por
estar a tiempo de todo, todavía. ¿Sabes? Al final estudiaste Periodismo. Te
saliste con la tuya y bajas cada madrugada de Viernes Santo a ver la
Dominicana. Vas a llenar con su nombre todos los pupitres. Te quedan miles de
libros por leer y Héroes ya no van a sacar más discos. Sigues disfrutando a
zancadas de tu ciudad, pero nunca más vas a sentir el peso de llevar un paso
sobre tus hombros. Solo esa vez. Solo ese día.
Todo
va a cambiar tras la tormenta. Algunas personas seguirán contigo, otras se
irán, otras vendrán. Cambiará todo tanto, ¡ni me creerías! Te diría que te
cuidaras, pero para qué. Ah, sí, una última cosa. Te gustará saber que todavía
hoy, siempre que pasas por delante del cole, te brota como un grito atávico de
los huesos, de la tierra del fondo de corazón: María Auxiliadora de los cristianos,
ruega por nosotros.
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