viernes, 9 de febrero de 2024

Habiendo domeñado

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 F. Javier Blázquez

N. P. Jesús del Vía Crucis | Foto Pablo de la Peña

09-02-2024

Hale, ahí va. Con gerundio compuesto, como a alguno le gustaría encabezar el comunicado con el que calentito sueña bajo el edredón. «Habiendo domeñado a las cofradías decidimos que…». Lo que pasa es que Tavira fue único, tuvo su momento y además era ilustrado. Hasta llegó a ocupar un sillón en la Real Academia Española. Eso sí que era domeñar, porque las procesiones a finales del siglo XVIII eran un desastre y, como faltaban al decoro, las redujo a dos, Santo Entierro y Pascua. El baculazo de 1806 se sigue recordando todavía. Y se valora, porque fue una buena decisión que sirvió para reorganizar y dignificar las procesiones de Semana Santa.

Durante la primera mitad del siglo XX hubo también obispos que, sin la resonancia de Tavira y Almazán, con mayor discreción, también enseñaron el cayado y demostraron que sabían de qué iba esto de las cofradías y procesiones. Frutos Valiente, Pla y Deniel, Barbado Viejo, estaban en esa línea y tomaron decisiones que fueron buenas para la mejora de las procesiones. A veces bastó solo con impedir cosas que no estaban bien. Tampoco nadie les tosía, porque al margen de los condicionantes sociopolíticos de aquellos tiempos, eran gente con personalidad. Y con galones.

Pero el control de las cofradías es algo que va mucho allá del asunto procesionero, aunque este sea la punta del iceberg. La cúpula clerical siempre ha querido domeñar a las cofradías. Si las carnes tiemblan a quienes pisan la moqueta de los palacios episcopales es solo por una razón. El mundo cofrade se les escapa. No lo controlan por su propia idiosincrasia. La religiosidad del pueblo es emotiva y espontánea y por ello frecuentemente imprevisible. Y ese no saber por dónde pueden salir los cofrades les aterra. Por eso el afán de domeñar. La domesticación, de la que tanto hablaba el recordado profesor Francisco Rodríguez Pascual, es una constante en la historia de la Iglesia. Hay momentos en los que el clericalismo aprieta y otras épocas en las que relaja o abandona. Son los ciclos históricos, que han existido siempre.

En el mundo cofrade actual, la generación que se incorpora a la Semana Santa en los setenta y ochenta, llegó en una época de completo abandono. Los vientos del concilio seguían soplando y las cofradías parecían algo anacrónico, condenado a la extinción. Así que a dejarlo morir. Sin hacer mucho ruido, aunque alguno como don Juan Manuel diese un sonoro portazo a la Cofradía del Cristo de las Batallas. No había que hacer apenas nada. Todavía las iglesias se llenaban y las hermandades eran un problema con el que no quedaba más remedio que convivir. 

Pero las cosas cambiaron. La secularización y la indiferencia ante lo religioso, unido a una pastoral inoperante que se empeñaba en reiterar las fórmulas fracasadas del progresismo cristiano en los sesenta, vaciaron las iglesias y acabaron con las vocaciones. Y, oh prodigio, frente a esta decadencia en lo institucional, los anhelos religiosos de muchísima gente vuelven a canalizarse desde la cofradía y las devociones populares. Así que a pescar. De repente llegó el cariño y el interés. Impostado, como luego se ha comprobado, en la mayor parte de los casos. Porque muy pocos curas se han pringado de verdad con las cofradías. Algunos nunca dejaron las reservas del postnacionalcatolicismo. Y aquí van también los de nueva hornada, que mamaron el tufillo que al respecto se respiraba en los seminarios.

Si somos sinceros, hemos de reconocer que algunas cosas sí mejoraron. La cuestión de los capellanes, por ejemplo, o la consideración de las cofradías como parte de la Iglesia en las esferas diocesanas. Porque esto antes no existía. En Salamanca, incluso, se dotó a las cofradías de una normativa propia que, pese a formar parte de ese proceso de control al que aludíamos antes, también aclaraba muchas cosas y reconocía derechos específicos de los cofrades. Los tiempos verbales en pasado son intencionados, porque hoy en día esas normas han pasado a ser papel mojado. Salvo que se quiera hacer la puñeta a quien cae mal.

Ahora da la impresión de que la curia solo quiere de las cofradías que la dejen en paz y no le den problemas. En Andalucía y alguna otra diócesis al norte de Despeñaperros no es así, pero en general, tras el fallido intento del dominio pesquero, las cofradías vuelven a ser un problema con el que no queda más remedio que convivir.  No hay más que ver a quiénes están poniendo como responsables. Desecho de tienta, que diría mi amigo Álex. Y con esos bueyes hay que arar. Y ante los problemas e incumplimientos clamorosos de los estatutos y las normas se mira para otro lado. Qué van a hacer, si no dan más de sí. Que no haya ruido. Es a lo que pueden aspirar. Y en estas cosas es en lo que sí debería ejercerse la autoridad. No en las bobaditas que no van a ningún lado. Estamos hablando de asuntos muy serios, algunos abriendo ya en canal a algunas de nuestras cofradías más señeras.

Conclusión, que el intento de control es una constante en la historia de nuestras cofradías y solo los capacitados lo han sabido ejercer para el bien general. La autoridad es necesaria, pero cuando no hay categoría humana ni intelectual, esta se convierte en ramalazo autoritario, que es lo propio del mediocre. Que cada uno ponga sus ejemplos, los que conozca, y juzgue libremente. Pero, ojo, que si no se actúa a tiempo, los problemas estallan. Ahí está el caso Poli y los otros que permanecen tapados por una alfombra que alguno ha amenazado ya con levantar.

 

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