Percal es un tipo de tela que se emplea para la lencería de cama (la de dormir, no la de maridar). Sus orígenes están fundidos con los cimientos temporales del toreo, puesto que los mozos de los pueblos, una vez saltado el toro al albero, lo corrían de diversos modos, tal como se hace en algunas localidades del sur de Salamanca (especialmente por la Sierra de Francia y la Raya – Raia con Portugal), y finalmente aparecía el matador profesional que, tras un trasteo sin mucha ciencia, estoqueaba al toro. Los habitantes de los pueblos, los más humildes, llevaban estos retales de confeccionar los ajuares para usarlos como trastos de torear.
Con
el tiempo, el percal y su homónima tela imbuida del galicismo, la franela, fueron
los términos que se emplearon para designar cualquier tela empleada en la brega
o en la faena del toro. Capote y muleta, de este modo, podían ser designados
con estos términos, a pesar de que hoy en día, y por mor de la propia evolución
del toreo, ambos trastos son realizados con otras telas más robustas y más
ligeras, pues el algodón prende y engancha, produciendo desarmes, con cualquier
derrote del cornúpeta.
También,
cuando hay un asunto espinoso, solemos escuchar esa manida frase de ¡Cómo está
el percal! No en vano en España (o EXpaña,
más bien) tenemos un percal o un paño jodido y roído por todos los lados. Más
por levante que por poniente, todo sea dicho de paso. Eso sí, el levante parece
llegar con las bendiciones australes de Roma, pasando por los condados
catalanes.
Uno
de los aspectos que más hay que cuidar en el toreo es la pulcritud de
vestimentas, paños, franelas y percales. No hay nada más espantoso para un
espectáculo que nació del pueblo, pero se gestó en el Barroco, el meta-arte más
ibérico (no en vano, es común a España, Portugal y la Italia más íbera), que
una apariencia denostada, vaga, cutre y descuidada. Así, tenemos que, siempre
me ha llamado la atención, en las corridas de rejones (toreo a caballo lo
llaman los que se lo están cargando por mor de no sé qué complejos de
inferioridad), se cuidan todos los detalles: trenzas, colas, extremidades
(manos y patas), rejones y banderillas debidamente exornados, chaquetas que han
evolucionado desde un traje campero sobrio hasta el toque chanelesco, las consabidas «federicas» de los cavaleiros lusos… incluso, como hemos relatado en otras ocasiones,
en Portugal, las corridas de rejones tienen su propio paseíllo emulando el
pasado caballeresco de éstas: las denominadas cortesías, todo un tratado de protocolo barroco dibujado con
precisión geométrica en los alberos lusitanos. Incluso los famosos forçados campinhos, cuando aparecen en
alguna corrida de esa gran plaza que es Campo
Pequeno, en el corazón del Atlántico, en esa Lisboa que discurre tranquila
en saudade de añoranza, llevan sus trastos pulcramente tratados.
Y,
cuando describo toda esta situación, me doy cuenta, cada vez más, que como la
mayoría de rejoneadores llevan cuadrillas de andar por casa (auxiliadores se
les suele llamar) que cambian una y otra vez, salvo los que encabezan el
escalafón, dichos toreros de plata van con los ternos descosidos, los capotes
de brega sin lavar ni planchar, muchas veces con la sangre injertada en las
tramas de los hilos de sus telas, heces de caballos y toros en dichos percales
y franelas, ellos mismos parecen sacados del guion de una película de tiempos
de hambre y sed de justicia…. El contraste entre el rejoneador y sus
auxiliadores delata cuanto menos una especie de Nirvana hinduista de castas y
cuanto más, dejadez absoluta a la hora de comenzar el saludo trinitario del
rito vespertino consumado en nuestras arenas: el paseíllo.
Recientemente
se ha presentado el cartel de nuestra Semana Santa para el próximo y ya
venidero, al menos litúrgicamente, año 2024. No puedo entrar en valorar el arte
que hay detrás de un objetivo de una cámara. Es cuanto menos exótico salir con
el traje de una hermandad ya desaparecida y, como tal, dada por extinguida. De
hecho, ahí lanzo la primera cuestión: ¿dicha hermandad tiene representación en
la Junta de Cofradías y Hermandades? No. Pues no sé qué pinta.
