06-07-2023
Con el título «Mayoral, un pintor que modelaba» el Ayuntamiento homenajea mediante una exposición antológica, ya en sus últimos días, a quien fue su medalla de oro y uno de los artistas más destacados de la historia de la ciudad. Fernando Mayoral Dorado nos dejó hace un año, el 14 de junio de 2022, después de haber consagrado al arte una vida larga, intensa y fecunda. Y su obra ha quedado vinculada a esta ciudad que le vio nacer como artista y en la que se quiso quedarse a vivir para dejar en ella lo mejor de su obra.
Mayoral siempre será recordado por su
escultura religiosa y urbana, aunque su obra artística va mucho más allá. Y en
la escultura religiosa, el apartado dedicado a la Semana Santa es muy
destacado. No podemos olvidar que, aun siendo ya un artista conocido, su
consagración definitiva como escultor le llega cuando asume la realización, en
un tiempo récord, del paso de la Santa
Cena para la Cofradía de la Vera Cruz de Zamora. Estaba ya en la etapa de
madurez y esta obra de trece figuras, catorce si contamos el perro, le pone en
la primera plana del arte religioso español. Por la resolución compositiva en
un tema tan complejo, la innovación al ejecutar en un ámbito tan conservador
como es el de la escultura procesional y el empeño en dejar su huella artística
cuando los condicionantes eran tan fuertes, Mayoral pasa a ser un referente
nacional de la escultura religiosa. Escultura, que no imaginería. Las lindes
entre escultura e imaginería, es cierto, nunca han estado claras del todo, lo
mismo que sus definiciones cuando se trata de establecer diferencias, aunque
siempre el concepto que engloba, y por tanto va más allá, es el de escultura.
En Salamanca, Mayoral siempre fue un
artista respetado y valorado. El Ayuntamiento, en este caso, sí supo aprovechar
su talento y le encargó un buen número de estatuas urbanas y cuatro medallones
en la Plaza Mayor. En menor medida, la Iglesia diocesana también le pidió
alguna imagen, un par de crucificados para las parroquias de El Pedroso de la
Armuña y La Sagrada Familia en el barrio de El Zurguén. Solo la Semana Santa
estaba en deuda con él, porque los intentos de las cofradías para encargarle
algo nunca llegaron a cristalizar. Para Fernando Mayoral también era una espina
clavada, una especie de frustración, pues podía pasar por esta ciudad como un
escultor relevante que, destacando en la escultura religiosa, no dejase una
obra para las procesiones de Semana Santa.
El encargo llegó finalmente desde la
Hermandad Franciscana del Cristo de la Humildad. Y no era una tarea fácil, pues
Mayoral estaba considerado como un escultor de prestigio y, consciente de ello,
daba a su obra el valor que realmente debía tener. Pero al final, después de algunas
vicisitudes que aún es demasiado pronto para poder contar, decide realizar la
imagen de este Cristo franciscano con unas condiciones que sí podían ser
asumidas por una hermandad recién fundada y sin apenas recursos. Prevaleció el
hombre bueno que llevaba dentro sobre la condición del artista consagrado que,
pese a la sencillez en las formas, él sabía que lo era.
El Cristo de la Humildad es la última
obra de Fernando Mayoral. Es cierto que la escultura de Vicente del Bosque se
inauguró después, pero su concepción y el comienzo de su ejecución son anteriores.
Sucede que el Cristo tenía fecha obligada, pues debía estar para la procesión
de 2018 y la bendición previa por parte del Custodio de Tierra Santa, que
podría estar en Salamanca en diciembre de 2017 aprovechando la coyuntura de un
viaje a Lisboa. Por eso dejó a un lado la escultura del campeón del mundo y,
durante unos meses, se dedicó en cuerpo y alma a esta obra que es, por tanto,
su testamento artístico.
El Cristo de la Humildad no es una
imagen dulce de esas que tanto gustan a los cofrades deslumbrados por la
imaginería neobarroca que reitera clichés sin apenas aportar nada nuevo a la
creatividad. Y el arte, necesariamente, debe ser innovación. Mayoral era
escultor, artista global, y creaba en sintonía con sus principios, nunca con
los del cliente. Y deja ahora el más duro y maduro de sus siete crucificados.
El de un hombre torturado que perdona a quienes le están ejecutando. No hace
falta sangre, ni apenas policromía, para expresar un sufrimiento tan atroz.
Todo es fuerza, todo dolor, también esperanza. Por eso cuesta asimilarla. Es lo
que sucede cuando una imagen de estas características llega a la Semana Santa.
Necesita su tiempo de reposo y asentamiento. Las obras buenas, como sucedió en
otras épocas, léase Montagut en Salamanca, tardan unos años en ser aceptadas
por el gran público. Después se presume de ellas, como sucedió en Zamora con Redención, de Benlliure.
Sirvan estas líneas, a modo de
remembranza un tanto improvisada y subjetiva, como homenaje póstumo a nuestro
querido y entrañable Fernando Mayoral, a quien siempre seguiremos recordando
con cariño, respeto y admiración.
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