Ahora que se acerca la Cuaresma y la Semana Santa comenzará el baile de las medallas. Dice la Real Academia Española que la medalla es una «pieza de metal batida o acuñada, comúnmente redonda, con alguna figura, inscripción, símbolo o emblema».
Para una cofradía, la medalla es un símbolo de pertenencia y debiera usarse únicamente en los actos oficiales o representaciones. Últimamente se ha hecho habitual ver que su uso no es el que establecen los estatutos de la cofradía. La vemos en Cuaresma y Semana Santa, que normalmente es cuando más uso se le da y no precisamente en los actos oficiales de las cofradías. Se ha optado por utilizarla en cualquier desfile penitencial, no solo cuando desfila la cofradía a la que pertenece la persona que la porta. Y lo que es más triste, personas que ya no pertenecen a la cofradía siguen haciendo uso de ella. La usan hasta para intentar sortear los posibles controles de acceso a los templos que, en Semana Santa, sirven para controlar el acceso de personas que en algún momento pertenecieron a la cofradía que en ellos radica.
Y lo que es de nota… Cuando se llama la atención a la persona sobre el uso no reglado de la medalla, se puede recibir un improperio. Hay individuos que desde que se levantan cuelgan de su cuello la medalla que corresponde al día, creyéndose que, por ello, se es más cofrade que el que de verdad pertenece a la cofradía y hace un uso reglado de la misma. Para los que rigen los destinos de la cofradía esa actitud resulta incomprensible.
En la cofradía de la que fui hermano mayor se llegó a plantear que la medalla no se cobrase, sino que se cediese y se permitiese su uso mientras se fuera cofrade y, una vez ya de baja, se le retirase, con lo cual se evitarían usos indebidos como los que vemos en el trascurso de las procesiones.
Peor es cuando los nuevos hermanos de una sección de la cofradía se dejan imponer la medalla para decir después que no sienten a esa cofradía. Y es que a tonterías no hay quien nos gane. En estos casos está claro que se porta por esnobismo.
Portar la medalla de la cofradía debe ser considerado, por quien la porta, un orgullo y un compromiso de permanencia casi de por vida. No hace mucho comentaba con un sacerdote que ser cofrade lleva implícito ser mejor persona que lo que normalmente se es.
Cuando nos ponemos la medalla de nuestra cofradía debemos marcarnos una meta, la de intentar llevar una vida acorde a los valores cristianos que nos aporta pertenecer a una institución que se encuentra dentro de la Iglesia. No debe ser un mero formulismo que se circunscribe únicamente al tiempo de Cuaresma y Semana Santa. El recibir la medalla supone un compromiso con los hermanos de la cofradía. Este compromiso nos une a través de la devoción a nuestras imágenes y se plasma en el momento de la imposición.
Siempre les dije a los nuevos hermanos, cuando se les imponía la medalla de nuestra cofradía, que el pertenecer a ella debe considerarse una carrera de fondo y nunca de velocidad. Al final gana el que más persevera y a ello nos tiene que ayudar, cuando nos flaquean las fuerzas, la contemplación de nuestra medalla.
Por ello, ser portador de una medalla no es una cosa baladí, de moda. Es algo muy serio y, si no se puede cumplir con el compromiso adquirido, mejor es no portarla y, con ello, dejar de pertenecer a la cofradía.
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