Foto: jmfcunquero |
12-01-2024
El capricho y la intuición que les desborda,
amenizan al dictado la tragedia,
el hondo alarido trashumante
que construye el camino de la ira…
jmfc
Sin esconder su identidad bajo un capirote, en sí mismos son oración mientras deambulan en interminables procesiones como auténticos cristos de este tiempo. Si en ellos, como dejó dicho el Maestro, hemos de verlo a Él, a la vuelta de cualquier recodo podremos visionar cómo se alza la cruz sobre el alto devenir de la historia.
La organización mundial de las naciones más desunidas de la tierra aglutina, entre otros, a los nazarenos de esas marchas penitenciales que gritan, por los desiertos más extensos del anonimato, el bronco alarido que nadie escucha.
Procesiones del mar que abraza, como un cementerio de salitres y azulados oleajes, a los penitentes que buscan ejercer su derecho a ser hombres libres. Así crecen sin medida las cifras escandalosas que deberían servir para provocar un debate sobre este drama humano, que deja en cueros a todos los foros internacionales que pierden el tiempo en proclamas vacías sobre derechos y exigencias de justicia.
Inmensas procesiones de refugiados que campan sin dignidad por las cárceles construidas con ladrillos de intemperie y cubiertas por el hielo de la más cruel de las indiferencias, mientras por estos lares bastante tenemos con que el agua del grifo -fíjate tú- algún día da el cante sabiendo a cloro.
En esa amalgama de juntas cofrades infrahumanas, los más listos del condominio social hacen su agosto, traficando con la ignorancia del hombre que es mercancía para traficantes de esclavos y desdichas.
Qué fácil es organizar esas procesiones que, sin dirigentes de fila o de paso, en sí mismas vagan perfectamente organizadas hacia el patíbulo de los inocentes.
Una semana santa perpetua de los hombres sin nada, cada hora de cada día, en cada año, sigue persiguiendo a Cristo con la misma saña que lo hiciera en tiempos de Poncio, mientras nuestras manos están desgastadas de tanto lavarse, de tanto rozar los balaustres de la huida hacía el oasis de las cosas mundanas.
El vía crucis de la desesperación humana recorre vías dolorosas incensadas por el rencor y la barbarie.
Se arrastran por las mismas estaciones, donde caen por el peso de la cruz los cristos de esta época, mientras nos interrogan con su mirada, preguntado a cuenta de qué nuestra apatía, o esa indiferencia que mostramos mientras vagan silenciosos hacia el leño.
Y entre ese cúmulo de injusticias, los cristianos sufren una persecución que supera cualquier agravio ocurrido en otro tiempo. Más de trescientos cuarenta millones de seguidores de Cristo padecen un cruento acecho criminal por sus creencias. Un escarnio infame que carece de importancia -parece ser- para los gobiernos cómplices, silenciosos y silenciados y para ese variopinto pluralismo de ONG’s que basan su cometido en denunciar el incumplimiento de los derechos humanos.
Con la Navidad acaba de nacer el Señor en muchos corazones que sufren los avatares ilógicos de este tiempo, acaba de nacer y, sin embargo, los herodes de este momento histórico que vivimos, como alimañas sedientas de odio, lo acaban de crucificar, hace un instante, ahora mismo, mañana…
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