viernes, 19 de enero de 2024

La otra solidaridad

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 Félix Torres

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 19-01-2024



Ya nadie espera a Las Candelas para recoger el Nacimiento. Si acaso, aguantamos hasta el primer sábado tras la vorágine de unas fiestas que, por mezcladas, las hacemos como si fueran una, para lanzarnos a meter en cajas todo aquello que durante tres semanas ha sido sentimiento a la par que decoración en casa. Figuritas, espumillones, bolas, luces, coronas, angelotes… todo amontonado, sin apenas orden ni concierto, a reposar en una estantería cualquiera de un trastero cada día más abarrotado, hasta que vuelvan a ser requeridos sus servicios.

Ya no se oyen villancicos, ni el entrechocar de las copas en los brindis familiares. Ya no hay niños gritando entre aspavientos mientras abren unos paquetes que les superan varias veces en tamaño. Hasta esa media pastilla de turrón que sobró de la última celebración, quedará olvidada en la alacena como si hubiera perdido su color de repente para transparentarse entre arroces y garbanzos.

Es así. La inmediatez marca nuestro día a día. Las prisas por pasar a algo nuevo, aunque esperado, arrancan velozmente las hojas de un imaginario calendario del que nos gustaría que solo tuviera los días importantes, los señalados, o, al menos, que los días sin interés fueran más cortos o pasasen más velozmente. Nos precipitamos a guardar el portal de Belén para, sin solución de continuidad, prender el incienso, desempolvar hábitos y capirotes, y ponernos en «modo cofrade» activo.

Esa urgencia vital, que nos lleva a pensar la cuaresma ‒si no es que pasamos directamente a agarrar el cirio procesional‒, quizá hace que también perdamos aquellos sentimientos que, con el corazón ablandado por momentos, se nos desbordaron en chocolatadas invernales y bolsas repletas de solidaridad no perecedera en forma de cajas de galletas o paquetes de azúcar que llegarán a los comedores de los más pobres. Pero, ¿de verdad nuestra solidaridad es no perecedera o la gastamos toda en un arrebato navideño?

Quizá sea que funcionamos por impulsos a la llamada de los necesitados. ¿Que hay que limpiar las playas de chapapote o de virutas de plástico? Pues allá que nos vamos, nos ponemos las botas y acabamos extenuados pero contentos. ¿Que hace falta donar sangre tras una catástrofe? Ahí nos tienen dándolo todo hasta quedar exangües y, además, cedemos la intimidad de nuestras casas para alojar a los desalojados. ¿Que hay que ser solidarios? ¡Que cuenten con nosotros! Pero, vemos a un pueblo perseguido y aniquilado por el simple «delito» de ser cristiano y apenas nos causa una mueca de desagrado solidario y un «qué le vamos a hacer» que nos lleva a encogernos de hombros. Que las benditas gentes de Tierra Santa estén sufriendo hasta lo indecible en una tierra que, entre unos y otros enzarzados en una espuria guerra santa, han convertido en un aún más inhóspito desierto, no nos conmueve más allá de un lamento apenas audible y un ligero estremecimiento cardiaco. ¡Claro! Como no sale en las noticias…

Pues debemos no solo saber, sino ser conscientes, de que el sufrimiento de aquellos cristianos que a nosotros nos quedan tan alejados va más allá de necesitar una tableta de chocolate o un kilo de macarrones bienintencionados. Que sus necesidades básicas se quedan al descubierto por momentos y que sus momentos se hacen horas cuando buscan un pedazo de pan o un cuenco con agua, si llegan a encontrarlo. Que su día a día es más infernal de lo que podemos imaginar y que su clamorosa llamada a la solidaridad de quienes estamos instalados en el confort es continua y desgarradora.

Por esto, ahora que nos adentramos en la penitencia calzándonos capirotes en la cabeza, rodeándonos con esparto la cintura y agarrando nuestras cruces, quizá sea un excelente momento para, incluso de manera explosiva, como parece gustarnos, acercarnos solidariamente a todos esos que nos reclaman y hacerles llegar nuestra caridad de todas las maneras posibles y en la medida de nuestras posibilidades. Una oración, unas monedas o unos billetes, una campaña de recogida de productos necesitados, un detalle sin más. No lo dicen, pero lo están pidiendo a gritos.

Comenzamos la Cuaresma y esperamos a la Semana Santa con la premura a la que nos ha acostumbrado el ajetreo de la vida cotidiana. Pues hagamos que esta inmediatez sea la virtud con la que seguir siendo solidarios, aunque el tiempo de navidad haya pasado y ya tengamos guardado el espíritu de esos días junto al pesebre y las lavanderas. Despertemos el espíritu cuaresmal y seamos solidarios de nuevo con nuestros hermanos perseguidos y necesitados. Aunque sea solo con una oración sincera o un gesto cercano.

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