Hace unas cuantas primaveras ya que el que escribe está lejos de su tierra, que es Huelva. Ya saben ustedes, provincia que al sur de la península une España y Portugal. Pero es algo más, créanme. Ahora bien, cómo decirles, no podemos hacer otra cosa que destocarnos, hacer un alto, respirar y tomar prestadas algunas letras de los cantes de la tierra para decir qué es Huelva. Abruptamente, atropelladamente, a cualquier onubense le saldría del alma como definición que Huelva es una plegaria, es marisma y es Rocío.
Es
Rocío. El pasado tres de junio doña Cinta Rocha, Hermana Mayor de la Hermandad
del Rocío de Huelva, antes de iniciar el rezo cantado de La Salve
recordaba que ya eran dos años los pasados sin vivir la romería del Rocío. En
aquel enclave tan especial se pararon en su camino los rocieros de la Hermandad
e hicieron lo que mejor saben: rezar. Así se reza, gritaba uno de los presentes
ante el llanto delante del Simpecado de la Hermandad.
Hablo
de la Hermandad de Huelva, del mismo modo se podría hablar de cualquier otra,
porque todas son la misma fe. Hace siglos ya que Nuestra Señora del Rocío en su
ermita recibe a sus hijos, a lo largo de todo el año, claro, pero es en la
víspera de Pentecostés cuando las diferentes hermandades por caminos de arena
se acercan a la aldea, se presentan ante la Hermandad Matriz de Almonte. Y
comienza la Romería. Mezcla de tradiciones, muchas personas concitadas, muchas
esperanzas, y es que entre un millón de almas que por allí pasan esos días de
romería seguro hay muy diversas sensibilidades. Queda decir que, en esa multitud
aúna la reja, el salto y la procesión. No es ni tiene que ser una vivencia
religiosa como la de esta ribera tormesina. Es agitada, es impetuosa, es de
romper voz, porque en el «Que viva la Madre de Dios» el rociero se rompe la
garganta, y su corazón de desparrama. «Que todo el mundo sea rociero», decía el
santo cuando la visitó allá por los años noventa.
No
es epítome de manifestación religiosa, pero sí es indiscutible su valor. Decía
al principio que lo más apropiado sería tomar prestadas las letras de los
cantes de la tierra, hagamos lo mismo en este punto. No olvidemos que san Juan
Pablo II en su visita decía que mucho polvo del camino se había pegado, y hay
que limpiar. Es aquí cuando nos da un toque de realidad la letra del cante
popular que dice: «para ser buen rociero primero hay que ser cristiano». Hasta
aquí, y como hijo de la tierra digo: ¡Viva la Blanca Paloma! ¡Viva la Madre de
Dios!
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