23-12-20235
El Evangelio de San Lucas narra el nacimiento de Jesús como sigue: «Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no tenían sitio en el albergue» (Cf. Lc 2,6-7). En principio sin la noticia del ángel a los pastores el relato corresponde al nacimiento de un niño cualquiera. Pero el ángel se dirige a los pastores en estos términos: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Cf. Lc 2,10b-11).
El misterio de
la Encarnación del Señor revela el sentido de la existencia del cristiano. Lo
encontramos en la interpretación que hace Jesús mismo de su propio cuerpo,
después de haber vivido unos treinta años, la mayoría de los cuales en Nazaret.
En el capítulo segundo de San Juan, donde se narra la expulsión de los
vendedores del templo: «destruid
este santuario y en tres días lo levantaré. […] Pero él hablaba del santuario
de su cuerpo. Cuando fue levantado de entre los muertos, se acordaron sus discípulos
de esto que había dicho» (Cf. Jn 2,19-22).
Podemos
acercarnos a esta realidad considerando nuestros recuerdos y deseos, que
acontecen dentro de nuestro propio cuerpo, en todo semejante al de Jesús, tal y
como se relata en el nacimiento. Deseos y recuerdos pueden hacer que valoremos
las cosas no como hechura de Dios sino como interesantes, útiles, convenientes…
Y es entonces cuando dejamos de ver al Creador en la criatura para vernos a
nosotros mismos. Ya no nos damos enteros, ni a Dios ni a nadie, salvaguardamos
aquello que nos interesa, aunque solo sea como deseo.
Solo cuando una
realidad nos admira y no deseamos poseerla nos habla de Dios, por el contrario,
si la poseemos muere sin haber cumplido su fin último: reflejar el rostro del
Creador; o si la tememos muere porque la mataremos, si podemos, y si no, la
evitaremos. Dios se da por entero y nos quiere enteros. En quien han callado
todas las criaturas (en quien no desea nada), allí Dios muestra el rostro de su
Hijo.
Deseos y
recuerdos engendran temores que es lo que nos impide ser libres y volar.
Podemos remarcar en este punto el pensamiento de Eric Fromm, muy conocido: El
hombre tiene miedo a ser libre. Dios hecho niño es la expresión de la más absoluta
libertad: libre de deseos; en Nazaret sin prestigio, sin prisa; libre de
temores amando hasta la cruz y la muerte.
Ni que decir
tiene que todo guarda una relación profunda con la Navidad donde se consume sin
límite. Consumir tiene como fin colmar los deseos y apartar los miedos. Parece
expresión de la libertad y comprobamos que no es tal cosa por sus frutos ya que
la consecuencia es el hastío, primero; y el cansancio, después. Todo para
volver al principio: el deseo o el temor.
Hagamos
realidad en nuestra vida lo que dice la Escritura Sagrada por medio de la carta
de San Pablo a Tito, texto que se lee en la misa de la vigilia de Navidad: «Ha aparecido la gracia
de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar
a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida
sobria, honrada y religiosa, […]. Él se entregó por nosotros para rescatarnos
de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras».
¡Feliz
Pascua de Navidad!
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