lunes, 1 de enero de 2024

La piedad popular pasaba por allí

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 Tomás González Blázquez

Detalle  de la imagen de la Virgen de la Vega, con el niño bendiciendo | Fotografía de Alberto García Soto.

 01-01-2024

Por tanto, además de las indicaciones anteriores, no cabe esperar otras respuestas sobre cómo regular los detalles o los aspectos prácticos relativos a este tipo de bendiciones.

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó el reciente 18 de diciembre una declaración sobre el sentido pastoral de las bendiciones. Se entiende, respondiendo a preguntas e inquietudes referentes a este asunto, y con vocación de última palabra, por lo que se desprende del texto con que encabezo estas consideraciones en el primer día del año. Precisamente hoy, 1 de enero, solemnidad de Santa María Madre de Dios a los ocho días de la Navidad, en la Palabra de Dios que se nos señala en la misa nos encontramos con la bendición en el libro de los Números: Invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré. Y también con la bendición en el salmo: Que Dios tenga piedad y nos bendiga. Orar, esto es, el encuentro con Dios, consiste en bendecirle y en ser bendecidos por él.

No sé si teníamos en la Iglesia una confusión a subsanar sobre el sentido pastoral de las bendiciones. Sí existe, indudablemente, sobre todo desde fuera, pero también desde dentro, una corriente de opinión y de presión para que se modifique lo que esta declaración de la Santa Sede define como «la perenne doctrina católica del matrimonio». Por supuesto, como no podía ser de otra manera, Fiducia supplicans no la ha modificado y esa sería la conclusión más sustancial a extraer una vez leída la declaración después de haber visto los titulares de prensa con que fue recibida su publicación.

Sin embargo, me atrevo a hacer algunas observaciones secundarias que me ha suscitado la lectura del documento del cardenal prefecto, Víctor Manuel Fernández, aprobado por el papa Francisco. Seguramente por deformación procesional, se me encendieron las alarmas de los ciriales al leer alusiones a la piedad popular. Se diría que positivas, porque la valoran, pero... ¿precisas?, ¿oportunas... u oportunistas? Tras referirse al sentido litúrgico de las bendiciones, pues forman parte de los sacramentales, con lo que son todas ellas litúrgicas y así se presenta en el Catecismo de la Iglesia Católica, se propone una nueva comprensión teológico-pastoral de las mismas. Es en este contexto, a la altura del número 23, donde aparece la cita del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (lo entrecomillado): Cuando estas expresiones de fe vienen consideradas fuera de un marco litúrgico, uno se encuentra en un ámbito de mayor espontaneidad y libertad, pero «la libertad frente a los ejercicios de piedad, no debe significar, por lo tanto, escasa consideración ni desprecio de los mismos. La vía a seguir es la de valorar correcta y sabiamente las no escasas riquezas de la piedad popular, las potencialidades que encierra». Las bendiciones se convierten así en un recurso pastoral a valorar en lugar de un riesgo o un problema.

Vemos desplazadas, entonces, las bendiciones al escalón inferior de los ejercicios de piedad, como un recurso en la pastoral (¿programada?) y una suerte de respuesta acogedora a una petición espontánea de los fieles (diríamos, improvisada). Y es así como sigue, el número 24, citando el referido y conocido directorio, de manejo frecuente en la pastoral cofrade, tan relacionada con lo que aquí se denomina pastoral popular: Consideradas desde el punto de vista de la pastoral popular, las bendiciones son valoradas como actos de devoción que «encuentran su lugar propio fuera de la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos […]. El lenguaje, el ritmo, el desarrollo y los acentos teológicos de la piedad popular se diferencian de los correspondientes de las acciones litúrgicas». Por esa misma razón «hay que evitar añadir modos propios de la “celebración litúrgica” a los ejercicios de piedad, que deben conservar su estilo, su simplicidad y su lenguaje característico».

Parece forzado pedir que ciertas bendiciones, que son necesariamente litúrgicas, se traten como ejercicios de piedad, pero a la piedad popular, que por aquí pasaba, vuelve la declaración cuando aborda la bendición de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo: tal bendición puede encontrar su lugar en la visita a un santuario, el encuentro con un sacerdote, la oración recitada en un grupo o durante una peregrinación. De hecho, mediante estas bendiciones, que se imparten no a través de las formas rituales propias de la liturgia, sino como expresión del corazón materno de la Iglesia, análogas a las que emanan del fondo de las entrañas de la piedad popular, no se pretende legitimar nada, sino solo abrir la propia vida a Dios, pedir su ayuda para vivir mejor e invocar también al Espíritu Santo para que se vivan con mayor fidelidad los valores del Evangelio.

Vivir mejor, y lo mejor, el bien pleno, es el evangelio de Cristo, es a lo que todos aspiramos en medio de muchas dificultades por nuestra dureza de corazón. Quizá sirva recordar, a falta de más indicaciones, lo que el citado Directorio apuntaba: Para un desarrollo correcto de la pastoral de las bendiciones, los rectores de los santuarios deberán: 1. proceder con paciencia en la aplicación gradual de los principios establecidos por el Rituale Romanum, los cuales buscan fundamentalmente que la bendición sea una expresión genuina de fe en Dios, dador de todo bien; 2. subrayar de manera adecuada –en cuanto sea posible– los dos momentos que configuran la «estructura típica» de toda bendición: la proclamación de la Palabra de Dios, que da sentido al signo sagrado, y la oración mediante la cual la Iglesia alaba a Dios e implora sus beneficios, como recuerda el mismo signo de la cruz que traza el ministro ordenado; 3. preferir la celebración comunitaria a la individual o privada y comprometer a los fieles para que participen de manera plena y consciente.

Lo que desde siempre se entiende por bendecir, decir que algo es bueno, que está bien, o que anhelamos que sea bueno y esté bien, nos lleva a recibir esta declaración con la esperanza de que contribuya a que cada bendición sea verdaderamente «expresión genuina de fe en Dios», que se nos revela como el bien y nos revela lo bueno, que nos ama infinitamente con todas nuestras debilidades humanas y nos dice con su corazón manso y humilde que vayamos y no pequemos más. Es en su corazón donde bebe el corazón materno de la Iglesia, y es en ese mismo corazón materno donde se encuentran las entrañas de la piedad popular, que por allí pasaba. Porque siempre estuvo allí, claro.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores.

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