viernes, 15 de diciembre de 2023

Rosario, escapulario y pistola

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 Paco Gómez

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15-12-2023

Hace unos días era noticia el tiroteo sufrido en Nápoles por un actor cuando circulaba con su coche. Su pecado, haber participado en el reparto de Pirañas, la versión cinematográfica de La Banda de los Niños, de Roberto Saviano. Una crudísima novela sobre la llamada baby camorra, un grupo de chavales que sin ningún límite ni complejo llegó a controlar varias calles del centro histórico de la ciudad italiana.

La portada del libro de Saviano, expresiva, es una espalda completamente cubierta por un gran tatuaje de una Madonna. Es la plasmación simbólica de una de las escenas más perturbadoras. El más pequeño de la paranza, la banda, apodado Bizcochito en la ficción, se prepara para asesinar a sangre fría a uno de los viejos capos de la zona. Un crimen premeditado y brutal que permitirá a los chicos iniciar el asalto definitivo al control mafioso de su espacio. El niño que aún no ha dejado de serlo apoya un ciclomotor que en realidad no puede conducir todavía a la entrada de una iglesia. En ese momento, decide entrar en el templo «Se dijo iglesia. Se dijo santos. Se dijo Virgen. Se dijo Niño Jesús. Se dijo por qué no. Allí dentro se recibe ayuda, allí dentro se hacen promesas, allí dentro se buscan confirmaciones».

El que en unos minutos será un asesino ruega: «Niño Jesús, “deja que un día tenga una banda mía”. Intentó añadir una promesa, dado que, lo sabía, si uno pide, también debe dar algo. No le salían las palabras, y entonces concluyó repitiendo una voz antigua, que era antigua también en él, que también era un niño. Dijo: “Seré bueno” (…) Un Cristo ensangrentado, con la cuerda que lo había tenido atado a la columna aun colgándole del cuello, pareció mirarlo con comprensión y piedad». Poco después, ejecuta a una persona.

Es el relato de ficción de unas vidas reales que se abrieron paso a lo salvaje, crecidas en una ciudad en la que se reza a Maradona como deidad posmoderna y en la que asistimos a una particular relación de estos chicos con lo sagrado, construida sobre conceptos morales de una flexibilidad sorprendente.

Hace un par de meses, en Salamanca, se presentaba el resultado de una peligrosa operación de la Guardia Civil contra dos clanes del narcotráfico. En el escaparate de lo incautado, además de 7 kilos de cocaína, destacaba una enorme cantidad de oro donde no faltaban crucifijos y vírgenes. También, me fijé, de los retrovisores de los dos potentes coches de la banda pendían respectivamente un rosario y un escapulario. Todo mostrado en un largo expositor en el que brillaban armas de todo tipo.

La banda sometía a algunas personas drogodependientes a un régimen de semiesclavitud en narcopisos en Pizarrales. Se les daban pequeñas dosis para su adicción y ellas se encargaban a cambio del negocio en condiciones deplorables.

Me pregunté si mientras llevaban a estas personas de un sitio a otro les pesaría en el cuello el crucificado de oro. Si cuando salieran a dar un susto o una advertencia se pararían a tocar el rosario en un semáforo. Si pedirían a la Virgen protección antes de sacar la pistola.

La relación con la fe es siempre complicada. El equilibrio entre lo que se demanda y lo que se ofrece al cielo, como en la novela. Sabemos que uno mismo es capaz de convencerse de que la peor monstruosidad cometida tampoco es para tanto y que el otro siempre lo hace peor, y mira.

Particularmente difícil es el vínculo con las imágenes sagradas. Al fin y al cabo, nunca piden nada. Hay quien las llama despectivamente muñecos, con ánimo de ofender, y no sabe cuánto acierta, a veces. Ídolos absurdos, amuletos chamánicos manoseados espuriamente.

Otras veces no. Sobre la materia torpe o virtuosamente tratada, sobre ceras y barnices se ha posado el anhelo de un mundo mejor, el esfuerzo, el trabajo, el compromiso humano de obrar acorde a la fe. Eso que se ve cuando una multitud regala en Sevilla a Rosalía estampas de la Macarena, porque les parece que no le pueden dar nada mejor. O cuando Óscar Rodríguez, apoyándose en una muleta, me puso en la mano una estampa de la recién bendecida María del Dulce Nombre que desde entonces siempre llevo en un bolsillo de la chaqueta que me toca el corazón. 

Pero a lo otro sí, a esos muñecos les pueden poner todas las pistolas que quieran.

 

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