Virgen de la Alegría | Foto: Pablo de la Peña |
26-02-2024
Se nos acercan fechas intensas, son fechas intensas.
Hay muchas cosas que pensar y que decir, pero en esta ocasión me voy a centrar en una posiblemente un tanto anecdótica, para algunos, aunque para otros pueda pasar desapercibida. A mí me sobrecogió.
Me salió al encuentro un artículo audiovisual del Diario de Sevilla, «Te he visto Señor». Varias ideas se iban sucediendo: tiempo, pasado y futuro, contemplación, etc. Porque hablamos muchas veces de lo que supone para nosotros estar ante una imagen, contemplarla, rezar. Pero, ¿y desde el lado de la imagen? ¿Qué se ve? ¿Qué realidad llevamos? ¿Cómo nos presentamos?
No hay realidad más profunda que aquella que, aun pareciendo baladí, hace que se pare el tiempo, que la existencia se detenga, que los existentes ‒aun sin saberlo‒ queden signados. Y es que, en los tiempos de la exterioridad, de la absoluta transparencia donde la vida es sin interioridad pues todo es público, hay algo que se pierde, la vivencia íntima. Vivimos con miedo a ella y no la soportamos, porque nos reclama seriedad, compromiso, transformación. Nos requiere enfrentarnos a lo culturalmente dominante y eso no es fácilmente asumible. Por ello es fácil vivir una estética de la imagen hasta cierto punto teatral, fácil. Mimetizamos comportamientos, nos afiliamos a la cacareada pluralidad de nuestra sociedad sin darnos cuenta de que es una pluralidad en tanto en cuanto sume a lo voluble, pasajero. Decía en su día el maestro Fosforito, a Poveda, en amigable charla: «Yo lo de fusión no lo entiendo, a lo que llaman flamenquito, no entiendo lo que es el flamenquito… o es, o no es», sentenciaba.
Y es esta la clave. La imagen ‒y vivimos poderosamente ligados a ella en nuestra vida cristiana‒ tiene un alto contenido religioso. Podemos hacer filigranas, podemos amaestrar estéticamente ciertas representaciones, podemos intentar jugar con un icono amanerándolo a nuestra sensibilidad complaciente, pero perderá significatividad porque no referirá a otra cosa que a rasgos estéticos pasajeros. Nosotros nos postraremos o estaremos bajo una imagen, nos sacarán en imágenes de prensa y será aceptable, el común lo aceptará, pero hasta ahí. Y el caso es que Fosforito hablaba del flamenco, pero nosotros tenemos que pensar en sus palabras y ver qué vivimos, si nuestra Semana Santa, para la que nos preparamos, es solo lucir un año más impecables capas, ritmo procesional cadente, perturbador para el que no acepta la lentitud… estamos perdidos porque no tiene sentido lo que hacemos. «No es eso, no es eso», dijo Ortega allá por diciembre del 31 –del pasado siglo–. No es eso, no es eso, nos tenemos que decir a nosotros mismos si nos mueve el generar una postal socialmente aceptable y no soportar el peso que conlleva la imagen. Porque no es un leño, llama a una trascendencia que, en muchos casos, la hemos perdido.
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