Cartel de la Semana Santa de Cartagena, Estudio Daroal, 2024 / La adoración del cordero místico. Hubert y Jan van Eyck, 1432. Catedral de San Bavón, Gante / Cartel de La Passió d'Esparreguera, 2005. |
22-01-2024
La que se ha liado en Cartagena a cuenta del cartel anunciador de su Semana Santa, una obra espléndida del estudio sevillano Daroal (David Romero y Francisco Rovira), dedicado a la Agrupación de la Aparición de Jesús a los discípulos en el Camino de Emaús, de la Cofradía del Resucitado. La obra representa, en primer plano, al Cordero Pascual (iconografía que figura en el paso de la agrupación, obra de Federico Collaut-Valera). De fondo, el faro de la Curra, cuyo haz de luz conforma una cruz patada, y diversos lugares icónicos de la ciudad. El Cordero de Dios como faro, luz y guía del cofrade cartagenero: no se puede acertar más de pleno. No era la primera vez que este símbolo protagoniza un cartel de Semana Santa: la Passió d'Esparreguera, magistral siempre en sus anuncios, utilizó la misma iconografía para su edición de 2005, quizás el mejor cartel de Semana Santa que he visto nunca.
Mientras tanto, miles de procesionistas, por usar la terminología de la ciudad levantina, han incendiado las redes al grito de «¡que no nos representa, que no, que no!», de tantas reminiscencias «quince-emeistas», y que nos llevan a una suerte de acampada de Sol de kofrades indignados por el «cartel de la oveja» (sic). De «mal sueño» ha sido calificado en la prensa (Celia Martínez Mora, Murciaplaza, 17/1/2024), han proliferado memes de todo tipo y dudoso gusto e, incluso, se ha iniciado una recogida de firmas para su retirada.
No es la primera vez, ni hace falta irse tan lejos, para encontrar episodios como este. Sucede cada año, cuando los responsables de la elección de un cartel de Semana Santa se inclinan por técnicas abiertamente cartelísticas que se alejan de la fotografía con letras de rigor (cuánto daño hicieron los ochenta en este asunto), o por representaciones de corte alegórico (tan apropiadas para cualquier cuestión que tenga que ver con lo católico). ¡Ah, que las procesiones de Semana Santa son católicas! ¡Acabáramos...! todo termina por desvirtuarse.
Y ahí está la cuestión, en negarse a aceptar que el cartel es un género en sí mismo, con sus técnicas, estilos y reglas, y que las cofradías son, pese a los kofrades, parte del entramado católico. Una parte particular, con las peculiaridades que encierra eso que llamamos piedad, o religiosidad popular, pero esencial y medular. En cuanto al rechazo a lo alegórico, no deja de ser curioso que precisamente venga del mundo cofrade, habida cuenta que es precisamente la piedad popular –y las cofradías–, un terreno abonado para la simbología. En este caso no hablamos de complejos jeroglíficos barrocos, propios de los Emblemas morales de Diego de Saavedra Fajardo, sino del símbolo más universal, de la espina dorsal de la celebración, del Cordero Místico, la víctima de reconciliación sobre la que pivota el misterio de la redención del hombre que conmemoramos cada Pascua, y que aparece de forma recurrente en la iconografía cristiana.
No es ninguna sorpresa constatar el escaso nivel de cultura teológica y litúrgica del estrato semanasantero, kofrade o procesionista. El asunto es muy grave, ahora ya no se puede dar nada por supuesto, hay que explicarlo todo, hasta lo más básico y esencial. Cada vez es más notable la ausencia de referentes y las generaciones de cofrades que los tenían claro están desapareciendo. No es un problema único de las cofradías, lo es también de los procesos catequéticos, especialmente de los de Primera Comunión y Confirmación, que van reduciendo sus programas hacia el nivel más bajo. «No hay más remedio que hacerlo así», me decía una catequista hace poco, «si no es demasiado complejo y los niños no lo entienden». «Complejas son las cartas de Pokémon», le respondí yo, «y esas las entienden a la perfección, y simbología y componente alegórico tienen un rato».
Hace unos años la Semana Santa de Salamora Norte fue declarada Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial, una figura de protección de encaje complejo, que nadie entendió (entre otras cosas porque nadie lo explicó convenientemente), y que todo el mundo ‒responsables cofrades incluidos‒, asumieron como un premio por el trabajo bien hecho. Tanto es así que su referencia desplazó de los carteles a la tradicional «Declarada de Interés Turístico Internacional» (que aparecía desde 1986), porque se consideró que se había concedido de forma muy generosa y ya representaba a un grupo con demasiada «purrela». El caso es que la declaración incidía mucho en los aspectos simbólicos, alegóricos e inmateriales de la celebración, con demasiada frecuencia olvidados, discriminados y maltratados.
Un cartel puede gustar o no, puede sorprendernos, interpelarnos, gritarnos, en definitiva, que para todo eso se hace un cartel, pero lo que no es concebible es que se rechace por falta de comprensión lectora. Cada vez se hace más urgente insistir en la necesidad de una formación sólida de cofrades y responsables de cofradías. Nos jugamos mucho en ello. De lo contrario, seguiremos viendo gigantes en vez de molinos, ovejas en vez de corderos y confundiendo el culo con las témporas.
Hasta San Antón Pascuas son, por lo que estando aún en su octava, creo que todavía puedo: feliz y próspero año nuevo a todos.
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