miércoles, 3 de enero de 2024

Escasez

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 Álex J. García Montero

Foto | Javier Barco

 03-01-2024

Acaba de empezar el año y, con las subidas de casi todo, podemos decir que sí, que somos más pobres en el país más rico del mundo (tal como reza la cacareada campaña publicitaria de no sé qué ministerio de los muchos que abundan).

Si se sigue la información taurina, de las más veraces que existen en un país marcado por la censura de lo no bonito (lo bonito es aquello que se impone como el vestido de la Madre Naturaleza de la Pedroche), verá como el gran problema de cara a este 2024 que acabamos de estrenar es la escasez de toros de lidia. Tras una pandemia donde hubo que sacrificar muchas partidas de toros y después se lidiaron toros que pasaban báscula y años, parece que se empieza a equilibrar la romana a favor de los hombres (y mujeres) del campo. Porque no nos engañemos, si hay escasez de toros, tal como señalaba Mundotoro hace escasos días, en teoría, subirá el precio del animal, por pura lógica de la oferta y la demanda.

Respecto a demanda, pues seguimos más o menos en nuestra piel de toro con un número de festejos muy parecido al del año pasado, donde se ha ido apuntando una ligera recuperación de la Fiesta, a pesar de tener todo en contra. Ahora, además ese «todo en contra» podría ser el «toro en contra». Porque sin toros, difícilmente podrá haber todo lo demás. No son malos los tiempos de escasez si se gestionan bien. Y ahí está la clave, en la gestión.

A pesar de las rimbombantes declaraciones de hermanos mayores y presidentes, secretarios y alfiles de hermandades, cofradías y juntas de Semana Santa, si hay un paralelismo con el mundo taurino (en este espacio virtual cedido gentilmente por mi amigo Javier Blázquez, al que ya han permitido ponerse el traje luces, ya llevo unas cuantas faenas intentándolo), es el de la escasez. Durante muchos años hemos salido por inercia en nuestras cofradías, pensando que, con unos cuantos hombres y mujeres con cierta tara primaveral transmitida de generación en generación, esto más o menos tiraba para adelante y además podríamos alcanzar unos números cercanos al de todos y cada uno de los inmigrantes que día sí día también llegan a nuestras costas, aeropuertos y carreteras. Pero la realidad en ese ámbito urbanamente rural y ruralmente urbanita que son nuestras capitales (de provincia o de diócesis o agrupamiento comarcal) en Castilla y León (otro ente inventado), es que en general languidecen a pasos agigantados y que tan solo resisten por población eminentemente foránea (sea de paso, como la Salamanca estudiantil) o inmigrante.

Y sí, llega el problema de tirar de números, como sucede con la escasez de toros. La realidad es que cada vez somos menos hermanos en las cofradías y hermandades y, que los que tiramos para adelante, con nuestras taras, enfrentamientos, querencias y desquerencias, vamos llegando a unas edades donde descubrimos que la magia de los Reyes Magos no es tal magia, que en una cofradía no son todos hermanos, que al menos por cada doce discípulos siempre hay un Judas pululando por pura estadística y que esto de realizar cultos, negociar con prestes, sentirte escuchado por obispos y sacar adelante una procesión o estación de penitencia requiere de unos esfuerzos físicos y mentales que no estamos dispuestos a asumir en esta sociedad donde todo se ha dado gratis y sin dolor.

Al final, tras solemnes batacazos, y con, en mi caso, más de cuarenta años de vida cofrade (en Salamanca haré este año veinte de hermano de la Hermandad Dominicana, gracias a mi buen amigo Manolo Toral y al Jesús de la Pasión que me llamó con su mirada a estar cerca de él, aunque desde hace ya unos años en una distancia siempre cercana), uno va viendo que es hora de que sean otros los que vayan, poco a poco, tomando el testigo de esta bendita pasión. Pero cuando miramos de reojo por el retrovisor de la experiencia, nos vemos solos, tan solos como nacemos y como estamos destinados a morir. El reloj de la vida, ese paso inexorable del tiempo, con sus agujas que se clavan como rehiletes en el morrillo de nuestra pesada y languideciente existencia, marca con su macabro tictac el obrar el milagro, otra vez más, a las puertas de una Semana Santa que este año, más que nunca, se proclama más cercana que nunca en escasos dos meses y medio, a pesar de contar un día más en el febrero bisiesto.

Comenzaba hablando de la escasez de toros, más pronunciada aún en los novillos. Sin novilladas no habrá festejos mayores. En nuestras ciudades, las cofradías y hermandades han vuelto a esa Grecia primigenia de los albores de la Filosofía donde cada ciudad era totalmente independiente del resto. Y eso llevó al desastre cuando cayó la democracia por la llegada de Alejandro Magno. Ahora, además de no tener niños en nuestras urbes (no hay erales y los colegios están cerrando), podríamos encontrarnos con que mientras seguimos tocando clarines y timbales, los corrales se muestren vacíos, tan solo llenados con las brumas de la nostalgia.

Quizás sean mis palabras duras, pero si no hay niños, difícilmente esa población flotante podrá implicarse en algo que siempre ha sido muy endogámico, como el mundo de las ganaderías. Estamos llamados a reinventarnos frente a un proceso de extinción irreversible en Salamanca. Por más que fijemos costales, fajas, sandalias o antorchas, tenemos que plantearnos con urgencia un plan de actuación entre todos los sectores implicados, cofradías, tertulias, prestes, obispos, frailes, conventos e iglesias diocesanas. Tenemos que gestionar actividades de implicación real de familias en los actos de cofradías y hermandades. Porque se va a joder el invento. Y no hay pienso para tanto ganado. Ni ganado para tanto albero vacío.

El auténtico cáncer de toda esta situación no es la falta de niños, sino seguir actuando como si todos los días pincharan los condones de la Nochevieja Universitaria y esperásemos, nueve meses mediante, un aluvión de chiquininos en las fiestas de septiembre. Ese triunfalismo matará el toro antes de salir a plaza, porque la soledad de la dehesa, como si de un desierto se tratase, avanza dicho proceso de desertización existencial hacia la capital.

Sin novillos, no hay toros. Sin toros, no hay dehesa. Sin dehesa, no hay Fiesta. Sin niños, no habrá cofradías. Sin ellos no habrá Semana Santa, aunque litúrgicamente se nos diga que seguiremos rememorando el drama del Calvario. Lo mismo que en 2020, cuando un tal Sánchez no tuvo ningún recuerdo para los cofrades que se preparaban para tener la Cruz de Guía puesta en las puertas de sus iglesias que rápidamente gobierno y prestes a partes iguales se dispusieron a cerrar a cal y canto.

Feliz Memoria del Dulce Nombre (buena ocasión para recordar a nuestros niños). Feliz año 2024.

 

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