viernes, 10 de junio de 2022

España negra y Semana Santa en Gutiérrez Solana

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F.Javier Blázquez

Los disciplinantes de José Gutiérrez Solana, 1933 | Museo Academia de Bellas Artes de S. Fernando
10-06-2022

Nos regalaba nuestro amigo Andrés Alén, el mes pasado, una columna exquisita en la que desplegaba con ingenio todo su potencial sarcástico. Con el título El Sr. Obispo ya tiene quien le escriba, hacía gala de esa agudeza castiza que comienza a entrar en vías de extinción. Da la impresión de que todo aquello que se escribe con el lápiz afilado acaba ofendiendo o molestando a alguien, así que antes de publicarlo se lo piensa uno siete veces. Sin ácido, empero, la columna pierde buena parte de su esencia y el sentido del humor acaba en ñoñería. La columna debe ser variada, obviamente, y no tiene que ir siempre por la vía cañera. La reflexión, la literatura o la profundidad son también maravillosas y necesarias, pero reconozcamos que el picante da vidilla al tedio de la cotidianidad. Agradezco por ello su columna a Alén, por la parte solidaria y, sobre todo, por seguir enarbolando el banderín de lo políticamente incorrecto, igual que Álex J. García Montero y algún otro columnista de los que se ajustan bien el impermeable mientras se cachondean del chaparrón que tanto atemoriza a otros.

A petición del autor, encabezábamos el mencionado artículo con una pintura del polifacético José Gutiérrez Solana titulada La visita del obispo. El cuadro, bien analizado, se las trae, porque el autor plasmó en su obra, como pocos, una crítica mordaz a esa España atrasada y miserable que debatía su redención entre potenciar la autoctonía y el abrirse a la europeización. La extracción noventayochista, en su caso, acaba acentuando el tono pesimista de una obra en la se adueñan por completo lo feo y tenebroso. La España negra, publicada en 1920, es tal vez su ensayo más conocido, indispensable para entender aquello que quiere transmitir en su pintura, que toma el referente de los tipos y costumbres populares del interior. En este sentido, y como no podía ser de otra manera, la Semana Santa ocupa también un lugar destacado en su producción. Algo parecido sucede con Zuloaga y Regoyos pintor el segundo al que ya nos referimos en este mismo espacio hace ahora un año.

La crítica, de una forma u otra, siempre está presente en el arte, pero explicitarla no siempre es fácil. Los pintores de la España negra lo hicieron a su manera, acoplando con sutileza y discreción los criterios de la modernidad a una pintura que no puede ser más tradicional. Conocedores de la vanguardia, no se salen de lo genuinamente hispánico. Quizás por ello no obtuvieron en vida, tampoco cuando esta terminó, el reconocimiento que merecían. La pugna entre el amor al alma hispánica del terruño meseteño y los vicios de una sociedad anquilosada, convertida en rémora que impedía el progreso, se traslada a una pintura que arraiga en el expresionismo de las pinturas negras de Goya. Solana acusa todavía más el influjo del maestro aragonés con la repetición de tipos, la paleta oscurecida y una pincelada suelta e inconexa.

Los disciplinantes, realizado en 1933, es tal vez el ejemplo más representativo de este tipo de pintura que nos retrotrae a una España que solo existía ya en el imaginario de un romanticismo trasnochado. En este cuadro, el autor se extralimita en su particular visión de una Semana Santa truculenta y morbosa. Igual que hizo Zuloaga con El Cristo de la Sangre, una obra prodigiosa que se puede contemplar en el Museo Reina Sofía, Solana traslada la escena al extramuros de Ávila. La ciudad amurallada simbolizaba a la perfección la imagen de la cerrazón al influjo de las nuevas ideas, el lugar donde las tradiciones habían degenerado en servidumbres y la fe sincera en fanatismo. En otros cuadros donde toca el tema procesional no va tan allá. Su obsesiva predisposición hacia lo oscuro hace siempre acto de presencia, en obras alegóricas como la Procesión de la muerte, o en otras más realistas, tipo Beso de Judas o Semana Santa, si es que realismo puede ser palabra aplicable a un autor como Solana.

Si la Procesión de flagelantes de Goya ya estaba fuera de la realidad histórica, la reiteración temática de Solana, más de un siglo después, quedaba demasiado alejada en el tiempo, pero seguía viva en las percepciones. La atávica culpabilización oscurantista de las prácticas religiosas populares ha permanecido en el tiempo, a modo de sambenito. Aunque no haga falta por su extravagancia acudir a las disciplinas, todavía en demasiados ámbitos se argumenta con los tópicos del católico anticlericalismo de la España negra y los restos de la muy protestante y anticatólica Leyenda Negra. La propia Iglesia católica tampoco ha sido ajena a estas interpretaciones, olvidando tristemente que de esa quema tampoco se salva. Una nueva mirada al cuadro propuesto por Alén en su casi viralizado artículo, La visita del obispo, lo deja bien a las claras. Conviene no olvidar estas enseñanzas que, una vez más, nos llegan desde el arte.


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