martes, 23 de enero de 2024

El acompañamiento, un paso más en la vida de las cofradías

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 Raúl Román

El camino de Emaús, tabla de Nicolás Florentino en el retablo de la Catedral Vieja de Salamanca, c. 1445

23-01-2024

En una reciente jornada sobre las asociaciones de fieles en la misión de la Iglesia de hoy, organizada por la Universidad eclesiástica San Dámaso, se pusieron de manifiesto cuestiones diversas sobre la realidad pastoral, jurídica y misionera de las asociaciones de fieles en la Iglesia.

Se destacó que las asociaciones de fieles, entre las que se encuentran las cofradías y hermandades, son reconocidas por las diócesis y por la vida consagrada por su propia naturaleza y riqueza espirituales, pues son ‒deben ser‒ un lugar de socialización, de apertura y de vida de los cristianos que en ellas se integran; y en un tono misionero y optimista (optimismo que humildemente compartimos plenamente a pesar de todo), se apostaba por la revitalización y el incremento de las asociaciones y grupos de cristianos.

Se hacía especial incidencia en trabajar en la única misión de anunciar el evangelio, lo que se lleva a cabo estando juntos y con otros, unos al servicio de otros. No olvidemos que estas acciones son resultado de la acción divina que hace de la Iglesia el sacramento de la salvación. Sin esta identidad propia de la comunión eclesial, la tarea de las cofradías y hermandades, como la de todo grupo eclesial, se reduce a la sola corresponsabilidad de los miembros de una entidad social que persigue determinados objetivos, y cuenta con la aportación de todos sus miembros para lograrlo, pero nada más. El problema es cómo llevar a cabo ese anuncio del evangelio estando unos al servicio de otros. La respuesta paradójicamente puede ser sencilla: por la relación normal, soltando lastres como los «ismos» habituales, y respondiendo juntos de modo modesto y sincero a las mismas preguntas que juntos nos hacemos, y sin entregarse a un buenismo, supuestamente en sí mismo balsámico y salvífico, pero que no muestra inquietud alguna por dar a conocer a Cristo.

Esto lleva a un proceso nuevo de aprendizaje y re-situación que permite la vivencia de aquel en el que creemos: se centra así la actividad en Jesús más que en la satisfacción de la persona. Sin más que eso, pero nada más que eso.

Esta forma renovada de estar conduce de modo inexorable al acompañamiento, como ayuda dada de uno a otro, para que pueda descubrir la presencia y acción de Dios en su vida. Es un encuentro personal y diferente en la fe que hace posible que la persona pueda leer su propia vida, como historia de salvación. Algo más que la mera pervivencia personal y grupal. Acompañamiento que, por tanto, implica a la persona y que, para ser tal, implica estar dotado de unas expectativas vivenciales, formativas y misioneras, a cuyo servicio están las celebraciones, las normas, los planes, los programas etc... Que los más comprometidos de cada cofradía o hermandad acompañen, y así también garanticen el futuro.

Y aquí lo dejo, para que el lector pueda reflexionar.

 

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