viernes, 9 de junio de 2023

Necesarios y contingentes

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Félix Torres

Santísimo Cristo de la Humildad | Fotografía: Manuel López Martín

09-06-2023

 

Se avecinan tiempos de transición sin cambio, que, a estas alturas, no sé si son sinónimos o siquiera lo mismo.

Tras unos años de incertidumbre domesticada por José Manuel Ferreira al frente de un excelente equipo de cofrades que se han dedicado a tenerlo todo en perfecto estado de revista desde el primer momento, en la Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad se producen relevos sin revuelos, una transición sin altibajos en la que todo discurre como si nada hubiera pasado. Manolo —Ferreira le llaman otros— da un paso al lado y deja que Javier —también llamado Blázquez por muchos— se agarre a las riendas de esta sencilla tartana, por humilde, que es la Hermandad Franciscana. Un relevo que, aunque muchos dábamos por hecho sintiéndolo como lo natural, ha costado más de lo esperado, según cuentan las fuentes de las que he bebido. En todo caso, Francisco Javier Blázquez se hace cargo del cargo más visible y absorbente de la hermandad que, a la espera de una ya inmediata ratificación por el ordinario diocesano, comenzará a ejercer su cargo desde el primer momento. Porque él es así, tranquilo pero tenaz, con una personalidad que no admite dobleces cuando se trata de temas cofrades o cristianos, pues lo tiene muy claro.

Decía que Manolo ha dado un paso al lado y creo no equivocarme si digo que ese paso es tan pequeño como casi todos deseamos. Que su ilusión no puede deshacerse como azucarillo en la taza del café por más vueltas que dé la cucharilla. Es alguien más necesario que contingente —parafraseando al lugareño de Amanece que no es poco, gran película del manchego José Luis Cuerda, cuando se dirige a su alcalde— y eso se lo vamos a recordar sine die a pesar de su modestia. Porque nadie puede negar sus méritos desde la iluminación inicial por la que se embarcó —y embarcó a unos cuantos— en la creación de la hermandad según sus sueños franciscanos alentados por fray Romualdo, su admirado primo, hasta verla puesta en la calle tras los avatares típicos de una aventura como esta (conseguir hermanos, conseguir imagen, conseguir enseres, conseguir Clarisas, conseguir San Martín, conseguir Capuchinos, conseguir ilusiones, conseguir futuro, conseguir llevar a la Custodia de Tierra Santa en el corazón, conseguir que la Custodia lleve en el corazón a la Hermandad, conseguir y conseguir…). Avatares a los que se sumó una pandemia que, a pesar de ello, no hizo temblar cuanto se había conseguido pero que metió el miedo en el cuerpo como si fuese un culebrón doloroso del que se sabe por dónde empieza, pero no dónde ni cuándo acabará y, lo que es más importante, qué cicatrices va a dejar.

Manolo se empeñó y sacó adelante hábitos y enseres, obras de arte puestas en la calle sin alharacas grandilocuentes y el número suficiente de cofrades convencidos como para que todo fuese realidad desde el primer momento, desde que se asomó el Cristo de la Fraternidad Franciscana, el «Cristo de Flecha», a las puertas de la iglesia de San Martín para comenzar una apasionante aventura cofrade y cristiana. No creo que haya palabras para agradecerle todo cuanto ha hecho, pero sí palabras agradecidas que nacen en el corazón y que se traban en el teclado para salir trastabilladas y tartamudeantes.

Y qué decir de Javier, gallo viejo ya en este corral cofrade, que decidió —quizá sin quererlo— hacerse imprescindible en la Semana Santa salmantina desde una discreción obsesiva, casi anónima. Su tenacidad personal le ha llevado a ser pieza clave en casi todos los aspectos diocesanos relacionados directa o tangencialmente con la religiosidad popular en general y la cofrade en particular. Para bien de muchos o mal de unos pocos, que tener una «conciencia externa» rondándole a uno el colodrillo con frecuencia, hace que se crezcan los malestares cuando estos existen. Pero siempre desde posiciones apenas relevantes, desde una mismidad que nunca necesitó revestirse de cargos para que fuera considerada no contingente sino necesaria.

Javier, quien siempre ha sido la «cruz de guía» de la Hermandad Franciscana —en tantos sentidos…—, recoge el testigo que le cede Manolo sin solución de continuidad, como debe ser en una institución en la que todo está hecho (esa es la sencillez de esta hermandad), pero que tiene aún tanto por hacer, para impregnarla con su esencia aunque no lo quiera. Porque, al final, todos dejan huella más o menos profunda. Espero que la suya sea cuán superficial quiera pero indeleble. Eso será buena señal.

Poco más para este nuevo hermano mayor, que, aunque puedo por tener datos y cariño, creo que el panegírico se lo haré cuando cumpla mandato y así, además, tendré oportunidad de rellenar una nueva columna en este periódico digital llamado pasionensalamanca.com.

Vayamos terminando que el espacio está acotado. Finalizo dejando para el final la flor que hace excelente cualquier manzanilla de barrica, que no todo es cosa de buena uva. Nadie es lo que es si no es por otros; y en esto, los otros han sido José Fernando, Isabel, Paulino, Roberto, Pepe Román, Ana, José Luis y Ana. Nadie lo es si no es por otros; y en esto, los otros serán Carlos, Charo, Esteban, Quico, Montse, Mª José, Mª Teresa y Vidal. Para todos mi reconocimiento agradecido.


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