Casi sin darme cuenta, el cartel de Muñoz Bernardo se ha ido convirtiendo en mi favorito de cuantos ha editado hasta la fecha la Tertulia Cofrade Pasión. Y la cosa tiene miga porque, a estas alturas, daba por hecho que nada desbancaba a la Magdalena de Paloma Pájaro con sus hechuras de puta contemporánea, tan de travesti, o sea, tan de verdad; o al Cristo de Ángel Luis Iglesias, un retrato que a veces parece un espejo donde buscarse; o la escena tan familiar de Alfonso Cuñado, que compartió en un generoso vídeo desde el lienzo en blanco; o el Jueves Santo del maestro Alén, que podría pintar cada año -qué digo, ¡cada día!- un nuevo cartel de la Semana Santa de Salamanca y todos serían memorables.
Pero el arte tiene estas cosas, o eso dicen los
entendidos, y la Salamanca de “Cruz y capirotes” con la que el guijuelense
nos sorprendió hace ahora una década se ha ido imponiendo en lo más íntimo. Y
lo ha hecho con cierto sentido.
Recuerdo haberme quedado frío cuando un buen amigo me chivó en primicia aquel cartel donde no se veía la Semana Santa. Ja. Eso pensaba entonces. Pero había que saber mirar y había que saber sentir. Sentir morriña. Darse cuenta de que Salamanca es entera Semana Santa y que, después de casi veinte años viviendo lejos, nada representa mejor el sentido personal que la gran semana adquiere para quienes hemos puesto nuestra casa fuera de nuestra patria.
Cada vez que regreso a Salamanca a lo largo del año -mucho menos de lo que debiera- es como si caminara por el cartel de Muñoz Bernardo y allí todo estuviese detenido hasta que marzo-abril llegan al calendario. Sucede incluso aunque sea Navidad y la ciudad, entonces sí, se esconda bajo el lucerío.
En el paisaje urbano de Muñoz Bernardo están todas las semanas santas. Y en él estamos todos, los que somos y los que fueron como Óscar, que ya será por siempre. Tan sutil, tan cotidiano, tan sagrado, que no hace falta nada más para pregonar que Salamanca es, la parte por el todo, entera Semana Santa.
Por eso, esta obra es ya para mí un icono de los cofrades
exiliados, los que no recorremos a diario sus calles para ir a trabajar, ni
para hacer recados, ni para ir al médico, ni para sacar al perro, ni para ir de
tapas. Pero que nunca dejaremos de recorrerla, cada uno siempre en su día y a
su hora, bajo el capirote en memoria de la cruz. Todos deberíamos colgar este
cartel en nuestras casas.
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