lunes, 27 de junio de 2022

No convirtamos lo extraordinario en ordinario

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 Tamara Velasco

Salida extraordinaria de la Hermandad de Jesús amigo de los niños | T.V.

 27-06-2022

Tras dos años sin procesiones, y sin prácticamente actividad cofrade, nuestra Semana Santa regresó con reverdecido entusiasmo (amén de otros temas que no toca hablar en este momento de los que ya se ha dicho bastante, aunque no lo suficiente en mi opinión) y las hermandades y cofradías han vuelto a tomar el espacio público que les pertenecía. Con ellas, las extraordinarias también han regresado a la ciudad.

Estas salidas excepcionales que ya se realizaban en la Edad Media, tenían distintos motivos a los de hoy día. O no tanto. Epidemias, hambrunas, riadas o sequías, o incluso guerras, hacían que las gentes se echasen a la calle con sus reliquias e imágenes devocionales implorando a Dios su intercesión y protección frente al desastre.

Algunas de ellas dieron lugar a la creación de cofradías o hermandades que fueron configurándose y evolucionando tal y como las conocemos en la actualidad. La más antigua documentada en España es la de la Santa Caridad, creada durante el reinado de Alfonso VI, en tiempos del Cid Campeador, para dar cristiana sepultura a aquellos que habían perecido en la toma de Toledo del año 1085.

La extraordinaria realizada por la hermandad de Jesús Amigo de los Niños con motivo de su 75 aniversario es la que tenemos más reciente; o la de la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz, que tendremos en unos días, para la celebración de sus 50 años de vida (no sin algún que otro «contratiempo» parece que solventado), son dos de los ejemplos de este año.

Y al hilo de las mismas y siendo fiel partidaria de las extraordinarias (qué me gusta ver un paso en la calle y cuánto lo echaba de menos), me surgen preguntas como ¿se hacen extraordinarias por compensar, de alguna manera, las dos últimas primaveras de vacío? No piensen mal las dos hermandades nombradas pues hablo de lo que está sucediendo de forma generalizada en España. Pero, sobre todo, ¿entendemos para qué se hacen y cuál es el verdadero sentido de las mismas?

Esta costumbre, cuyos detractores llaman «jugar a los pasitos» (expuesto el tema muy acertadamente por Pedro Martín en su artículo que lleva este nombre en 2015) no es ni mucho menos nueva como ya hemos visto. Y por ello, todos los cofrades debemos cuidarlas al máximo, pues somos los primeros que damos motivos para que ese «jugar a los pasitos» se convierta en realidad. Desde aquellos que conforman la fila sin la debida solemnidad que el momento requiere, a los que antes de salir ya se están quejando y rogando que la misma no dure demasiado y están más pendientes del móvil que de representar a su hermandad como merece, o aquellos que se van en mitad de la procesión porque consideran que ya han tenido suficiente, no sin antes haberse cerciorado de haber salido en la foto pertinente, por mencionar algún que otro argumento.

No todo vale, es necesario preservar lo propio de lo extraordinario para no convertirlo en ordinario. Somos cofrades, pero, ante todo, somos cristianos y debemos darle la verdadera orientación a esto tan nuestro que no es otra que el sentido evangelizador del acto. Apropiándome de las palabras que dijo el capellán de la hermandad de la Borriquilla de Madrid en uno de los tantos momentos de confraternidad que se vivieron en aquellos días previos a la procesión, también sería bueno recurrir a ellas para unirnos y no simplemente por reunirnos.

 



 

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