miércoles, 31 de enero de 2024

Los huecos

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 Tomás González Blázquez

Hueco donde se eleva la Cruz el Viernes Santo, junto a la parroquia de San Mamés, en Bercianos de Aliste | Fotografía: TGB

 

31-01-2024

«Todo aspirante que consiga un hueco en la cuadrilla, tiene que presentar la solicitud de nuevo hermano antes del primer ensayo». Hace unas semanas leía este anuncio de una hermandad salmantina. No me importa el ejemplo concreto sino el planteamiento frecuente, extendido, casi generalizado, que asume la victoria de la parte de la función concreta en la procesión, a menudo la carga de los pasos, sobre el todo de la pertenencia consciente y cotidiana a la cofradía. O quizá yo sea un raro por esperar otro anuncio diferente: «Todo hermano puede aspirar a la carga del paso, y si cumple los requisitos necesarios, será integrado en el grupo de hermanos de paso». No como un derecho sino como una posibilidad más de participación. Porque…, ¿qué pasaría si esa solicitud del que consiguió hueco desembocase en una negativa? Según el caso, habría suplentes en la carga, pero es fácil imaginar la reacción: «Encima de que voy a colaborar…». Se trata de un supuesto, que posiblemente no se dará, pero en un contexto de cofradías con listas mermadas, o compromiso menguante de los alistados, los huecos son el pan nuestro de cada hambrienta cuaresma. 

Ya se ha escrito aquí varias veces, y en otros lugares, sobre lo que cuesta sacar adelante la Semana Santa. Se puede comprender que las ganas de cargar un paso o, mejor aún, de salir en procesión, pues abunda el «si no cargo, no salgo», constituyan un banderín de enganche en principio válido, pero siempre que tengamos claro que salvar los muebles el día de la anual salida no debiera arrinconar los fines de la cofradía ni relajar sus bien fundados estatutos y reglamentos. Aún cuesta más sacar adelante la cofradía, donde esto sea el objetivo, y es entonces cuando afloran esos otros huecos más difíciles de cubrir.

Aunque nadie es imprescindible, los huecos de las ausencias siempre afligen, y si falta un solo cofrade, la cofradía no está completa. Cuando fue la muerte, nos encogen las lágrimas. Cuando son la discordia o la ruptura de lo que se suponía unido, sentimos la añoranza de la fraternidad perdida. Cuando la obligación pospone la devoción, lo admitimos con resignación y esperamos un pronto regreso. Cuando la edad o la enfermedad son impedimento, se nos brinda la ocasión de aceptar la limitación y de ejercitar eso tan sano, y tan difícil a veces, de delegar, dejar paso, transmitir sin resistirse.

En un plano diferente a los huecos de las personas, determinadas carencias redundan también en la cofradía, que se empobrece y se desvirtúa. Salen a la calle procesiones admiradas, imitadas y puestas como modelo que tienen detrás a hermandades sin apenas vida interna. No es que celebren cultos poco concurridos, es que apenas los convocan. No es que a sus hermanos les falte formación, es que nadie les ha hablado de ello. No es que sus miembros se lleven mejor o peor, es que no se llevan porque no se conocen.

El descuido de la eucaristía dominical, en la cofradía, o en la parroquia, o donde sea, es posiblemente el gran hueco, porque a los cofrades, errados, nos parece que podemos vivir sin el domingo. La banalización del pecado, a cuyo innegable dolor se le aplica mala anestesia y parece ya no existir en la conciencia, que así queda sin examinar, es la rendija por donde se nos cuela el mal, que cava un hoyo cada vez más profundo, porque impide la acción liberadora del perdón, que cubre los huecos mientras venda las heridas de los corazones. La división, que no debe confundirse con la saludable crítica o la diversidad de opiniones y estilos, horada hasta establecer una zanja y convierte los proyectos de cofradía a largo plazo en una sucesión de fogonazos y volantazos, donde todos parecemos querer dejar huella y lo que dejamos es nuestro particular hueco… y en el peor de los casos, un agujero por tapar.

Son ya tantos los huecos de las cruces retiradas porque la Cruz, por quien estuvo en ella, es «como un signo de contradicción que pone de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (cf. Lc 2,34-35). En el misterio de su victoria también se nos revelan estas aparentes y mundanas derrotas; se nos desvelan las veces que, por nuestra debilidad, la retiramos de nuestras vidas y siempre se nos termina apareciendo para volver a abrazarla; se nos invita a tomarla de nuevo, a negarnos y seguir al que la cargó por nosotros primero, a levantarla en ese lugar y en ese momento en que, mientras anunciamos su muerte, ya estamos proclamando su resurrección.

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