Se avecinan tiempos de transición sin cambio, que,
a estas alturas, no sé si son sinónimos o siquiera lo mismo.
Tras unos años de incertidumbre domesticada por
José Manuel Ferreira al frente de un excelente equipo de cofrades que se han
dedicado a tenerlo todo en perfecto estado de revista desde el primer momento,
en la Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad se producen
relevos sin revuelos, una transición sin altibajos en la que todo discurre como
si nada hubiera pasado. Manolo —Ferreira le llaman otros— da un paso al lado y
deja que Javier —también llamado Blázquez por muchos— se agarre a las riendas
de esta sencilla tartana, por humilde, que es la Hermandad Franciscana. Un
relevo que, aunque muchos dábamos por hecho sintiéndolo como lo natural, ha
costado más de lo esperado, según cuentan las fuentes de las que he bebido. En
todo caso, Francisco Javier Blázquez se hace cargo del cargo más visible y
absorbente de la hermandad que, a la espera de una ya inmediata ratificación
por el ordinario diocesano, comenzará a ejercer su cargo desde el primer
momento. Porque él es así, tranquilo pero tenaz, con una personalidad que no
admite dobleces cuando se trata de temas cofrades o cristianos, pues lo tiene
muy claro.
Decía que Manolo ha dado un paso al lado y creo no
equivocarme si digo que ese paso es tan pequeño como casi todos deseamos. Que
su ilusión no puede deshacerse como azucarillo en la taza del café por más
vueltas que dé la cucharilla. Es alguien más necesario que contingente
—parafraseando al lugareño de Amanece que
no es poco, gran película del manchego José Luis Cuerda, cuando se dirige a
su alcalde— y eso se lo vamos a recordar sine die a pesar de su modestia.
Porque nadie puede negar sus méritos desde la iluminación inicial por la que se
embarcó —y embarcó a unos cuantos— en la creación de la hermandad según sus
sueños franciscanos alentados por fray Romualdo, su admirado primo, hasta verla
puesta en la calle tras los avatares típicos de una aventura como esta
(conseguir hermanos, conseguir imagen, conseguir enseres, conseguir Clarisas,
conseguir San Martín, conseguir Capuchinos, conseguir ilusiones, conseguir
futuro, conseguir llevar a la Custodia de Tierra Santa en el corazón, conseguir
que la Custodia lleve en el corazón a la Hermandad, conseguir y conseguir…).
Avatares a los que se sumó una pandemia que, a pesar de ello, no hizo temblar
cuanto se había conseguido pero que metió el miedo en el cuerpo como si fuese
un culebrón doloroso del que se sabe por dónde empieza, pero no dónde ni cuándo
acabará y, lo que es más importante, qué cicatrices va a dejar.
Manolo se empeñó y sacó adelante hábitos y
enseres, obras de arte puestas en la calle sin alharacas grandilocuentes y el
número suficiente de cofrades convencidos como para que todo fuese realidad
desde el primer momento, desde que se asomó el Cristo de la Fraternidad
Franciscana, el «Cristo de Flecha», a las puertas de la iglesia de San Martín
para comenzar una apasionante aventura cofrade y cristiana. No creo que haya
palabras para agradecerle todo cuanto ha hecho, pero sí palabras agradecidas
que nacen en el corazón y que se traban en el teclado para salir trastabilladas
y tartamudeantes.
Y qué decir de Javier, gallo viejo ya en este
corral cofrade, que decidió —quizá sin quererlo— hacerse imprescindible en la
Semana Santa salmantina desde una discreción obsesiva, casi anónima. Su
tenacidad personal le ha llevado a ser pieza clave en casi todos los aspectos
diocesanos relacionados directa o tangencialmente con la religiosidad popular
en general y la cofrade en particular. Para bien de muchos o mal de unos pocos,
que tener una «conciencia externa» rondándole a uno el colodrillo con
frecuencia, hace que se crezcan los malestares cuando estos existen. Pero
siempre desde posiciones apenas relevantes, desde una mismidad que nunca
necesitó revestirse de cargos para que fuera considerada no contingente sino
necesaria.
Javier, quien siempre ha sido la «cruz de guía» de
la Hermandad Franciscana —en tantos sentidos…—, recoge el testigo que le cede
Manolo sin solución de continuidad, como debe ser en una institución en la que
todo está hecho (esa es la sencillez de esta hermandad), pero que tiene aún
tanto por hacer, para impregnarla con su esencia aunque no lo quiera. Porque,
al final, todos dejan huella más o menos profunda. Espero que la suya sea cuán
superficial quiera pero indeleble. Eso será buena señal.
Poco más para este nuevo hermano mayor, que,
aunque puedo por tener datos y cariño, creo que el panegírico se lo haré cuando
cumpla mandato y así, además, tendré oportunidad de rellenar una nueva columna
en este periódico digital llamado pasionensalamanca.com.
Vayamos terminando que el espacio está acotado.
Finalizo dejando para el final la flor que hace excelente cualquier manzanilla
de barrica, que no todo es cosa de buena uva. Nadie es lo que es si no es por
otros; y en esto, los otros han sido José Fernando, Isabel, Paulino, Roberto, Pepe Román, Ana, José Luis y Ana. Nadie lo es si no es por otros; y en
esto, los otros serán Carlos, Charo, Esteban, Quico, Montse, Mª José, Mª Teresa
y Vidal. Para todos mi reconocimiento agradecido.
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