22-12-2023
Dostoievski, a quien Nietzsche se
refirió como «el único psicólogo que le había enseñado algo», entendió con una
agudeza asombrosa que en el criminal se esconde un hombre grande en potencia.
En los fríos páramos de Siberia, donde los caídos en desgracia sufren la pena
del presidio, halló el tipo más realizado del ideal ruso, pero encubierto,
manchado por la miseria y por la bajeza. Dostoievski poseía la mirada del
cristiano, los ojos amables de Cristo que ven en los hombres que son su sombra
no solo a la sombra, sino también al hombre. Veía no solo al pecador, sino
también al redimido. Esta transfiguración del pecador a través del amor y el
arrepentimiento es sin duda el más bello descubrimiento del cristianismo. En
palabras de Kierkegaard: «solo a través del pecado se descubre la
bienaventuranza». Por medio de esta hermosa idea creó Dostoievski una de las
más admiradas novelas de la historia y la llamó Crimen y Castigo.
Crimen
y Castigo alberga una
gran carga simbólica y está entretejida con elementos de la Pasión misma. El
aliento de Cristo, que no es otro que el del Amor, sopla al final de la novela
y disipa la terrible niebla que envolvía al protagonista. Deja ver con ello que
Raskolnikov es también uno que carga una cruz. Esa cruz es su orgullo, el
orgullo de creerse superior ante la culpa, de creerse por encima de las leyes
morales y tener por ello «derecho a matar». Y ese orgullo cierra las veredas
del alma de tal modo que resulta imposible sentir el arrepentimiento que
permite recibir las bendiciones del Amor. Raskolnikov es una muestra del pecado
original que Cristo con su muerte redime y a su vez un ejemplar magnífico de un
superhombre fracasado. Su orgullo es el de aquel que ha mordido el fruto del
árbol de la Ciencia del Bien y del Mal
y lo ha encontrado amargo.
Durante todo el transcurso de los
acontecimientos vemos cómo operan en su interior estas fuerzas, en agónica
lucha, y el triunfo constante de su orgullo no tiene como consecuencia más que
arrojarlo a ese temible pozo de soledad que es el vacío. De suerte que se aleja
de todos sus seres queridos, de su madre y su hermana que le adoran y no es
capaz de sentir simpatía ni por el mejor de sus amigos que tanto había hecho por
su suerte. Solo una llama queda en él encendida, la de Sonia, figura
fascinante. Es, en efecto, una prostituta, y quizás esta condición la acerca a
Raskolnikov, pero lo que sirve verdaderamente es para mostrar en cuanto se le
aleja. ¡Qué distintos sus casos! Lo que hizo él por vanidad, lo hizo ella por
amor. Es la representación simbólica dentro de la Pasión de María Magdalena y si Cristo la viera le habría dicho: «Mucho
se te perdonará, porque has amado mucho». Cuánto cuesta entender la belleza de
esta frase, quizás la más bella que pronunció Cristo en vida y que, si no me
engaño, implica la superioridad de la estética sobre la ética.
Pronto se establece entre ellos una
relación y Raskolnikov entiende que precisamente ante ella tiene que efectuar
su confesión. Hay un pasaje tremendo en el que le pide que le lea el Evangelio
y acto seguido le confiesa su crimen y ella, jueza moral grandiosa, le dice que
ha de arrastrarse hasta la calle, besar la tierra húmeda y ante todos confesar
su condición. Ha de gritar al mundo, que él, Raskolnikov, no es más que un
asesino. Humildad viene de humus, que significa precisamente tierra. Cuán bello
y acertado símbolo de la humildad es esta acción que Sonia le exige como
penitencia. Ella está ya indudablemente traspasada por la clarividencia de la
fe y del amor. Y sabe que antes de confesar debes recoger el valor que otorga
la certeza de que no eres mejor que el resto, sino igual, y tal vez peor. Si
quieres recibir el perdón, has de aniquilar primero la vanidad y el orgullo que
te hicieron empuñar el hacha. El criminal que va a confesar debería animarse
con estos versos de Verlaine:
pero te doy, Dios mío, cuánto poseo.
¿Pues qué posee el criminal más que la
potencialidad de redimirse mediante el arrepentimiento y la confesión?
Por si fuera poco, Sonia le ofrece una
cruz de entre dos, y le pide que la porte en su camino a la comisaría. Una de
ellas resulta ser la cruz de la segunda muerta, Lizaveta, que se presenta como
el guiño de la invisible fatalidad. El símbolo queda claro. Raskolnikov debe
subir su Calvario si quiere que el cielo se le abra. Y ese cielo, curiosamente,
lo hallará hasta en Siberia por el hecho de haber confesado, cuando de otro
modo no lo habría hallado en ninguna parte. No habría habido para él más que
infierno en la tierra. Tal es el poder del perdón de Dios y la paz que en el
alma deja. Para él la confesión es el único camino, como lo fue para Cristo el
Gólgota, con la diferencia de que Cristo fue Inocente y cargó con los pecados
ajenos de toda la humanidad para enseñarnos a hacer lo mismo con los propios.
¡Y qué ironía simbólica que precisamente el hacha fatal fuese a caerle a la
vieja usurera en el cráneo! En el Arte no existen las coincidencias.
El final es la confesión y su marcha a las cárceles de Siberia, a donde Sonia, fielmente, le sigue. Pero su transformación no está completa. Ha tenido destellos de luz, pero en él la oscuridad es aún muy profunda. Si se entrega es casi más por desesperación que por convicción. Y vemos cómo sigue tratando injustamente a Sonia en sus entrevistas y se muestra asquerosamente indigno de su amor, y se martiriza porque es consciente en el fondo. Es la imagen del pecador que ha visto la luz y la siente demasiado buena para él y se recluye en sus tinieblas conocidas. La mano amorosa de Dios quema a menudo con su piedad el corazón del que se sabe indigno. Hace falta desprenderse, como Cristo, de todo orgullo. Aceptar la cruz y cargarla, aceptar el crimen y el castigo. A Raskolnikov aún le queda reconocerse abiertamente culpable ante sí mismo. Y, de pronto, el día llega y el corazón se le abre. Y como si fuese las compuertas de una presa, se desborda en su alma un torrente de lágrimas que purifican. Ya la transfiguración se ha producido. Aquel hombre no es ya más Raskolnikov, el asesino. Es un hermano de Cristo. Un portador de la cruz. Ha entrado en él el Amor, y ha renacido.
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