viernes, 22 de diciembre de 2023

La Pasión en Crimen y Castigo

| | 0 comentarios

Álvaro Gorjón Losa

Fotograma de Crimen y Castigo, dirigida por Josef von Sternberg en 1935

22-12-2023


Dostoievski, a quien Nietzsche se refirió como «el único psicólogo que le había enseñado algo», entendió con una agudeza asombrosa que en el criminal se esconde un hombre grande en potencia. En los fríos páramos de Siberia, donde los caídos en desgracia sufren la pena del presidio, halló el tipo más realizado del ideal ruso, pero encubierto, manchado por la miseria y por la bajeza. Dostoievski poseía la mirada del cristiano, los ojos amables de Cristo que ven en los hombres que son su sombra no solo a la sombra, sino también al hombre. Veía no solo al pecador, sino también al redimido. Esta transfiguración del pecador a través del amor y el arrepentimiento es sin duda el más bello descubrimiento del cristianismo. En palabras de Kierkegaard: «solo a través del pecado se descubre la bienaventuranza». Por medio de esta hermosa idea creó Dostoievski una de las más admiradas novelas de la historia y la llamó Crimen y Castigo.

Crimen y Castigo alberga una gran carga simbólica y está entretejida con elementos de la Pasión misma. El aliento de Cristo, que no es otro que el del Amor, sopla al final de la novela y disipa la terrible niebla que envolvía al protagonista. Deja ver con ello que Raskolnikov es también uno que carga una cruz. Esa cruz es su orgullo, el orgullo de creerse superior ante la culpa, de creerse por encima de las leyes morales y tener por ello «derecho a matar». Y ese orgullo cierra las veredas del alma de tal modo que resulta imposible sentir el arrepentimiento que permite recibir las bendiciones del Amor. Raskolnikov es una muestra del pecado original que Cristo con su muerte redime y a su vez un ejemplar magnífico de un superhombre fracasado. Su orgullo es el de aquel que ha mordido el fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal y lo ha encontrado amargo.

Durante todo el transcurso de los acontecimientos vemos cómo operan en su interior estas fuerzas, en agónica lucha, y el triunfo constante de su orgullo no tiene como consecuencia más que arrojarlo a ese temible pozo de soledad que es el vacío. De suerte que se aleja de todos sus seres queridos, de su madre y su hermana que le adoran y no es capaz de sentir simpatía ni por el mejor de sus amigos que tanto había hecho por su suerte. Solo una llama queda en él encendida, la de Sonia, figura fascinante. Es, en efecto, una prostituta, y quizás esta condición la acerca a Raskolnikov, pero lo que sirve verdaderamente es para mostrar en cuanto se le aleja. ¡Qué distintos sus casos! Lo que hizo él por vanidad, lo hizo ella por amor. Es la representación simbólica dentro de la Pasión de María Magdalena y si Cristo la viera le habría dicho: «Mucho se te perdonará, porque has amado mucho». Cuánto cuesta entender la belleza de esta frase, quizás la más bella que pronunció Cristo en vida y que, si no me engaño, implica la superioridad de la estética sobre la ética.

Pronto se establece entre ellos una relación y Raskolnikov entiende que precisamente ante ella tiene que efectuar su confesión. Hay un pasaje tremendo en el que le pide que le lea el Evangelio y acto seguido le confiesa su crimen y ella, jueza moral grandiosa, le dice que ha de arrastrarse hasta la calle, besar la tierra húmeda y ante todos confesar su condición. Ha de gritar al mundo, que él, Raskolnikov, no es más que un asesino. Humildad viene de humus, que significa precisamente tierra. Cuán bello y acertado símbolo de la humildad es esta acción que Sonia le exige como penitencia. Ella está ya indudablemente traspasada por la clarividencia de la fe y del amor. Y sabe que antes de confesar debes recoger el valor que otorga la certeza de que no eres mejor que el resto, sino igual, y tal vez peor. Si quieres recibir el perdón, has de aniquilar primero la vanidad y el orgullo que te hicieron empuñar el hacha. El criminal que va a confesar debería animarse con estos versos de Verlaine:

Que soy peor que el resto, Señor, ya lo sabes,
pero te doy, Dios mío, cuánto poseo.

¿Pues qué posee el criminal más que la potencialidad de redimirse mediante el arrepentimiento y la confesión?

Por si fuera poco, Sonia le ofrece una cruz de entre dos, y le pide que la porte en su camino a la comisaría. Una de ellas resulta ser la cruz de la segunda muerta, Lizaveta, que se presenta como el guiño de la invisible fatalidad. El símbolo queda claro. Raskolnikov debe subir su Calvario si quiere que el cielo se le abra. Y ese cielo, curiosamente, lo hallará hasta en Siberia por el hecho de haber confesado, cuando de otro modo no lo habría hallado en ninguna parte. No habría habido para él más que infierno en la tierra. Tal es el poder del perdón de Dios y la paz que en el alma deja. Para él la confesión es el único camino, como lo fue para Cristo el Gólgota, con la diferencia de que Cristo fue Inocente y cargó con los pecados ajenos de toda la humanidad para enseñarnos a hacer lo mismo con los propios. ¡Y qué ironía simbólica que precisamente el hacha fatal fuese a caerle a la vieja usurera en el cráneo! En el Arte no existen las coincidencias.

El final es la confesión y su marcha a las cárceles de Siberia, a donde Sonia, fielmente, le sigue. Pero su transformación no está completa. Ha tenido destellos de luz, pero en él la oscuridad es aún muy profunda. Si se entrega es casi más por desesperación que por convicción. Y vemos cómo sigue tratando injustamente a Sonia en sus entrevistas y se muestra asquerosamente indigno de su amor, y se martiriza porque es consciente en el fondo. Es la imagen del pecador que ha visto la luz y la siente demasiado buena para él y se recluye en sus tinieblas conocidas. La mano amorosa de Dios quema a menudo con su piedad el corazón del que se sabe indigno. Hace falta desprenderse, como Cristo, de todo orgullo. Aceptar la cruz y cargarla, aceptar el crimen y el castigo. A Raskolnikov aún le queda reconocerse abiertamente culpable ante sí mismo. Y, de pronto, el día llega y el corazón se le abre. Y como si fuese las compuertas de una presa, se desborda en su alma un torrente de lágrimas que purifican. Ya la transfiguración se ha producido. Aquel hombre no es ya más Raskolnikov, el asesino. Es un hermano de Cristo. Un portador de la cruz. Ha entrado en él el Amor, y ha renacido.

0 comentarios:

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión