viernes, 3 de noviembre de 2023

¿Representantes? ¡Presentes!

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Tomás González Blázquez

Presidencia, con las representaciones, en la procesión del Domingo de Ramos | Fotografía: Pablo de la Peña


03-11-2023

Al terminar la interpretación del himno de todos, con perdón, la imagen de Jesús en su Segunda Caída, cuya hermandad celebraba el 290° aniversario, ya se había perdido entre la oscuridad del templo. Fue entonces cuando los portadores de las varas relajaron la pose y, poco a poco, devolvieron las medallas a los bolsillos de la chaqueta o el pantalón mientras se recordaban  unos a otros las siguientes citas de su denso calendario: el viernes próximo la presentación de la revista Incensario Humeante, el sábado la inauguración de la muestra para escoger el cartel de la Hermandad Salesiana justo a tiempo de  repartirse luego entre el concierto benéfico del Cristo de las Penas y el recital poético de la Virgen de los Gozos, antes de hacer doblete el domingo con la misa y su correspondiente procesión extraordinaria del Encuentro Regional de Hermandades de la Coronación de Espinas y el esperado pregón de la tertulia cofrade «La octava palabra». En esto estaban, pensando en que, ante tamaños compromisos, casi sería más práctico dejar la vara en el paragüero y la medalla donde las llaves de casa, cuando el hermano mayor anfitrión se acercó a agradecer la presencia de aquellas gentes que a él, en ese preciso instante, le resultaban más gentiles que la mayoría de la lista de miembros de su cofradía, ausentes en una fecha preparada con tanto esmero por la junta directiva y aledaños. Si no hubiera sido por los representantes, siempre presentes...

No se trata más que de una viñeta exagerada que no aspira a ironizar sobre algo que nos es propio y deseable, la representación de las hermandades en determinados momentos, ordinarios u extraordinarios, de sus homólogas. Por afinidad de carisma, es bueno acompañarnos y ayudarnos. Cuando además existe alguna otra vinculación particular (compartir sede o advocaciones, confluencia histórica...), con mayor motivo. Sin embargo, para que la representación conserve su significado, exige también mesura: que responda más a la relación institucional que a las filias personales, que las fobias de la misma estirpe no vicien tampoco aquella, que se reserve para acontecimientos realmente fundamentales (necesariamente serán pocos), que mantenga una coherencia y continuidad a lo largo de los años.

Los representantes pueden acudir entusiasmados u obligados a la representación. Avanzarán o se detendrán, aplaudirán o escucharán, tomarán un refresco o conversarán, empaparán la camisa a lo Camacho o se quedarán con los pies helados, como convenga a su misión de ese día (también pueden representar con nocturnidad cuando se tercie). Sea como sea, representan a su hermandad, o incluso a diferentes hermandades según las circunstancias, que hay cofrades versátiles en este oficio. Pero no se representan a sí mismos, con lo que de esto se desprende. Ni tampoco se representa adoptando, confusamente, el nombre del coro de una cofradía, me refiero a la Vera Cruz, para titular una asociación cultural. ¿No había otras denominaciones?

A los representantes, por norma general, sobre todo si representan como cargos directivos, les termina tocando sacar del bolsillo algo más que la medalla, porque no caben cuantiosos gastos de representación en ese reflejo de los fines de la cofradía que deben ser sus cuentas (rendidas ante los hermanos y ante el obispo) y sus presupuestos anuales (mera herramienta de su plan pastoral).

Los representantes cofrades no son miembros del cuerpo diplomático ni pequeñas celebridades locales con gabinete, agenda y disponibilidad de tiempo incompatible con un servicio eclesial engarzado en la vida diaria. Tienen una familia y, ojalá, un trabajo, la obligación donde dar el callo del testimonio cristiano, antes que esta dimensión hermosa pero secundaria de su devoción cofradiera. Porque casos se dan en que el cofrade luce más veces la medalla en actos ajenos que en los propios, pasa más horas representando a su hermandad que en su hermandad misma, le sale mejor el papel de huésped que el de hospedero y, a menudo, nada más cómodo en el agua municipal, que todo lo inunda, que en la diocesana, algo estancada.

Siempre presentes los representantes, que está muy bien acompañarnos unos a otros en luminoso signo de comunión, quizá bastara con reservar menos bancos y menos tramos, que al final somos todos de casa: la Iglesia, un pueblo en camino.


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