No acostumbro a escribir sobre
mí. Quienes siguen mis columnas bien lo saben. Aunque parta en ellas de la
experiencia personal ‒es inevitable que así sea‒, el tema suele ser ajeno a
mis circunstancias. Pero creo que en esta ocasión sí debo dar una explicación a
quienes por la prensa supieron que el pasado 20 de mayo, encabezando un grupo
de nueve hermanos muy competentes y experimentados, la asamblea general de la
Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad nos daba su confianza
para dirigir, durante los próximos cinco años, los destinos de la institución.
Falta, como es preceptivo, que el obispo reverendísimo nos considere idóneos
para tal servicio y ratifique, vía decreto, el nombramiento. Hasta ese día, así
debe ser, nadie ejerce en su cargo respectivo.
Quienes me conocen saben también
que en mi pensamiento nunca estuvo presidir ni formar parte de directivas
cofrades. Ya pasé, hace décadas, por la efímera experiencia de una vocalía en
la Cofradía del Yacente o, desde la periferia, por la presidencia de la
Tertulia Cofrade Pasión, las otras dos instituciones que forman parte de mi
vida semanasantera. Mi sitio en la Semana Santa, entendía, estaba en otro
ámbito. El de la cultura, las publicaciones, la opinión fundamentada… Pero esta
trayectoria queda ahora jalonada con una decisión que, de manera discreta y
silenciosa, ha sido largamente meditada. Y ya está. No hay marcha atrás. Salvo
que el prelado excelentísimo considere que no somos idóneos y descarte la
confirmación de la propuesta que le ha hecho la asamblea de la Hermandad
Franciscana.
Las razones para haber dado este
paso, como ya transmití a los hermanos presentes en la asamblea del 20 de mayo,
se circunscriben a dos palabras: responsabilidad y lealtad. El actual hermano
mayor, también fundador, José Manuel Ferreira, había renunciado al segundo
mandato al que por normativa todavía podía optar. Con él, en un gesto sin
precedentes en nuestra historia reciente de las cofradías salmantinas, todos
los miembros de su junta directiva, en un alarde de desapego a los cargos,
decidieron cesar junto a él en sus funciones y no postularse para ninguna otra
responsabilidad.
No quedaba más remedio, por
tanto, que alguno de quienes compartimos junto a Manolo Ferreira la apasionante
aventura de fundar una cofradía de Semana Santa, diera ese paso al frente,
necesario para afianzar el proceso de consolidación, manteniendo el singular
carisma y el ideario que la caracterizan. Y por mucho que estuviera presente la
tentación de pedir que el cáliz fuera apartado, al final no quedaba más remedio
que apurarlo, hasta las heces si el caso lo exigiera. Es el sentido de la
responsabilidad. Igual que la lealtad hacia el fundador, más hermano que amigo,
compañero en mil batallas por la Semana Santa y en no sé cuántos otros espacios
ajenos a ella. Por él incumplí mi propósito de pertenecer exclusivamente a una
cofradía… Había repetido hasta la saciedad que era de una y estaba al servicio
de todas. Y hubo momentos en los que por pura lógica debí haber pasado a
integrar, si no las filas, al menos las listas de bastantes: Amor y Paz, Jesús
Rescatado, Vera Cruz, Cristo de la Agonía, Oración del Huerto… Son ya muchos años
en este mundo tan querido.
Sin embargo, cuando Manolo
Ferreira emprendió la fundación, convencido apasionadamente de la urgencia de
colaborar con Tierra Santa, a través de la Custodia Franciscana, aprovechando
la proyección pública que aporta una cofradía penitencial… No podía quedar al
margen, no podía dejar en la estacada a quien tanto quería. Y ahí estuve,
rompiendo con uno de los pocos principios que había logrado mantener incólumes
en el azaroso transcurrir del tiempo. La lealtad, a una persona, a una idea, a
un proyecto, pesaron más que las otras consideraciones. La vida es, a fin de
cuentas, un continuo reconsiderar.
La decisión nos lleva ahora a
cuidar a una institución humilde pero muy bien asentada ya, pese a su corta
existencia. A custodiar con esmero, con dedicación, conscientes de que, pese a
ser la hermandad más pequeña de Salamanca, posee un tesoro muy valioso. Resulta
increíble la resonancia que su mensaje ha tenido fuera de nuestra ciudad. Es un
legado que debe preservarse e incrementarse en la medida de lo posible. Por
estas y otras muchas razones, damos gracias sinceras a quienes han regido la
hermandad durante los últimos años, que han conseguido mucho más de lo que en
un principio se pensó. Manolo, José Fernando, Paulino, Isabel, las dos Anas,
Iglesias y Fernández, Pepe, José Luis y Roberto han hecho un trabajo
extraordinario y han dado una lección de generosidad al mundo cofrade. Y, ya de
una manera más personal, estoy obligado a agradecer de todo corazón a quienes,
sin ninguna pretensión que vaya más allá del servicio a la hermandad, han
ofrecido su tiempo, talento y esfuerzo para acompañarme en esta responsabilidad
que, suponemos, en breve comenzaremos a ejercer. A Carlos, Charo, Esteban,
Quico, Montse, María José, Maite y Vidal, muchas gracias por vuestra
disponibilidad.
Post data. Escrita ya la columna, también en este espacio digital pude
leer, el pasado viernes, a mi querido Félix Torres. Consideraba el mismo asunto desde otra perspectiva. La suya, como no puede ser de
otra manera. Me llegaron al alma sus palabras. Siempre las recordaré. Siempre
las agradeceré.
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