Peor
aún, mostrar como representación universal de lo local de la celebración del
tránsito más injusto de la historia un hábito sin planchar, un capirote doblado,
retorcido (mi amigo Félix Torres habría pensado en una secuencia de ADN o ARN,
supongo) para significar no sé qué objetivo u objetivos.
De
un tiempo a esta parte, lo exótico vende. Vende en la televisión, vende en las
redes sociales, vende en la calle, vende en lo político, vende, vende y vende.
Porque hay un mercadeo impresentable en los templos de las relaciones humanas.
Hoy se consumen experiencias no vivencias. Por ello, lo exótico, instantáneo y
efímero de la experiencia hace que el envoltorio venda más que el contenido.
También vende, sí, en cada intervención de los representantes y responsables (o
irresponsables) de cofradías y hermandades. No hay nada más que tirar de
hemeroteca para ver claramente la apuesta por lo exótico del costal, las chicotás, un lenguaje bético andalusí
(pronto veremos la estrella de ocho puntas en cualquier bacalao de hermandad) …
y ahora toca tirar de lo exótico extinguido. Y así, aparece un hermano, supongo
que de la Dominicana, tocado de la extinta Hermandad de Jesús de la Promesa.
Algo así, como sacar en un desfile de animales vivos un animal disecado. Y encima,
la foto del bicho preservado es la que va a marcar la Semana Santa de Salamanca
2024. O vamos para atrás unas décadas. O vamos hacia el sur muchas leguas. No
hay término medio. Tengo la ligera impresión de ver en la fotografía del cartel
una especie de negativo helicoidal del monumento al cofrade sito en el
Cañaveral de San Benito.
Decía
Aristóteles que en el medio estaba la virtud. Yo, mantengo que es muy difícil
encontrar el medio. De hecho, sigo en mis trece, como nuestro querido Benedicto
XIII, el Papa Luna, el cual espero sea pronto rehabilitado (y lo solicito desde
esta ciudad y sus respectivas facultades de teología y sedes de sapiencia
laicas y eclesiásticas a las que tanto le debe), de que no existe el centro
político, sino que dicho centro es un contubernio de masas cadavéricas donde
picotean los buitres. Pero lo de la presentación del cartel de este año es un
muladar. Un buitreo incesante de páncreas agradecidos al exotismo de vestir un
hábito más cercano a un auxiliador de tercera o cuarta categoría que el de un
penitente debidamente ordenado. ¿Qué hay de aquello de llevar todo planchado?
¿Qué hay del control de entrada en San Esteban? ¿Qué hay de vestir el hábito
reglamentario de la Dominicana (bueno, ahora no sé cuál es: si el costal, el
hábito negro, el hábito rojo, el hábito verde, el hábito de Jesús de la
Promesa, el traje de los capataces, el traje charro… Y, mira que siempre he
estado a favor de realizar una medalla común a todos los hermanos y secciones).
No olvidemos una seña de identidad de la Dominicana que espero nunca se pierda:
su estación de penitencia es lo más parecido a un paseíllo de corrida de
rejones con sus tres caballeros en sus monturas y caballerías abriendo plaza. A
lo mejor cualquier día los sustituyen por drones con faralaes o algo así. Y de
todo este desorden, exponemos, cual fuegos fatuos de algo que nunca fue y que
aspira a ser lo que nunca será, un lienzo que me recuerda a la serie de
grabados de «Los desastres de la Guerra» del genio aragonés universal y
taurino: Goya. Evidentemente, en el fondo, nunca en la forma, pues al menos,
gracias a Dios, Goya era Goya; y estos, son la…
Lo
dicho, ¡Cómo está el percal!
Felices
Fiestas de la Natividad del Señor. Feliz Navidad.
Nos
vemos, nos queremos, nos leemos, nos odiamos en 2024.
La Hermandad del Jesús de la Promesa no está extinta, está parada. Para que no se extinga debe salir, al menos, un hermano de fila con su hábito. Esto lleva haciéndose muchos años, exclusivamente para eso, para que no declaren extinta la Hermandad. Al ser filial de la Dominicana, sale con la Dominicana.
ResponderEliminarA veces solo es meter el dedo en la llaga, aunque con la doblez del hábito tengas razón.