martes, 19 de diciembre de 2023

La procesión va por dentro (2)

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 Ramiro Merino

Cofrades de la Vera Cruz | Foto: Pablo de la Peña

 

19-12-2023

Incidíamos anteriormente en el modo en que la Semana Santa impregna nuestra cultura y se manifiesta en las tradiciones. Y nos centramos en los usos y giros que se han lexicalizado en nuestra lengua, con un sentido bien definido y fácilmente reconocibles por los hablantes. Así, mencionábamos expresiones como pasarlas canutas, pasar o vivir un calvario, hacer una barrabasada o la que titulaba la colaboración: la procesión va por dentro. Ampliaremos este acercamiento más ejemplos.

Una expresión muy utilizada ‒menos entre los hablantes más jóvenes‒ es la de ser un tonto de capirote. El capirote es un gorro en forma de cucurucho invertido, cubierto de tela, que usan los penitentes en las procesiones de Semana Santa. Pero, siglos atrás, fue utilizado por la Santa Inquisición como un medio de escarnio público que colocaban sobre la cabeza de los acusados de delitos, pecados o herejías. Durante las primeras procesiones religiosas, en la Edad Media, algunos penitentes que desfilaban en ellas eran presos arrepentidos que querían pedir perdón por sus pecados o sus delitos, a los que se cubría con el capirote, que los señalaba como objeto de escarnio. De alguna manera se les marcaba como sujetos que habían protagonizado comportamientos indignos o inaceptables socialmente, merecedores de escarnio y de burla. La propia etimología del término capirote (de capirón) nos remite a la prenda que cubre la cabeza. Posteriormente, no solo los presos o acusados de delitos, sino ya todos los procesionarios empezaron a incorporar ese capirote, al que se añadiría después la parte que cubre la cara e impide reconocer a quien lo lleva ‒téngase en cuenta que en ocasiones estos recibían indulgencias‒.

Otra expresión muy utilizada, aunque también ha decrecido en las últimas décadas, es la de no ser nada del otro jueves, con el sentido de ser un asunto de poca importancia o trascendencia. En la tradición católica, durante la Cuaresma, los viernes se practicaba la abstinencia de comer carne y ciertos alimentos, por lo que el jueves anterior al Jueves Santo en algunos lugares existía la costumbre de comer abundantemente, porque después había que ayunar, y no todos los jueves se tenía la oportunidad de comer opíparamente. De ahí surgió la expresión de no ser nada del otro jueves para referirse a algo que no tiene diferencia con otros días, entre otras cosas porque no todo el mundo podía permitirse el lujo de pegarse el atracón culinario un jueves, sobre todo por su precariedad económica. Así que no era nada diferente el jueves de Cuaresma de otro jueves cualquiera.

Más popular es la imagen llorar como una Magdalena, empleada con el significado de llorar desconsoladamente. Se relaciona María Magdalena (por su procedencia de Magdala, una aldea cercana a Cafarnaúm), mencionada en el Nuevo Testamento. Esta mujer estuvo presente en la crucifixión de Jesús y lloró amargamente al presenciar su terrible agonía. El aprecio entre Jesús y María Magdalena era mutuo, y se entiende perfectamente que el sufrimiento de Cristo en la Pasión desgarrase el corazón de María. Por cierto, en ningún pasaje de las Escrituras se dice que fuera prostituta, como suele pensarse; probablemente la referencia se deba a un error ‒malintencionado o no, para indicar que era una mujer de mala vida‒ de la transcripción que se hizo en la Edad Media.

Finalmente, otra locución, en este caso con esos musicales: dar la matraca, que viene a significar algo así como «dar la lata o molestar machacona e insistentemente». Equivale a algo tremendamente pesado e incómodo. La matraca es un instrumento de madera, cuyas aldabas o mazos, al sacudirlos, producen un ruido muy desagradable ‒como el de las carracas, pero mucho más intenso‒. Desde la Edad Media estos instrumentos se utilizaban en los conventos, durante la Semana Santa, para convocar a la oración de maitines, en lugar de las campanas. Pero, por su sonido molesto e insistente, se ha convertido en sinónimo de algo muy molesto e incómodo. De ahí la expresión, ya que también se utilizaban para convocar a los feligreses a los santos oficios en Semana Santa, pues las campanas debían enmudecer durante esos días. Todavía hoy se sigue esa tradición en muchos lugares de nuestra geografía.

 

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