miércoles, 17 de enero de 2024

Ad astra per aspera

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 Paco Gómez

El sepulcro vacío en el acto de El Descendimiento | Pablo de la Peña

17-01-2024

 

Luchar fue siempre, más o menos,
una forma de ceguera
(José Saramago)

En unas horas, si nos dejamos llevar por las conversaciones de bar, las letras impresas y eso que llamamos «ambiente», la ciudad se va a parar. Uno de los grandes gigantes mundiales del planeta fútbol pone un pie en el Reina Sofía, estadio municipal cuyo humilde césped pagaron de su bolsillo y con cierta urgencia los aficionados del equipo anfitrión que lleva unos días probándose el disfraz de David y afinando la puntería de su honda. Nunca se sabe.

Pero mientras Unionistas de Salamanca iba pasando rondas en la Copa del Rey –Sporting de Gijón, Villarreal– y sobre todo tras su emparejamiento con el FC Barcelona, en el resto del país iba despertando el interés por saber algo más de un club que no deja de ser un ave exótica en una selva donde conviven variedades de diverso plumaje. Algunos ejemplares verdaderamente bellos y otros no tanto comparten, sin embargo, la característica de que aquí ningún pájaro canta si no hay un buen dinero de por medio.

Así que más allá del rendimiento deportivo de una plantilla modesta, merecido asombro ha producido saber que los engranajes del club se mueven gracias a un grupo de personas que se dejan horas y horas de su vida a cambio de nada, a mayor gloria de su equipo. Gente que prepara los motivos de animación, que lleva las redes, hace las cuentas o las más diferentes tareas, algunas tan poco gratas como limpiar los residuos que otros aficionados, poco considerados por este sacrificio, han dejado tras su paso.

Pensaba yo estos días dónde había visto algo parecido. Tras darle alguna vuelta y asumiendo mi deformación de enfoque, me dije que, al fin y al cabo, esa admirada organización basada en el esfuerzo colectivo no es muy distinta de una cofradía.

De mis tiempos de estudiante me queda en la cabeza una famosa frase sobre las muchas cosas buenas que ofrece la Iglesia (el mejor libro de instrucciones, la mejor red de sucursales o la vida eterna como producto imbatible) y, en cambio, lo mal que se «vende». Algo así ocurre con sus cofradías. Un grupito de buena gente en general que se reúne quitando tiempo a sus familias, sus aficiones (¡el fútbol!) en busca de aportar al bien de su hermandad y a menudo vistos con recelo por alguna capa de la sociedad.

Tampoco aquí hay un dueño de la entidad, sino que los dueños son todos y cada uno de los hermanos que pagan religiosamente (nunca mejor dicho) su cuota. También, democráticamente, pueden pronunciarse en los órganos de gobierno sobre la marcha de la cofradía, sobre tal o cual aspecto o sobre en qué manos debe estar la presidencia.

Aquí igualmente se pierden horas de sueño para preparar el «campo de juego». También se pasan tardes preparando pasos, cortando flores, cosiendo hábitos. Gratis. Igual hay que cuadrar las cuentas y estirar un presupuesto modestísimo y si se quiere hacer algún «fichaje» en forma de talla o de cualquier elemento procesional hay que rascarse el bolsillo para que el dinero aparezca de no se sabe muy bien dónde.

Chicos y chicas muy jóvenes que en un momento dado dicen «me voy a la cofradía» y, me temo, su determinación es más difícil de explicar a los amigos que si se fueran al fútbol. Mayores que siguen al pie del cañón, gentes de todo tipo que no se piden el carnet de ninguna ideología, de ninguna pureza de sangre. Solo arriman el hombro y ya.

Luchar siempre es una forma de ceguera, porque basta mirar cómo está el mundo para bajar los brazos. Por cómo consigue una hermandad salir a la calle sorteando todo tipo de problemas, algunos inimaginables, nunca se va a interesar el Marca, ni Tiempo de Juego, pero merecen el mismo aplauso, la misma gratitud. Voluntarios que aquí se llaman simplemente cofrades y que nos acercan a golpe de sudor y generosidad el camino a la gloria.

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